Nos levantamos tan, pero tan temprano
cuando nos toca hacer el censo de conejos, y la ceremonia del
despertar es tan, pero tan parecida a la del resto de días, que
corremos el riesgo de creernos importantes: enroscamos la cafetera
con la persiana de los ojos a medio subir; nos lavamos baba y
legañas; suspiramos como un acusado al que el juez declara inocente
cuando el primer bocado de tostada nos llega al estómago; cumplimos
punto por punto nuestro ritual mientras afuera sólo hay oscuridad y
silencio, con tanta destreza, que es como si nos hubieran encargado
el montaje del nuevo día, de los árboles y la calle y los coches
que empezarán a parasitarla sólo cuando nosotros bajemos a ella.
Pero con solo encender la radio, la presunción de ser gallos
desaparece. El mundo no estaba esperando a que nos levantáramos. Ha
estado funcionando o dejando de funcionar exactamente igual que ayer,
autista como todos los días.
Y la radio amenaza otra vez nuestro
estatus de animales saciados. Alguien con unas entrañas muy
discutibles se atreve a decir, mientras tú duermes, o ríes, o le
miras el culo a la vecina, que a unas criaturas que nadaban
agónicamente en Ceuta, hace poco más de diez días, se les disparó
con pelotas de goma sin más objetivo que marcarles por dónde va la frontera entre España y Marruecos. ¿Se puede seguir desayunando después de
eso? Me veo obligada a decir que sí, que se puede seguir engullendo
y durmiendo y riendo y deseando al vecino, por más que la falta de
compasión se siga jactando de su dominio.
Una raya invisible en el mar. ¿Quedaba
alguna duda de que la abstracción también mata? Contra esa certeza,
sólo queda aferrarse a la tangibilidad de las cosas que entran por
la piel y por la mirada. Lo más seguro es que ni siquiera sean sólidas,
que no te puedas fiar mucho de ellas. Pero cuando para atravesar un
barranco no dispones más que de un frágil puente de tablas, lo
mejor que puedes hacer es desviar la mirada del fondo y poner tus
pies ahí donde tu lógica y tu apoyo se tambalean.
Yo sé que la belleza intrigante que
tiene conducir de noche por una carretera comarcal nunca salvará la
vida de nadie. La niebla horadada por los focos. Los árboles
desnudos en el arcén, semejantes a garras o a ángeles de la guarda.
El consuelo de ver cómo un amanecer aunque sea nublado se levanta
como la carpa de un circo. Mi dolor de cuello por estar mirando
desesperadamente a ver si otro de esos cómicos conejos salta a
nuestro paso y, cuando eso ocurre, la seguridad de que una red
intrincada de vida sigue haciendo su trabajo. Mi mano izquierda a tres dedos de
tu rodilla. El vaho que demuestra que soy todavía una criatura
caliente. Nada de eso evitará que
haya quien se siga ahogando.
Pero si sigues ahí firme para
registrarlo, quizás logre rescatarte de una opresiva sensación de
impotencia.
(Esta no es una penita pequeña)
Quisiera gritar hasta que se hundiera el mundo...
ResponderEliminarBueno, mejor si flotamos o reflotamos todos.
EliminarNo, no es una penita pequeña, es inmensa, como el mar oscuro que tuvo la misma falta de compasión que los que dispararon esas pelotas de goma, pero aquí seguimos, como siempre...
ResponderEliminar(¿sabes que se me ocurrió pedirte una especie de "post de encargo" sobre esta noticia?)
¿Sabes que me encantaría recibir una lista de encargos?
EliminarEl mar es indiferente, no tiene neuronas ni corazón. El que, teniéndolos, se muestra igual de indiferente, no es un criminal quizás, pero poco le falta.
A mi me sorprende la capacidad de los tiradores para saber exactamente (¡¡¡¡¡y en el agua!!!!!) por dónde andaba la frontera...esa rayica aleatoria.
ResponderEliminarEs delirante, ¿verdad?
Eliminar