Buena parte de lo que he
vivido lo he buscado o lo he encontrado en los libros antes mismo de
vivirlo. Mi oráculo, mi bastón, mis fetiches. Me he enamorado antes
de personas inventadas que de reales. He sentido dolores de
decadencia y muerte antes de que la muerte me resultara mínimamente
inteligible. He creído que leyendo aprendía a querer y a dejar de
querer, y más tarde he aprendido que uno siempre llega y se va del
mundo como si fuera la primera criatura viva en la Tierra. El
equipaje de sabiduría adquirida sirve de poco cuando aterrizas a los
momentos de darte por completo o de disolverte. Ningún libro te
enseña seriamente que, en las cuentas de la existencia, el decimal
que te corresponde es insignificante. Ninguno te entrena para la
conciencia de que la experiencia ajena es inaprensible. A la soledad
sólo te acostumbras estando solo.
Pero yo chupo de los libros
como un bebé de su chupete, en busca más de alivio que de verdadero
sustento. Siempre persigo aquel que en cada coyuntura, en cada
empresa, digiera por mí, previamente, un bocado crudo y correoso de
vida. Cuando no sabía explicarme por qué me acostaba cada noche con
la sensación de que me había saltado la salida correcta en una
autopista, busqué un libro. He llenado mi nostalgia de lugares con
palabras a toneladas. Me he lanzado a piscinas de papel queriendo
escribir mejor, respirar mejor, alimentarme decentemente, ser un poco
más consciente, moverme con respeto a las ocurrencias de la
evolución.
Y desde que la naturaleza
empezó a parasitarme he buscado sin descanso un manual de
instrucciones perfecto. Una brújula y, necia de mí, un resumen. Con
eso no me voy a topar, porque cada letra que la naturaleza escribe
engancha automáticamente con el lenguaje completo: no puedes pescar
un pez sin llevarte todo el mar a casa; no es posible apenas entender
esta brizna de hierba sin acabar mirando a las estrellas tarde
o temprano. Pero a pesar de ese reconocimiento de que el espectro de
lo vivo y lo muerto es inabarcable, yo he ido en pos y he encontrado
una llave.
Alguien lo suficientemente
amable como para leer esto que escribo, me recomendó En un metro
de bosque, de David George Haskell. Lo busqué, y comprobé que
su edición estaba agotada; me resigné a soñar a partir del título
y a escribir mi propia versión, mentalmente. En el penúltimo mes
del año recién pasado, como si el amor a veces tuviera recompensa,
la editorial (Turner) tuvo a maravillosamente bien reimprimirlo. El
puro canto al ciclo que es esta obra brotó, se marchitó, fue
descompuesto por mentes que no eran la mía, provocó crecimientos...
y de nuevo brotó. Yo lo he estado mordisqueando poquito a poco, y
ahora su savia se mezcla con la mía. Apúntamelo en la
cuenta, Alguien.
Dentro hay huellas de dedos manchados con tierra, un hoja de ginkgo y muchos picos doblados. |
Si no te interesan lo más
mínimo los gusanos parásitos, los saltamontes, mitocondrias,
micelios, los inextricables flujos de energía y nutrientes, la
profusa textura del mundo, ni te acerques. Hay mucha ciencia y mucho
inventario prolijo, pero ante todo hay silencio. Hay la humilde
conciencia de que lo que se dice es noble, pero lo que no se puede
decir, porque no hay palabras o siquiera experiencia de ello, es aún
más hermoso. Hay violencia y hay quietud. Hay un dedo que dice mira
eso de ahí, qué preciso, qué ajeno, qué acabado y distinto. Y
eso, y eso, y aquello. Pero precediendo al dedo y comprendiéndolo
hay una mirada que, sin palabras, simplemente invita.
Mira. Deja en suspenso tus
plantillas mentales. Olvida el árbol-concepto y acércate al árbol.
Míralo mucho más. Mira hasta que te confundas con lo mirado, hasta
que comprendas con todo tu ser, y no porque lo has leído en este
libro, que el aislamiento es imposible y que tu materia y tu energía
están imbricadas en la matriz del mundo. Mira. Sigue mirando. Sin
expectativa, sin todo el peso, ahora mismo, de tu cultura y tu
aprendizaje. Bórrate y a la vez inclúyete; comprende que tú
también eres naturaleza, un producto tallado por las mismas fuerzas
de supervivencia y hambre que han dado forma a tu objeto de estudio.
Devúelvete adonde pertececes. Intenta escoger un camino que no
deje una estela de belleza aplastada. Llega por ti mismo a la
tesis de que, ante el espectáculo de la vida, en cualquiera de sus
formas, en el bosque, en la paloma de ciudad, en tu codicia humana,
bajo tus uñas, la única reacción adecuada es el asombro.
Me encantas !!
ResponderEliminarMe ha parecido oler de nuevo el bosque de mi infancia cuando caía la lluvia .
Gracias!! Ah, ese olor es narcótico.
EliminarSoy de nuevo esa persona amable para avisarte de que el autor acaba de sacar otro libro con el sugerente título de 'Las canciones de los árboles' (también en Turner). Éste aun no me lo he comenzado, un poco porque me asusta que no cumpla las expectativas... pero vamos, que caerá en breve. Veo que tenemos aficiones comunes (incluyendo a M. Pollan o la afición creciente por los huertos y los callos en las manos). Cuando quieras nos intercambiamos estampitas.
ResponderEliminarSaludos desde Cádiz.
Suttree!! Tengo una cabeza para que me la corten y me pongan encima del cuello una casita para pájaros: te había dado por anónimo.
EliminarSabes qué? Está misma tarde he ido a por la segunda dosis de Haskell. Voy a hacer con él lo que procuro con toda experiencia: vivirlo como si hubiera nacido esta misma mañana y plantarle así un cortafuegos a la expectativa.Así que, hala,empieza a escuchar a los árboles que nos montamos pronto y rápido un club de lectura clorofílico.
Vuelvo a darte las gracias-gracias-gracias. Estoy muuuy a favor de la propuesta de las estampitas.
Un abrazo!
Me fascina como escribes, me asombra, la precision que tienes viendo y encontrando las palabras mas exactas para contarlo, leyendote dan ganas de vivir como tu, de ser asi, de estar ya en ese punto tan avanzado, de no perderse nada.
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