domingo, 14 de junio de 2015

Cómplices

 
Pienso en las criaturas que tú y yo hemos engendrado juntos, los recuerdos que compartimos.

Tú con tu representación singular del pasado, yo con la mía, y sin embargo, ambos custodios de algo que nadie más ha sentido como nosotros. Tú registraste un diálogo, yo he conservado un olor. Tú le has dado a nuestro recuerdo tu oído exquisito, yo mi peligrosa tendencia a que la ternura haga saltar de golpe los puntos del corazón. Tu capa de información, mi capa: las dos superpuestas formando una imagen que nos supera a los dos. La historia y la percepción de cada uno fusionándose y creando. Hay algo ahí, en nuestras mentes, y a veces creo alocadamente que también en algún rincón físico, que no existiría si alguna vez no hubiéramos intimado.

Hemos puesto un botín a buen recaudo. Somos cómplices de haber vivido.

Es posible que haga tiempo desde la última vez que nos juntamos. O quizás nos vemos todos los días, pero estamos más enfocados hacia el ahora y lo venidero que hacia el tiempo pasado. No importa. No hace falta que reeditemos a menudo lo que sucedió. Incluso es muy probable que no volvamos a coincidir nunca. Triste, o conveniente, pero aceptable. Yo tengo fe en que esa imagen resultante de combinar tu visión y la mía de alguna manera sobreviva.

Yo tendida sobre la panza, con los codos apoyados en la cama; tú arrodillada frente a tu armario, rebuscando detrás de los zapatos hasta dar con tu caja de cartas secretas. Entre las dos las vamos leyendo. Tienen mucha más azúcar que nuestros sandwiches de Nocilla. Nunca las leerá quien las inspiró.

Ya de noche, después de habernos conducido todo la provincia, cargando las pilas en un lugar neutro antes de que cada uno tire a su olivo. Bebes una coca-cola para espabilarte, devoro las galletas que he sacado de una máquina. Hace poco que nos conocemos, y ya sabemos que este humor que compartimos tiene mucho peligro.

Tú y yo surcando el Tajo en el cacilheiro, deseando que termine de una vez un trayecto que debería embaucar la mirada. Mudos; tú severo, yo medio mendiga, incapaces de reconocer que nuestra historia sólo es creíble en películas ñoñas.

Hacemos cola en el peaje del puente, cantamos como descerebradas amímegustalagasolina. El viaje de ida se acaba, la tarde naranja se estira. No nos importa si nos están mirando. Las ventanillas bajadas, las dos morenas y sucias de Algarve. No sabemos dónde vamos a dormir todavía. No sabemos nada.

Un bocadillo de queso en la playa de Bolonia. Hablamos mucho pero también nos gusta callarnos. Poniente, cada uno en su hamaca envuelto en una toalla. ¿Nos hemos quedado traspuestos? Yo me restriego los ojos y me parece haberlo soñado todo. Este paisaje inconcebible, esta facilidad de estar con alguien. Sin vergüenza. Sin hambre.

Has entrado en mi coche casi nuevo para explicarme dónde está la palanca del capó. Me hago la tonta sin necesidad de actuar mucho, porque a tu lado toda la maquinaria del mundo se difumina. Tu mano izquierda trasteando bajo el salpicadero, tu voz de moqueta diciendo aquí, toca. Mis dedos rozando tus dedos. Tu mirada de animal silvestre. La mía abrasada, obligada a la huida. Como lo que después de aquel roce ya nunca más sucedió.

Tu y yo paseando de noche, aprendiendo al unísono el delicado arte de parar y quedarse a las puertas. 

Tú y yo al filo del acantilado, siguiendo el vuelo de la misma gaviota.


4 comentarios:

  1. "...el delicado arte de parar y quedarse a las puertas".¡ Que hermosura!.
    Besos hermosa mía.

    ResponderEliminar
  2. O lo simple y complejo de compartir instantes con otro ser.
    Un besito.

    ResponderEliminar
  3. Tu y yo, siempre los dos...

    Nunca solos.

    Saludos

    J.

    ResponderEliminar
  4. Magistral cruce de historias... :)

    ResponderEliminar