A veces, cuando tengo instalada la bruma
en el corazón y me cuesta entender lo que siento, tiro por la vía
rápida y le echo la culpa al paisaje. Igual que las abuelas le
achacan al cambio de tiempo el dolor de huesos o la morriña. Antes
de irme, la sierra era una mole obscena de tan desnuda. Al volver
hace por fin honor a su nombre. Las alturas se han puesto blancas y,
aunque no consigue disipar la amenaza de un verano infinito, la nieve
de lejos me ablanda y me deja con la intuición de que la rueda del
año, tan atascada, se ha movido un poquito. Entre ida y vuelta las
vistas se han metamorfoseado y yo, me parece, también soy
ligeramente distinta.
Salí del valle pirenaico en el que me he
refugiado estos días cuando aún no había amanecido del todo. El
autobús bailaba curvas, ascendía primero trabajosamente, como si
quisiera redundar en la idea de que el verbo marcharse es más
largo y pesado de pronunciar que el verbo irse. Esperaba poder
ver el paisaje que la noche de la llegada me había perdido. Pero el
sueño viejo que traía, los restos de dormidina en el hígado, la
niebla que pronto se adueñó de lo hondo... : las montañas que
protegían el valle parpadearon pesadamente y, mucho antes que yo, se
quedaron fritas. Me quedé con las ganas de saber cómo un pequeño
mundo cerrado y limpio se volcaba y se iba perdiendo en el caudal de
la geografía.
También con la sensación de que todo
había sido un sueño: el otoño tan deseado, los árboles de
colores, la aridez desmentida. Ya en casa de nuevo, practicando el
saludable ejercicio de habituarme a mi propia vida, me asalta a ratos
la duda de si he estado allí de veras. No es que no me fijara
atentamente. Es que el paisaje juega conmigo.
Luego me asomo a la ventana de mi casa,
veo manchas verdes aquí y allá, y vuelvo a saber que la esperanza
dura. Una asociación bochornosa de tan trillada, lo sé. Pero cuando
sientes algo, y al hacerlo dentro de ti se hace el silencio, entonces
todo lo mil veces sabido se refresca. Pasó algo parecido unas
cuantas veces mientras estuve en el valle. Vi un mundo despojado de
actualidad y me pareció perfectamente viable. Vi que hay territorios
por compartir aunque se digan con distintos acentos, y que esos
acentos, como el sotobosque, nos hacen a todos más fuertes y ricos.
Vi lo esencial: aire limpio, naturaleza soberana, gente que ama lo
mismo. Vi árboles que escuchan como personas y personas que semejan
árboles: autónomas, enraizadas y generosas.
Sentí las cenizas gallegas como si
fueran de mi familia. Sentí el dolor estrujando las entrañas aunque
lo que duela pase lejos. Sentí que lejos es una idea discutible.
Sentí el calor de y por desconocidos. Sentí que verdaderamente hay
una hermandad de botas de montaña y alas, espesuras y cumbres.
Sentí fe no en lo que se es, sino en lo
que se defiende. Sentí la sinceridad de gente que no pide beneficios
para sí, sino que la dejen seguir cumpliendo su vocación de
servicio. Sentí admiración, simplemente. Recordé los paisajes que
amo, y volví a sentir el desasosiego de verlos arder, ser invadidos,
secarse, banalizarse. Sentí que yo no era la única. Y al entender
la determinación de los que también se sienten así y no están
dispuestos a rendirse, sentí consuelo y orgullo.
Sentí que el corazón se me volvía cada
vez más verde. Y siento ahora, en casa igual que entonces, que el
valle no queda lejos sino aquí mismo, y que aquella hermandad de las
botas no fue en absoluto un sueño.
Detrás y entre estos paisajes puros hay personas que los defienden. No son un sueño tampoco. |
Pero qué maravilla, Silvia. Ni idea de que pintaba con palabras así. Qué descubrimiento!!!
ResponderEliminarUn abrazo
Luis Cavero Sancho
Silvia,maravilloso!!! un abrazo.
ResponderEliminarJ.Ramon
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarExacta descriptiva! de las sensaciones compartidas por 400 almas que no piden para si. Gracias Silvia has recogido las emociones que todos hemos vivido en el valle! Que difícil hacerlo en un texto con tanta dulzura, precisión y armonía! Me pareces una catedral. Me encantó conocerte de corazón.
ResponderEliminarMe ha encantado Silvia, en tu línea.
EliminarAcabamos de llegar a casa, todavía con los colores del valle vibrando en la retina, casi consigues borrarlos con las lágrimas que han empañado mis ojos.
ResponderEliminarGracias por esas hermosas palabras.
Un abrazo
Acabamos de llegar a casa, todavía con los colores del valle latiendo en las retinas, casi consigues borrarlos con las lagrimas que han empañado mis ojos al leerte.
ResponderEliminarGracias por esas hermosas palabras
Siempre lo olvido pero de hoy no pasa. ¿Conoce a María Sanchez? @MariaMercromina. Hace poco, bueno unos meses, publicó su primer libro: Cuaderno de Campo.
ResponderEliminarNo se si en alguno de sus blog lo ha comentado porque estoy convencido de que le encantaría. Y a ella lo que escribes.
Bueno, ahí lo dejo.
Sílvia debe ser una chica de traje verde que escrive de color rosa,con mucha sensibilidad. Una gran descripción, que comparto.
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