Ayer,
justo después de darle a la tecla de “Publicar”, me dio la
impresión de que el post que acababa de sacarme del magín era un
usurpador. Porque ayer tocaba celebración. Gratuita, es verdad.
Dejadme que me repita: ¿tiene importancia que entre dos sucesos
medien exactamente 365 días? ¿Por qué tiene que ser menos valioso,
o menos emblemático, el día 469º? Pero, bueno, en la vida hay tan
pocas cosas gratuitas, y ya he desprestigiado tantas veces los
aniversarios. Ayer esta criaturita cumplía exactamente un año, y yo
no canté “feliz, feliz en tu día”, ni caí en comprarle un
pastelito y una vela. Y por eso llevo cerca de veinticuatro horas
intentando acarrear material mental alrededor de la palabra “blog”,
con la misma urgencia culpable de alguien que colocase regalos bajo
el árbol de Navidad un 8 de enero. Y no me sale nada. ¡Nada! Soy
incapaz de resumir con agudeza lo que este año ha supuesto para mí,
igual que soy casi casi incapaz de explicar las razones por las que
determinado libro me ha enamorado.
Aunque
es posible que todo lo que me gustaría decir ahora resulte
superfluo. ¿O no es verdad que a lo largo de las 207 entradas que
llevo publicadas he aludido ya, directa o indirectamente, a mi
experiencia bloguera?
Os he hablado de las razones que me impulsan a la hora de escribir,
del modo un poco imitativo, un poco a la manera en la que aprenden a
hablar los niños, en que fue fraguando este blog. Le
he dedicado tiempo y espacio a cuestiones puramente artesanales, como
la apariencia que elegí para mi, glup, producto, o la de quebraderos
de cabeza que me cuesta ajustar los horarios y la periodicidad de mi
escritura. (No pongo enlaces porque es hora de cenar. Acudan a la
etiqueta de “Metatonterías”, cenutrios queridos) Y no creo que
descubra hoy la pólvora si confieso que haber transformado aquel
pasatiempo más o menos pasajero que hasta hace un año era escribir
ha hecho de mí una persona más robusta, más atenta y más tenaz.
Y,
sin embargo, siento que se me escapa algo de esta experiencia. Que,
apremiada por la pulsión de vivir – escribir – publicar, no
necesariamente en ese orden, ni de manera sucesiva, me he olvidado de
pararme a reflexionar sobre mi relación íntima con el blog. Hoy,
que he decidido regalarle a mi niño una confesión sobre lo que
significa para mí, no encuentro ni emociones precisas ni palabras
adecuadas para capturarlas. ¡Mal, muy mal!
A
las 12:30 de esta mañana mi energía mental patinó a lo bestia.
Llevaba ya cuatro horas haciendo llamadas telefónicas oficiales a
completos desconocidos (que, sépalo todo el mundo, es una de las
cosas por las que yo señalaré con dedo acusador a Dios en el día
del Juicio) y, al mismo tiempo, furtiveando unas cuantos párrafos
para este post. Vale que todos los escritores se inflan como pavos
cuando hablan de la forma en que guarrean la página en blanco, de
toda la mierda que escriben a paletadas y que luego pulen, amputan,
descartan. Pero si esos párrafos que yo perpetré en la oficina
salieran alguna vez a la luz, Dios, el rencoroso, me mandaría de una
patada en el culo a un infierno poblado de tellados y coelhos y
danbrownes. Empecé a escribir, lo confieso, porque por dentro soy
carne de reality,
una carta a mi blog personificado. Me quedé tan pancha durante un
rato, oye, reclamando mi derecho de repetir, como cuando tenía ocho
años, la fórmula “querido diario”, o de dirigirme a mi criatura
igual que entonces lo hacía con el presentador del telediario.
Y
escribí cosas deleznables como que hacerlo de manera cotidiana, en
el tablón más o menos público que es un blog, hace que te sientas
una persona un poco más importante. No. Más enjundiosa. De repente
te ves envuelta en un proyecto que llevas contigo a todas horas,
mientras trabajas, cuando lees un libro, al tomarte una cerveza en un
bar, cuando te vas a acostar. Colándose por un retorcido atajo
psicológico, esa fijación se convierte en una especie de misión. Y
te extraña que nadie se dé cuenta de que, de alguna forma, estás
señalado, como los héroes griegos. Quieres que todo el mundo te
pregunte por tu blog, quisieras darle la murga a todo el mundo, igual
que las madres primerizas. Lo revisas cada hora, rastreando visitas y
comentarios. Quieres que te transforme, que irradie a través de ti,
que transforme un poquito al mundo, que le sirva a alguien, que
reconforte, que dé y te dé compañía. Quieres dejar una huella.
Porque, reconozcámoslo, todo el mundo lleva dentro de sí una
pequeña y codiciosa vocación de liderato. Y tratas de sobrellevar
con sudores, y de compaginar tus deseos con el hecho de que la
blogosfera, igual que el globo terráqueo, es masa, y que más vale
prestarle atención a los efectos vitales de tu escritura sobre ti misma,
que a su influencia en ese montón incalculable de gente que se llama
“los demás”. Todo eso escribí. Chimpón.
Y
también me puse una manita en la frente, muy teatral, lamentando que
no se me ocurriera ningún plan imaginativo para celebrar este primer
cumpleaños: un concursillo, un desnudo, un cambio de imagen virtual
o de rumbo literario, cosas de esas espectaculares que pueblan el
internel. Hasta que por fin, con la panza todavía llena de ensalada
de alubias rojas, me levanté de la siesta. Recompuesta y ecuánime.
Fresca como una lechuga del Mercadona. Sabiendo cuánto sobra este
ejercicio de reconocimiento, porque el único fasto que se merece
realmente el aniversario de un blog es seguir escribiendo.
Pues ahora sí: FELICIDADES!!. Sobre todo por tu tesón y por cumplir contigo misma lo que te prometiste. Escribir. Y por si quedaban dudas, a mí me encanta.
ResponderEliminarBesicos
Laura
Sigue criando a tu criatura,nosotros disfrutaremos viéndola crecer.
ResponderEliminarBesos.
Como mínimo este blog es el registro innegable de tu propia fortaleza, de cómo eres capaz de hacer lo que te propones y vencer la espiral de autocompasión y ensimismamiento que todos llevamos dentro y que, como la timidez, acaba encontrando excusas y caminos mil veces recorridos. Enhorabuena por esta nueva hijuela y un fuerte abrazo, Silvia.
ResponderEliminarLectores son amores.
ResponderEliminarA buen hambre no hay pan duro.
ResponderEliminarFelididades Silvia.
Gracias, hermoso mío
EliminarAunque en el post que publicas hoy, domingo, comentas que hay lectores que no llevan sus deberes al día, me hago la sorda y sigo a lo mío, porque además de leerte me gusta, si puedo, escribir alguna "tontunería". ¿Que podría "saltarme clases"? Pues sí, pero es que siempre he sido una alumna aplicada, y a mi edad me gusta seguir siéndolo.
ResponderEliminarMe asalta una duda que seguro que te parece de lo más tonto: ¿escribir no se parecerá a lo que hace esa gente que va siempre con el ojo detrás de la cámara de fotos?
Y sí, da compañía, y otras cosas.
Efectivamente, queridita, se parece. Estar atento, atrapar lo que salta, pensar en diez encuadres distintos, olvidar una viñeta para pasar a la contraria, tener siempre hambre... Cum laude, Comillas!
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