Mi padre y yo paseamos junto al mar la
primera mañana de otro año. A veces, mientras ando, pienso. Otras
simplemente me enamoro de tener cuerpo. No, tener no es la
palabra: me enamora ser un cuerpo. Hoy, cómo no, me
identifico con mi juego de piernas y con la mecánica lenta pero
inflexible de mis pulmones, par de fuelles, mi corazón
repiqueteando. Pero hoy también es de esas veces en que se me llena
de brochazos la mente. Una frase, otra encima que la tacha. Pienso en
movimiento como vuelan los abejarucos. Esa frase del principio acaba
ahora mismo de posarse.
Mi padre y yo paseamos junto al mar la
primera mañana de otro año.
Mera información, y sin embargo. Tan
reconfortante que me dan ganas de gritarlo. Él unos pasos por
detrás, como si quisiéramos seguir componiendo metáforas y sugerir
más de lo mostramos: dos personas de distintas edades que caminan
moderadamente juntas y se parecen físicamente. Mi padre no es el
símbolo de un modo de ser que me alegra haber superado. Mi padre es
mi padre a secas. La poca playa que no barrió el temporal de
primeros de diciembre sigue cubierta de cañas. Siempre me sorprenden
estos testimonios de tierra adentro. Podría seguir pensando,
emborronar mi conciencia en plan Jackson Pollock, y decir que eso más
o menos es el presente: un medio frágil que un futuro violento barre
y que el pasado invade de restos.
Pero prefiero seguir admirando. Cañas,
rastros de paisajes invisibles en la playa, pulmones, rodillas,
caderas, y otros paseantes que, por ser la hora del día que hoy es,
nos cruzan miradas como si fuerámos miembros de una logia secreta.
No quiero decir mucho más que esto. Esta
forma particular de canturrear mientras paseo. Esta herramienta de
seguir-admirando. Después del año que ha acabado, empieza otro
nuevo. Bueno y qué. Yo ya procuro no simplificar con resúmenes de
lo que ha sido y propósitos para lo venidero. Tan sólo quiero
mantener mi reciente vocación de cuidado. Ni mi padre ni yo vamos a
olvidar 2016 fácilmente. Después de los muelles en las arterias y
el ictus, su corazón y su cerebro van funcionando.
Andar con él. Atender con la mente
limpia a lo que me rodea. Regar con esmero, como ayer a mi jazmín
antes de salir de Granada, con un hilito de agua muy fino, porque si
lo hago con mi tradicional negligencia la tierra que sobra de la
maceta me pone el balcón embarrado. Eso es lo que quiero para el
nuevo año. Velar sin desvelarme. Colocarme a medio camino entre el
descuido y el exceso de celo. Estar a la altura de los temporales.
Repetir, la primera mañana del año que viene, este paseo.
¡Por muchos años!
ResponderEliminarSiempre me gusta leerte,primita linda
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