Sólo es una mujer con un pelo fantástico
a la que no he visto en mi vida. Espeso y en cascada, con un
movimiento propio que expresa viveza en cada hebra. Del color de las
cucharas buenas de tu abuela. Si es que tu abuela tuvo alguna vez
cucharas buenas, o cosas que sólo sacara de un cajón los domingos.
El gris luminoso de las películas mudas y la ausencia de complejos.
Una mujer que camina así por la calle, tiesa y elástica como una
caña y con una cabellera en la que no queda rastro del color de la
infancia nunca podrá hacerse vieja.
O más que vieja, decrépita. Alguien que
decidió no teñirse nunca las cañas tal vez con veintidós años
debe de saberlo todo sobre la fugacidad. El color y la tiesura se
escapan, y no hay nada digno que puedas hacer más que dejarlos
marchar sin reproche y despedirlos con la manita. Puede haber ese
acuerdo de mínimos con el tiempo: tú no niegas su poder, él no te
impone impuestos desorbitados. Le ofreces tu cabellera castaña y a
cambio te permite mantener una espalda con garbo. Nada mejor que
estar a buenas con el tiempo que te ha tocado.
Pero a mí el futuro de esta mujer no me
importa. Cómo, si está dejando de importarme el mío. Sólo quiero
seguir mirando su pelo. Qué precioso y qué libre. Imponente como un
elanio. Me gustaría ser capaz de decírselo. Llevo siguiéndola un
rato, señora, y creo que tiene usted un pelo precioso. ¿Qué mirada
me echaría? Se creería que estoy trastornada. Me daría con
educación las gracias y cambiaría inmediatamente de acera. Buscaría
una cámara oculta. Tantas cadenas nuevas en la tele, y tanta gente
queriendo hacerse famosa en Youtube.
Sería algo muy raro y ser raro es malo.
Mirar a la gente con fijeza, una impertinencia. Admirarla francamente
te vuelve sospechoso. No hay que hacer nunca esas cosas. ¿Acaso tu
madre es una mona de Gibraltar? ¿O es que no aprendiste nada en la
escuela?
Diréis que no tiene nada que ver con la
mujer del pelo precioso, pero cada vez que escucho la canción del
principio pienso en concretar mi particular utopía. Siempre elimino
el tráfico y la arquitectura urbana posterior a los años sesenta;
el aceite de girasol en los bares, los asesores políticos y la
codicia. Pongo árboles e islas de silencio, libros gratis por todas
partes y albaricoqueros; borro cemento, tiendas de chinos y hasta el
último par de sandalias masculinas.
Pero en realidad siempre me he conformado
con menos. Un mundo utópico sería aquel en el que no temiera
revelarle a una persona todo lo que admiro de ella. Aunque no la
conociera de nada. Aunque no nos fuera dado ir más allá del
límite que sabemos . En el que nunca llegara a arrepentirme de no
haber dicho a tiempo cuánto me maravillaba tu piel, o qué pelo tan
bonito tenías. Si podíamos ser amigos. Si no te incomodaba que también te
quisiera un poquito.