- Menos mal que mamá está muerta.
Después de eso hubo lo que podríamos
llamar una pausa teatral. Como si quedarnos perplejos y huérfanos
fuera algo que lleváramos ensayando desde hacía tiempo. Lorenzo dijo su
frase con una voz cavernosa que yo no le había escuchado nunca,
y que me obligó a mirarlo como se mira a los desconocidos que saben
demasiado de ti. Los cuatro bajaron la cabeza al unísono. Luego Iván
se puso de pie, y nos dio la espalda para estudiar lo que pasaba tras
la ventana. Coches que seguían frenando ante el semáforo en rojo,
gente con bolsas parándose cuando le tocaba. Árboles sin hojas.
Bufandas. Las suelas de sus zapatos rechinaron al cruzar la sala.
Parecían renegar también de la inexplicable decisión de mi padre.
Y ya nadie habló mucho más. Volví a
pararme en la cara de mis hermanos, y en cada una de ellas encontré
la misma rabia. Supongo que pasada la extrañeza inicial, se sentían
traicionados. Ofendidos porque él hubiera desbaratado unas escenas
mortuorias que todos dábamos más o menos por descontadas. El
matrimonio de nuestros padres había sido algo así como un monumento
nacional. Todos habíamos escuchado decir a nuestro
padre, en alguna de las reuniones que organizó cuando se sintió lo bastante enfermo ya, que le faltaba muy poco para reunirse por fin con su esposa del
alma. Y terminó saltándonos con aquello. Ni panteón familiar, ni mezcla de
huesos, ni nada. Mi madre iba a quedarse compuesta y sin marido en el
nicho.
Y yo, ¿qué sentí tras su incineración? Bueno, mamá murió
hace seis años, y suelo pensar en ella todos los días, pero en esa
ocasión su sentimiento de agravio post-mortem no fue ni mucho menos
la mayor de mis inquietudes. Estaba un poco mareado, la verdad. Como
si mi memoria tratara de aferrarse desesperadamente al carrusel
desbocado en que se había convertido todo lo que hasta entonces sabía de mi padre. Quién era ese hombre. Quién cojones era ese
hombre que, sin noticia previa, encargó que esparciéramos sus
cenizas en una playa de Lanzarote.
- Eso habrá que verlo -
Fernando siempre había sido el que se le había parecido más. Todavía no habían pasado ni veinticuatro horas desde que la firmeza y la tozudez de
nuestro padre se habían dispersado sobre nuestras cabezas, y su
hijo mayor era el que se veía más cabreado de todos. ¿Lanzarote?
¿Qué mierda es esta? Fue lo primero que había dicho un par de días antes, al
leer el papel con las disposiciones que mi padre dejó en una
carpetita tan pulcra como todo lo que había hecho en la vida. Los
otros cuatro nos habíamos mirado antes de empujarlo a continuar. Ni una
palabra más, fue su respuesta.
Y no es que mi padre hubiera sido el más
locuaz de los hombres, pero tampoco necesitó nunca palabras para que
estuviéramos seguros de algunas cosas con respecto a él. Llevaba el
secano en la sangre. Despreciaba el clima suave y la blandura que
según él generaba en el alma. Nunca quiso llevarnos a la playa de
vacaciones. Nunca manifestó el menor interés por las islas. Ni
siquiera creo que pudiera concebir la idea de estar rodeado de agua.
Nunca contó chisme alguno sobre noviecitas de antes de conocer a mi
madre. Era de esas personas fiables y serias de las que cuesta
imaginar que alguna vez fueron niños. Su familia era su tesoro, su
paisaje favorito. Era transparente y honesto con todos nosotros.
Siempre se vanaglorió de no guardarse secretos.
Ahora la urna con sus cenizas parecía
hacerse grande sobre la estantería donde esperaba el viaje. Casi
sentí ganas de ponerme a escarbar en ellas en busca de algo que explicara su decisión.
Pero de mi padre ya no quedaba más que eso. Harinilla sucia y silencio.
La primera frase me ha dejado así como patidifusa, pero luego ha tomado sentido.
ResponderEliminarSi los muertos hablaran... no?
Un besitito.
Sí, supongo que con esa primera frase podría haber escrito un par de relatos distintos. Y con lo que callan los muertos podrían escribirse novelas.
EliminarQue duermas bien , corazoncilla.
Hazlo, escarba y cuentanos lo que descubras.
ResponderEliminarMe gustaría saber más de la vida de ese muerto.
Uy, pues yo también quiero más... aunque sean un parrafillo, anda; aunque sea algo indirecto ...
ResponderEliminar(Madre mía, cuánto universo llevamos dentro de nosotros).
Besos mil
A las dos os digo a la par que, si lo hiciera, desbarataría un poco la intención de desconcierto que quería transmitir, la que produce siempre la vida de los demás.
ResponderEliminarPero también tengo que confesar que por un instante creía haber encontrado el germen de novela que ando siempre buscando. Seguiré dándole vueltas a la patata.
Seré de las primeras que vaya a la feria del libro de Madrid a que me firmes tu criatura, si es que la muchedumbre pacíficamente enfervorizada que haya en tu caseta, me deje.
EliminarBichio mordaz.
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