Aquí debería ir una foto. Pero no es
mía, y parece ser que no es del todo legal compartir material
creativo ajeno, aunque la intención del que lo hace sea aligerarse
el peso del asombro, la conmoción o la belleza. Filtrar el mundo y
apuntar: oh, mira eso. Regalar y que en la esquina de un ojo amigo
algo cambie, algo crezca.
Me he prendado de ella. Hay miles más
hermosas, más subyugantes o mejor compuestas, pero esta tiene esa
calidad de fotograma que me sirve para calibrar si una imagen puede
llegar a formar parte de mis carnes. Creo que ya lo he dicho antes,
pero lo repito: una foto buena es una pista de muchas otras cosas, un
fragmento de historia que se ramifica por sus márgenes. No es un
suceso autosuficiente que ha sido rescatado de lo mediocre, sino un
eslabón que conecta con realidades que no se ven a primera vista
pero que están ahí sin duda. Una buena foto tiene más de dos
dimensiones. Una foto indiscutible te revela que en el fondo no hay
nada vulgar.
Mírala. Una mujer se echa un trago junto
a su coche, por cuyo maletero abierto asoman cuatro gansos. U ocas.
Todos tan tranquilos. Ella cierra los ojos mientras bebe lo que
sospechamos que no es inodoro, transparente o insípido. No me
preguntes por qué. A lo mejor hay ahí un placer que parece ir más
allá de la necesidad de hidratarse. Se ha cardado el pelo recién
teñido, se ha colocado sus alhajas, se ha pintado las uñas de un
color nacarado. Es domingo. Día de mercado. Una buena ocasión para
ponerse un vestido y ofrecer lo que tiene. No seas malpensado. Ella
tiene sus ocas o sus gansos, y estaría bien venderlas o cambiarlas
por algo. Pero si al final se vuelve a casa con ellas, el viaje no
habrá sido en balde. Algo en ese acicalamiento huele a distancia que
desea ser franqueada. A casa sola rodeada de patatales y pastos.
Las aves no dicen pío. Ni parecen
haberlo dicho antes. A lo mejor piensas que algo no cuadra. Vamos a
ver: ¿cuándo ha metido la mujer en el coche a los gansos, antes o
después de arreglarse? ¿A que no te la imaginas correteando detrás
de un barullo histérico de plumas y picos, con la laca recién
rociada? Es como si los bichos hubieran desfilado solos hacia el
maletero, disciplinados como en una cancioncilla de antes de
acostarse. Como si fueran expertos en eso de meterse en un coche y
esperar con paciencia a que un par de manos suelten unas monedas y
los agarren y luego, bueno, ojalá sean manos también expertas que
no se queden a medias cuando les retuerzan el pescuezo. Es como si ya
hubieran hecho este viaje antes. Exponerse de esa forma para
convertirte en el guiso de alguien: no parece tan mal trato. Así son
las cosas, y para eso las han criado.
Eso es lo que me cautiva de esta foto: su
aire de aceptación y gala. Contemplar en sus márgenes a una mujer
que se arregla mientras silba, sacándose de las uñas la mugre de
toda una semana. Alguien que tiene algo que quizás otros desean. Que
tal vez se vuelva a la casa sola con los bolsillos vacíos y el
maletero lleno de mierda, pero qué importa: aunque el resto de días
a una le retuerzan el cuello, estar ahí al sol justo en ese momento,
con un vestido y un trago, hace que la mugre valga la pena.