Este post de Gordipé, siempre aguda. Y
entonces, la convicción íntima de que este parloteo podría llegar
a ser útil.
Casi todas las veces que me pongo el
ordenador en el regazo pienso si tiene algún sentido mostrarse. Aunque ese
-se de mostrarse no exprese del todo a las personas que
comparten mi cuerpo como si fuera un piso de Erasmus. Habitualmente
mi voz, o una de ellas, o un cóctel de unas cuantas, rebota y vuelve
a mí cuando la proyecto hacia afuera. Escribo con la ilusión de estar
jugando al frisbee y de que alguien recoja este platillo
volante. Pero lo normal es que el texto vuelva a mí como un bumerán.
Y aunque la sensación de estar hablando sola ya no me hace daño, en
serio, algunas de esas veces me planteo si no podría estar haciendo
otra cosa más cómoda o más entretenida. Aprendiendo coreografías
de Bollywood. Masaje tailandés. Corte y confección. Leyendo.
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Pero aquí sigo. Porque a mí también me
llegan otros frisbees. En no importa qué otra parte del mundo
alguien siente la necesidad de revelarse, y de esa necesidad nace un
vínculo. No te conozco de nada, no me conoces de nada, y entonces...
fiiiuuu, o comoquiera que sea la onomatopeya que exprese una
electricidad súbita. La luz y el calor de, por un instante, dejar de
ser una isla. Por eso persisto. Por fe de que lo que yo digo también
pueda hacerle compañía a alguien, no importa dónde ni cuándo, ni
durante cuánto.
Me pasó esta mañana con el post de esta
mujer grande. Sentí que alguien se me ponía enfrente y me decía
“mira, somos parte de la misma especie”. Tu experiencia es única
en sus matices, pero compartible. Hay mucho margen para acercarnos y
darnos calorcillo. El Homo sapiens, como otros primates, es
una especie fundamentalmente sociable. Todo el mundo lo sabe y si no,
debería. El individuo aislado no tiene muchas opciones en un
ambiente cafre. Menos aún si sabes que tras la hostilidad de vivir
toca morirse.
Así que me sentí acompañada. Adivinada
por alguien. Porque yo también siento que llevo una temporada
cambiando. De un modo sigiloso y casi involuntario. No soy yo esta
vez quien dirige. No llevo dirección, ni mucho menos plano. No creo
que vaya a llegar a un destino definitivo en el que asentarme. Pero
no soy la misma de antes. La que me saluda desde tierra con un
pañuelito. Esa que tiene mi cara, un culo parecido al mío aunque
bastante menos duro, pero que es otra persona distinta. Creo que
porque usa otro tipo de combustible. La de antes quemaba expectativa
y deseo para moverse. Quien soy ahora apenas pretende ya llegar a
algún sitio. Está aprendiendo a repantigarse donde pille. Sólo
necesita el juego para calentarse.
Y quizás por eso aquí sigo. Por gusto
de seguir jugando.