Cuidado
conmigo ahora. Literariamente soy tierra yerma. Mi piel es fina en
los intercambios con el paisaje: también a mí la sequía me asola.
Pasa un día y y otro y otro, y ya no te acuerdas de cuándo fue la
última vez que oliste a lluvia. Un día y otro y otro, y las fuentes
se secan, la inspiración se marchita, las frases se acartonan. No es
un drama: tengo pocos talentos, pero entre ellos está el de ser
notablemente adaptable. Resiliente, que se ha puesto de moda. Mis
cromosomas tienen una cintura ágil: si no llueve, me enrosco como
una rosa de Jericó y aguardo. Y no escribo si las palabras no
brotan. Tan fácil. De vez en cuando miro al cielo. Pero ya no me
impaciento como antes. No voy a sacar santos. No me voy a poner
plumas en la cabeza ni a patear el suelo para invocar a las musas. Mi
ego como escritora está afortunadamente muerto.
Pero
cuidado conmigo, repito. Hay semillas durmientes aquí adentro. Un
día un chaparrón breve te enfanga el coche. Al día siguiente los
solares revientan de tréboles. No hay oído capaz de percibirlo,
pero la tierra seca palpita. Marca un ritmo secreto al compás del
deseo y la mansedumbre. Unas pocas gotas caen y la carrera por ser se
desboca. Yo llevo tanto tiempo escribiendo, con una asiduidad más o
menos cumplidora, que el lenguaje ha dejado en mí sus semillas.
Germina. Brota. Florece. Fructifica. El fruto se abre y la simiente
se esparce por el suelo. Es un ciclo que por fin respeto.
Comprenderlo
me ha liberado de la ansiedad de contar y seguir y seguir contando.
Para mí escribir no es un fin sino un medio. Vertebra mi percepción
del mundo. Propaga la belleza y la compasión que recolecto. Abre
puertas. Con suerte, planta en tu corazón el arrebato de estar vivo
y consciente. Lo esencial es cómo miro y abrazo. Escribir es ni más
ni menos que una herramienta para trabajar en el huerto.
Así
que te lo advierto. Ahora mismo soy una tierra árida y vehemente.
Cualquier cosa que hagas o digas puede ser para mí lluvia. Riégame
con un gesto, abóname con una astilla de historia: seguro que las
palabras me crecen como tréboles.
Silvia... ojalá que llueve alegría en tus campos para que sigas regalándonos tus palabras que colman de paz mi alma al oír una voz hermana, que quiere a mamá Tierra, que vela por ella y por los seres que habitamos en ella.
ResponderEliminar¡Qué bella sorpresa encontrar de nuevo tu texto en mi buzón! Te leí con avidez a esa hora en que la noche aún se pasea y el día se despereza... gracias por acompañarme un ratito. Gracias.
Me debería castigar el cielo con una sequía apocalíptica por no agradecer cuando toca palabras tan llenas de calor como las tuyas, Dolors. Pero que sepas que,cinco días después de leerlas por primera vez, siguen calentando y devolviendo compañía.
ResponderEliminarMuchas más gracias a ti, y un gran abrazo.