En la vida hay encuentros decisivos,
personas que resuelven o arrasan tanto que casi no puedes concebir
que hubiera una época previa a ellas. Son tus pilares estructurales,
uniones que construyen tu trama de tal modo que, poco a poco, con el
correr de tu nueva vida, se difumina la circunstancia en que todo
empezó a fraguarse.
Y luego están los encuentros irrisorios
que no dan ni para una nota al pie de tu historia, anécdotas
perfectamente olvidables que, por algún mecanismo de la
memoria especialmente sarcástico, no se olvidan. Como si tu cerebro se hubiera rayado
accidentalmente en esa pista. Sin un subtexto escondido, sin
moraleja. ¿Por qué vuelve una y otra vez esa cara, ese contexto,
esas tres palabras planas? Cualquiera sabe. Lo mismo sí hay un
subtexto, un recado tan sutil que es como si estuviera escrito en un
idioma de dentro de treinta siglos.
Yo recuerdo de manera forzosa y aleatoria
a un tipo que me conocía. Me topé con él inevitablemente mientras
intentaba abrirme camino en un pub atestado. Tanto tiempo hace
de eso. Cielos, era Nochevieja. Entonces todavía me empeñaba en
simular fe en ese tipo de fiestas. Buscaba mi hueco por la selva de
cuerpos, y cuando no lo encontraba, metía cadera. En cierto momento
mis huesos encontraron resistencia en un absurdo traje gris delfín.
¿Sabes cuando la maraña de un bosque parece tener voluntad
manifiesta de no dejarte paso? A veces el bosque te reclama, y a mí
esa noche me reclamó un par de ojos tan insistentes que parecían
zarzas.
Holasilviafelizaño. A mí no me
sonaba de nada, el dueño de ojos y traje. De casi nada. Tanto
como la cara de la comadrona que me sacó de mi madre. Me miraba, me
miraba, y yo... No supe fingir ni hacer tiempo hasta que mi memoria
viniera al rescate. No hubo ocasión para la diplomacia. A veces soy
insultantemente expresiva. Y él siguió mirándome, miraba, miraba,
no había manera de desenredarme de las zarzas, y miraba y miraba, y
yo nunca he visto tan claramente a unos ojos encapotarse. No sabes
quién soy, ¿verdad? Verdad absoluta. Intenté un par de nombres
en vano. Siguió mirando y mirando sin decir ni una palabra, como si
le resultara bochornoso explicarse. Me miraba como mirarías a un
airbag pinchado, a un antibiótico pasado de fecha: algo que de
ningún modo tenía que fallarte.
Al final no le quedó más remedio que dejarme
paso. Me zafé de sus ojos y me fui con mi desconcierto de diva miope
a otro parte. No volví a verlo ni esa noche ni nunca. Aún no he adivinado quién era. Mi cerebro se ha quedado rayado en esa pista, y
no doy con la moraleja. Nunca olvidaré al tipo del que no consigo
acordarme.
Es verdad Silvia, a mi también me pasa, con una chica que conocí hace...ufff..ni me atrevo a contar los años, cuando vivía en Madriz, tomamos un cafe juntas sin conocernos de nada, una hora, nunca más.
ResponderEliminarTodavía a vces me viene a la cabeza aquel instante, sigue apareciendo una sonrisa en mis labios cuando lo recuerdo.
Un beso