Un instante antes de quedarme dormida me
acordaré de la tarta. Quizás no sea la imagen más carismática con
la que una puede despedirse de la vigilia. Quizás esta elección
casual de mi mente diga algunas cosas de mí y de mi manera de dar
contenido a los días que me han tocado de vida.
Me acordaré de que fue recibida como si
fuera la mirra del rey Baltasar. Daré pues las gracias por tener a
mi lado a gente capaz de conmoverse con regalos efímeros. Me sentiré
recompensada porque alguien vea como un don el tiempo que empleé
haciendo algo así de modesto. Y en cierto modo, si hay tiempo antes
de que caigan mis párpados, me sentiré una tramposa. Porque
mientras sacaba ingredientes y cachivaches, mientras me daba a la
danza del aplasta-amasa-funde-monta, y me embelesaba con el
movimiento de mis brazos, la regalada era yo. Cocinar es ese truco de
magia en el que el mago es el principal hechizado.
Mi tarta tenía tres capas de chocolates
distintos, y recordarla me traerá, después de la capa basal de
alegría, una capa de congoja. Chocolate blanco y empalagoso,
chocolate amargo. Una tarta como los tres vasos de té que se beben
en el desierto. En ese instante interminable que tanto debe de
parecerse a la vida rebobinada al morir, sentiré una nueva punzada
de duelo. Otra vez me resultará un poco siniestro sacar una tarta de
la cocina para celebrar el cumpleaños de un íntimo. Otra vez me
imaginaré que estoy oficiando un sacrificio humano. ¿Exagerado?
Seguro. Pero ¿cómo podemos celebrar despreocupadamente que la gente
querida vaya dando pasitos hacia su fecha de caducidad?
Una tarta de cumpleaños convertida en
una especie de epifanía venenosa, en un capirotazo. La muerte no
será ya tan prestigiosa porque vaya a llevarme a mí por delante.
Eso no tendré que aguantarlo yo mucho rato. Pero tarde o temprano
irrumpirá como un ejército de excavadoras en mi historia para
fragmentar impunemente su hábitat. Esquilmará su biodiversidad.
Convertirá en alucinación alguna vieja y bendita rutina. Te irás
tú o tú o tú, y entonces yo me preguntaré en qué andaba
pensando, por qué no me bebí cuando pude cada uno de tus gestos y
de tus palabras.
Antes de que el sueño venga a mi
rescate, me aterrará la posibilidad de verme de un día para otro
dialogando con un nuevo fantasma. Pero quiero creer que esa
desolación no será en balde. Caer en la cuenta de que los otros van
a morirse me llevará a regalarles mi tiempo con una convicción aún
mayor. Quedaba esa capa apacible en mi tarta.
No tiene la pulcritud de las de Torreblanca, pero le sobra amor. Y los reflejos de una mala cámara. |
Pero qué bonita te ha quedado!
ResponderEliminarUn buen rato estuve girándola para que en la foto no se viera la parte en que las capas decidieron montarse en zigzag.
EliminarMe supo agridulce.
ResponderEliminarSabes que no pongo azúcar si no es necesario.
Eliminar