Tienes algo dentro. Demasiado, quizás, y
demasiado estancado. Tienes un corazón parecido a uno de esos
armarios llenos de bolsos viejos y apuntes a los que nunca terminas
de meter en vereda. A lo mejor escribes un diario desde que tenías
catorce años. A veces relees esa libreta a la que sólo tú tienes
acceso y te parece como si unos duendecillos la rellenasen por ti
durante la noche, como en los cuentos. Hay ahí una voz que a duras
penas reconoces, si la comparas con la que te oyes pronunciar cuando
desayunas junto a tu marido o tu novia; cuando el lunes comentas las
vicisitudes de tu fin de semana con los compañeros de trabajo;
cuando intentas hacerle comprender a una tutora que en
casa tu retoño sí que ordena sus trastos cada vez que se lo
solicitas con buenas palabras. Te pasas el día explotando la
dimensión instrumental del lenguaje. Y mientras, las vivencias se
acumulan en tu interior como el lodo en el fondo de un embalse.
Desordenadas, inexpresadas. Cargadas todavía de energía emocional,
igual que bombas oxidadas de una guerra sucedida hace ochenta años.
Tratas de usar tu libretita como un plano para saber dónde
encontrarlas. Y a veces das con una de esas vivencias enterradas en
tu mente o en tu carne, o tu día te trae otra especialmente
memorable, un encuentro de sólo dos frases que viviste como el
meollo de una novela, o la manera en que la luz de la tarde reventaba
sobre el retrovisor de tu coche, y te das cuenta de que el embalse se
ha colmado definitivamente, y de que necesitas cantar, gritar,
proclamar todo el dolor y la belleza del mundo, y de que a tu lado no
hay nadie.
Entonces es cuando decides empezar a
escribir un blog. Por qué no. Lees dos o tres habitualmente;
participas incluso con algún que otro comentario que siempre es
bienvenido, cosa que te hace sentir un calorcillo de fraternidad en
tu corazón solitario como el de todo humano. Observas como un voyeur
ese tipo de interacción entre gente que se comprende, y se completa
y se hace coros y se retroalimenta. Eso es lo que tú quieres. Eso, y
abrir la espita de la pasión. Pero ¿por dónde empezar? ¿Cómo
aprender a manejar a potenciales lectores como si fueran tu rebaño?
¿Has intentado alguna vez meter en un corral a un puñado de
gallinas insurrectas? ¿Y qué se puede decir, o qué no, hasta dónde
puedes llegar? ¿Cuál es el entrenamiento más adecuado para no
empezar muy fuerte y abandonar demasiado rápido, mortificado por las
agujetas? ¿Qué puedes hacer para que todo lo que escribas no te
huela a mierda?
Las respuestas a estas y otras preguntas
las buscas en los mismos blogs que admiras, en manuales de
escritura creativa, en los casi lujuriosos discursos que algunos de
tus escritores favoritos componen sobre su oficio, en la barrita del
Google. Así es como vas cosechando instrucciones. Un montón de
normas y consejos y recomendaciones que apuntas en otra flamante
libreta comprada al efecto, y que incorporas a tu sangre como una
transfusión. Pues bien, yo no voy a sumar ni una instrucción más a
tu lista. En cambio, me propongo para sopesar contigo algunas de las
que has aprendido ya a dar por sentadas. Esta que viene te sonará.
Tanto como el Amarás a Dios sobre todas las cosas.
Verás, te dirán que escribas todos los
días. Es un buen consejo, desde luego. Un pilar maestro sobre el que
edificar el lazo inquebrantable entre tu experiencia y la palabra. Te
dirán que no se llega a correr una maratón sin gastar suelas a
diario. Que el camino se hace andando y que la virtud requiere
práctica, práctica y más práctica. Este precepto se grabará a
fuego en tu mente. Y yo, por experiencia, sólo te digo: ten cuidado.
Si te lo tomas al pie de la letra, corres el peligro de darte de
bruces con una necesidad impuesta, con la vocación salvaje de
alguien con el que tal vez no tengas mucho en común. Como si se
tratase de cualquier otro mandamiento religioso, quebrantarlo te
parecerá un pecado. Hará que te sientas un fraude, si un día no
encuentras material digno, o aliento suficiente, o si la vida cruda
llama insistentemente a tu puerta. Sentirás que estás abortando.
Que eres un diletante o un blando. Que no eres nada serio. Que, por
más que lo desees, nunca vas a convertirte en escritor.
Así que, antes de confiar ciegamente en
un credo ajeno, procura encontrar el ritmo que mejor se adecua a tu
naturaleza. Eso sí, siempre que tu intención de escribir no se
convierta en algo errático. Es sano y útil convertir la escritura
en un hábito tan regular como el de la ducha, pero mira lo que te
digo, tu olor personal no va a tirar a nadie de espaldas si no te
duchas a diario. A mí, por ejemplo, me viene bien un día sí, un
día no. Me da espacio para seguir viviendo en el mundo de las cosas
tangibles, pero no supone una ruptura en mi compromiso. Otras veces
encadeno dos o tres o más días de ejercicio, seguido de otro de
descanso. Más que descanso, es una manera de salir a respirar en
superficie, como las ballenas. Procuro no pasar más de un día sin
escribir, no porque tema que vaya a anquilosarme o porque la
conveniencia del oficio así lo demande, sino porque soy demasiado
glotona como para privarme de un alimento tan rico como el de ordenar
las emociones propias en frases. Mantengo con la escritura una
amistad íntima, más que una férrea y monolítica relación
matrimonial.
Y dime tú si no tienes alguno de esos
amigos a los que no precisas ver o hablar todos los días para que
entre vosotros fluya la simpatía o el humor o la comunicación.
Me encanta tu anticonsejo y quiero que sepas que me encanta ser una de tus gallinas insurrectas.
ResponderEliminarLeerte es un placer, sea cual sea tu método, mi querida S, siempre lo es.
Un besito.
Por ser tan mona te promociono de gallina a pavo real.
EliminarOtro beso para ti.
El ritmo es importante, muy importante, pero creo que lo imprescindible es querer escribir.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho el post, espero los siguientes.
Claro que es importante, pero siempre que a uno no lo lleve con la lengua a rastras, por encima de sus posibilidades iniciales, y que el ritmo de otro no le haga coger aversión al ejercicio.
EliminarSeguiremos informando! Que te haya molado sí que me da toneladas decalorcillo fraternal.
Me gusta que me cuentes cosas y como me las cuentas.El ritmo, el que a ti te vaya bien.
ResponderEliminarEsa es una lectora complaciente.
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