Entonces es cuando aprendes que la
incomodidad es un parásito de tu cabeza.
De lo que vas a leer a continuación
(espero) eso es lo que quiero que entiendas. Perdona si hago tu
trabajo y te tomo por vago. Sé que no lo eres. Que no necesito
aislar ni escribir en negrita esa frase para darle fuerza. Lo
pillarías de sobra tu solito. Pero a mí, mientras vivo, me cuesta
pillarlo. Y mira qué es elocuente la experiencia.
Ahora puedes seguir leyendo si quieres. O
puedes dejarlo, y pararte a pensar cuántas veces te has quejado de
vicio, o te has puesto la tirita antes de cortarte.
Voy al lío. Mírame. Soy esa bayeta
sucia que boquea donde el copiloto. Nunca me has visto tan…
damnificada. O quizás sí, si has compartido conmigo una sauna. Lo
dudo mucho. Me acabo de mirar en el espejito del quitasol. No lo
hagas nunca, si no estás muy seguro de ti mismo. ¿Con qué material impío fabrican estos espejitos? En uno de ellos se vería
granos y pelos improcedentes hasta el busto de Nefertiti. Yo me he
mirado. ¿Segura de mí misma? Bueno, no me quejo de lo que llevo en
la cara. Pero soy un poco morbosa, lo que según el diccionario de la
RAE significa que tengo una atracción hacia acontecimientos
desagradables, o un interés malsano por personas y cosas.
Me gusta verme en el barro. Mírame entonces como yo me miro: la
expresión perlada en sudor nunca fue más oportuna. No creo
haber pasado más calor nunca. Nuncanuncanunca. Ni en el gimnasio, ni
bajo una higuera en agosto, ni en un incendio activo. El uniforme
mojado se me pega a la piel como a una sirena su cola. Llevo pajitos
hasta en el alma. Sirena zarrapastrosa.
Tranquilo, a nuestro coche oficial le
funciona el aire. En palacio ya no andan tan mal las cosas. Sólo
que no podemos encenderlo. La naturaleza de nuestra Misión nos lo
impide. En la hora y media de camino que tenemos por delante la
temperatura del habitáculo no puede bajar de los treinta y seis
grados. Nada de que preocuparse. Con un sol severamente andaluz
cebándose en las ventanillas, debemos de andar más cerca de los
cincuenta que de los cuarenta. Y nada de hora y media. Como muy
pronto llegaremos en un par de horas. No podemos ir rápido. Debemos
evitar vibraciones. Hablar en susurros para que nuestras voces no
generen ondas incómodas. Como si tuviéramos fuelle para cantar a grito pelado La barbacoa.
¿La Misión? Deja de recrearte en mi
pinta, y pasa a lo que tengo entre manos. Los codos pegados al
cuerpo. Con el uniforme mojado, me va a costar despegarlos. Podría
llevar mi carga en el regazo, pero no pesa nada, y no quiero que las
vibraciones de las ruedas se transmitan a ella. Soy una con la
carretera. El movimiento pasa de la rueda al chasis a mis piernas a
mi meollo. Alzo mi carga como una ofrenda.
¿Distingues bien lo que es? Un envase de
huevos. Cartón alveolado, cubierta de plástico transparente, ya
sabes. Y dentro hay...Pues qué va a haber: huevos. De aguilucho
cenizo. Salvados in extremis de haber terminado en revuelto. El
maquinista de la segadora los descubrió a centímetros de
atropellarlos. Tres hurras por los veteranos del campo. Mis huevos
tienen menos futuro que el euro. Quizás estén ya abortados. Sabe
dios las horas que han pasado desde la última vez en que los incubó
su madre. Hemos evitado el traqueteo hasta un nivel mi tatarabuela
en silla de ruedas me pediría un poquito más de caña. Pero los
caminos rurales, la discutible sutileza de los todoterreno
oficiales... Hacemos lo que podemos.
Porque di tú que siguen vivos. Que tras
esa cáscara color crema un trocito menudo de empeño sigue
porfiando. Llevo en las manos un misterio. En cada uno de los cinco
huevos, la suerte infinita de volar, la ruta completa para marchar a
África, el mandato imperioso de no romper la cadena. En mis manos.
Escalofriante.
Y este pensamiento me protege. Mi mente
no se acuerda de sentir aversión por la molestia. ¿Calor? Todo el
del mundo. Pero sin quejas. He protestado por mucho menos antes. He
recrudecido la incomodidad a fuerza de adelantarme a ella y
rechazarla. He sentido dolor antes de que mi carne sufriese, miedo
antes de que lo que asustaba ocurriera.
Y cuando el fastidio o el dolor o lo
complicado llegan por fin, te das cuenta de que puedes aguantarlo. No
era para tanto. La incomodidad es un parásito de tu cabeza.
Si de ahí sale algo que vuele, me paseo por Sevilla envuelta en un edredón |