Estimado señor de la Fuente:
Disculpe
que no me dirija a usted usando su nombre propio, ni mucho menos lo
llame amigo. No creo que pueda permitirme esas confianzas, porque
aunque yo sepa quién es usted desde siempre, ninguno de los dos
hemos tenido la oportunidad de que dirigiera mi vida de algún modo o
la cambiase. No crea que no me entristece. Pienso en lo cerca que
está usted del corazón de mucha gente a la que quiero y admiro;
hago cuentas de las veces que me han dicho que una trayectoria sólida
de amor a la naturaleza fue catalizada por su presencia rotunda y su
obra; e inevitablemente siento la nostalgia de quien se ha enterado
demasiado tarde de la celebración de una fiesta.
Pasa que nací sólo unos cuantos años
después de lo debido. Pasa que usted murió prematuramente cuando yo
no llevaba más que quince meses en este abigarrado y paradójico
planeta. Pasa que usted es la conmoción y la leyenda de otros, y no
mis propias conmoción y leyenda. Le tengo un respeto aprendido y un
cariño de prestado. Sentimientos de los que seguramente carecería
si no fuera por sus intermediarios. Lo quiero a usted como se quiere
a las chancletas de una madre, al pijama del marido, a los Sandokán
y Naranjito y Petrovic que hicieron vibrar a mis íntimos. Su
presencia en mi vida es un agradable ruido de fondo, una canción del
verano, una impregnación tan larga que pasa desapercibida. Una
caricatura, incluso. No hay antes y después de usted. No hay boca
abierta delante de la tele ni ojos improntados.
Y lo lamento, nuevamente. Siento la
congoja que quizás deben de sentir los hijos cosechados en un banco
de esperma. Mi vocación naturalista tiene uno entre cien mil padres
desconocidos. El cruce efímero de biografías no me ha permitido ser
su huérfana. Y créame que yo vengo necesitando una figura poderosa
que me encauce. Esa vocación es segura pero tardía. Han tenido que
caer muchas hojas y volver muchas primaveras para que la forma de mi
amor se revelase.
Por eso
ahora me encuentro con que tengo malformaciones de crecimiento.
Desconozco tantas cosas: tantos actores, tantos vínculos, tantos
porqués y tantos nombres. Antes pensaba que la taxonomía carecía
de importancia, que acumular especies cifradas en una lengua muerta,
de plantas, de pájaros, de insectos, era una variedad blanda y
benigna del síndrome de Diógenes. Ya no soy tan arrogante. Ponerle
un nombre a cada cosa es una tarea de Adanes. Lo dice la Biblia, y
aunque para mí eso no sea un refrendo, sí que es una fuente de
belleza. El canto del reyezuelo sencillo es distinto del canto del
reyezuelo listado. El sábado pasado me lo enseñaron. En otro tiempo
hubiera dicho pues
vale.
Ahora sé que el hecho de que cada cosa se llame de un modo farragoso
significa que el ojo y la memoria aprecian la diferencia y el matiz,
y por tanto, la chalada exuberancia de la naturaleza. No hay
necesidad ninguna de que haya siete especies distintas de reyezuelos,
pero puesto que el arrollador brío de la evolución ha sido
maníaticamente capaz de imaginarlos, sí es un acto de admiración
poder distinguirlos. Es necesario.
Pero dime, Félix, ¿quién me cataliza a
mí? ¿Y de dónde saco yo ahora un tutor que me corrija las
deformidades? ¿Qué leo, a quién acudo? ¿Quiénes son los guardianes
de los nombres? ¿Quién podría secar mis lagunas sin marchitarme?
¿Podrías tú mandarme una bibliografía
desde el lugar que seguro que compartes con los animales muertos
malamente, de forma prematura? ¿Eh, amigo?
No te cansas de escribir tan bonito, joía???... Qué lástima que mi brother no tenga face... le encantaría.
ResponderEliminarHay otras herramientas, querido.
Eliminarhttp://bajolosarboles.blogspot.com.es/2016/02/queridos-amigos_2.html?m=0
ResponderEliminarYo sí llegué a tiempo.... alguna ventaja tenía que tener ser más viejuno que usted! 😉
Y haber conocido a Lauren Postigo en su sazón, eh, eh?
EliminarTantas personas de la "cultura oficial" que no influyen ni a su propia sombra...
ResponderEliminarEn fin, continuamos haciendo la nuestra.
Saludos,
J.
En este caso, algunos de los realmente influenciados podrían hacerle sombra al influenciador. Lo digo con amor e imparcialidad.
EliminarEs imposible querer a Petrovic si no eres yugoslavo. (Yugoslavo, no montenegrino, ni servio, ni croata..) A Petrovic se le admira pero no se le quiere. ¡Era un cabrón! Sobre todo los que vimos como fulminaba al Real Madrid en Europa con la camiseta de la Cibona de Zagreb. Luego nos devolvió algo cuando el Madrid tiró de esa frase tan conocida: Si no puedes con tu enemigo paga su clausula y tráelo a jugar contigo. Y dicho esto...
ResponderEliminarImagino que el reyezuelo listado no deja de ser una "deformidad" del sencillo, o al revés. Así que si consiguen diferenciarse para que corregir nada. Por que no aprovechar esas diferencias y hacer que sigan todos el mismo camino. ¿Para que un tutor? Con lo bonitas que nos hacen las diferencias.
Un tutor-cosa como el palo que guía a las plantas sin fuste. Un maestro precisamente de diferencias, que te señale que esto es diferente de aquello, y que gracias a ello el mundo es rico.
EliminarHay en el mundo una serie de personas, por otro lado imprescindibles viendo la que se avecina, que poseen una inteligencia naturalista superior. Es decir, que cuando miran al bosque saben qué está pasando, qué órdenes se agitan y se comunican. Saben, como tú, regocijarse en las diferencias y celebrar las interdependencias.
ResponderEliminarCada vez que estudio algo de Gardner y sus inteligencias me acuerdo de ti, es inevitable. Lo que no deja de asombrarme es esta humildad densa y frondosa que regalas. :*