La ciencia me resulta de lo más tierna
cuando se pone poco científica: cuando se mete en el bazar del
corazón, tan lleno de saldos y ropa revuelta, para nombrar fenómenos
que se suponen objetivos. Resulta que algunos árboles de bosques o
parques especialmente frondosos parecen seguir un patrón apocado y
tienden a evitar que sus ramas contacten con las de los árboles
vecinos. Ello genera que entre copa y copa se recorte un vacío por
donde el cielo es cribado, una alternancia de árbol y no árbol que
dibuja meandros, eses y hasta caligrafías de alguna lengua muerta.
Los botánicos llaman a esto la timidez de los árboles, y a mí me
da un poco la risa. Será porque en la escuela me domesticaron a
fuerza de categorizaciones. Lo afectivo no se confunde con lo
aséptico. El saber no ha de contaminarse con sensiblerías.
Me agradezco a mí misma haber
desactivado esos escrúpulos, esa manía de plantar lindes entre
puntos de vista no tan distintos. La ciencia y la poesía pertenecen
a la misma especie y pueden por tanto aparearse y dar frutos y crías.
Desde que se me puso el corazón verde, ya no puedo andar por el
bosque sin escuchar rimas. Sin que el rocío y la savia y mis
secreciones mentales se vuelvan una misma cosa.
Y sin embargo, leo acerca de la timidez
de los árboles y se me pone cara de indulgencia. Automáticamente
imagino a quien describió el fenómeno como a una criatura desvalida
y sin armas frente al despiadado mundo. A mí, que he sido tímida a
un nivel patológico y que todavía llevo encima lo mío, nunca se me
hubiera ocurrido cargarle a los árboles el peso de mi insuficiencia.
No me cabe en la cabeza que ambos términos puedan ir en una misma
frase. Árboles. Timidez. A quién ha podido ocurrírsele. Yo no he
visto todavía al primer árbol cohibido. Sí árboles chalados que
se obcecan en arraigar en paredes de piedra. Sí árboles
hospitalarios. Sí charlatanes. Seres tan sólidos y a la vez tan
livianos que no temen que te acerques, que te dejan estar ahí debajo
con tu falsa importancia y tu vandalismo latente.
Y he leído también de árboles que se
comunican. Se dan noticias, se alertan, se sincronizan. Se conectan
mediante redes tan sutiles y ubicuas como nuestros sistemas de
comunicaciones virtuales. Hablan sin parar idiomas indescifrables. Y
como la ciencia no da con la piedra Rosetta que los traduzcan, nos
atrevemos a personificarlos. A la distancia entre árboles se le da
una connotación mustia, igual que a la distancia entre humanos.
Porque quien se atreve a decir que la timidez es hermosa es que
siempre la ha contemplado desde afuera y arriba, desde la posición
fanfarrona con que se estudia a las larvas.
Vemos árboles que no se tocan y pensamos
en seres retraídos. No en una forma elegante de colaboración y
respeto, no en espacios que no tienen propiedad y por tanto pueden
ser compartidos. Me alejo un poco de ti no porque te tenga miedo o
porque malinterpretemos la compañía, sino por deferencia: el
espacio que te rodea está impregnado de tus mensajes, y si yo lo
usurpo podré entenderte sólo a medias.
Para captarnos debemos dejar canales de
silencio abiertos. Eso es lo que me dicen árboles nada tímidos
cuando paseo o me siento bajo ellos.
Los de mi barrio se toquetean como quinceañeros. |
De tus entradas más hermosas... a aguantar lágrimas... https://youtu.be/5zNMuhRYtz4
ResponderEliminarDe tus regalitos más delicados.
EliminarApasionante...
ResponderEliminarLa biología es ciencia ficción.
EliminarMuchas gracias, comadre de verdes techos...
ResponderEliminarPRECIOSO!
Sabes que acepto encargos con gusto y agradecimiento, así que dale a tu frondoso cerebro.
Eliminarufff! puede derraparme la neurona tela!
EliminarEso de soltar la bola y que se la trabaje otra, es mucho morro por mi parte...
Aunque esta vez el resultado va sido magistral!
Daleeee. Veo tu morro y subo la apuesta.
EliminarNo se tocarán por sobre la tierra, que debajo de ella, sus raíces, son un festival de toqueteos...
ResponderEliminarSaludos,
J.
¡Pornográfico!
EliminarUn abrazo
Te escribo, mujer de bosque, desde la sala de profesores del instituto donde trabajo. Veo árboles dispuestos uno al lado del otro meciéndose al viento. No sé qué dirían ellos de los árboles tímidos. A mí se me ocurre pensar en árboles generosos que no se tocan para dejar filtrar un poco de luz, un poco de sol... A mí me llaman especialmente la atención esos árboles profundos y serenos que, a veces, parecen llamarme a su lado buscando un abrazo entre un ser de dos patas y uno de múltiples raíces. Sea como sea, qué hermoso poder pasear, dormir, sentarse a su lado... ¡Gracias por tus palabras!
ResponderEliminarGracias siempre a ti, Dolors. Me pongo toda blanda y alegre si me llamas mujer de bosque.
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