He dejado la fuente sobre la encimera,
para que se enfríe antes de taparla con papel de aluminio. Dentro de
un rato la cogeré con ambas manos, con mucha cautela, y cuando me
siente en mi puesto de copiloto, la colocaré sobre mis piernas. No
pienso quitarle ojo, a lo largo del trayecto hasta la casa de Jose.
Es un regalo de cumpleaños. Saldré del coche con la bufanda de
metro y medio enrollada en torno a la boca, y como una de las
protagonistas de Mujercitas, esperaré con mi pastel de patata
a que me abran la puerta. Entraré, volaré hacia la cocina para
dejar la comida en esa otra encimera, y volveré adonde los demás me
esperan, impacientes por cubrirme con una montaña de felicidades.
A lo mejor he tenido que llegar a la edad
que hoy celebro para preferir este tipo de regalos a los que los
otros puedan hacerme. Hace un año, la idea de cocinar para
tres personas, y de comer en una casa fría y oscura donde la
enfermedad y la velocidad cruel del tiempo absorben un porcentaje
intolerable de las conversaciones, tal vez no me hubiera parecido el
mejor de los planes para pasar un día que, a pesar de la labor
desmitificadora de los años, sigue conservando un lustre idiota.
Hasta el mismo año pasado, la palabra cumpleaños me seguía
poniendo ráfagas de fiestas sorpresa en la cabeza, imágenes de
platos retirados por una mano cualquiera de una mesa que no era la
de mi casa, vasos tintineantes, una corriente de música disco
punteada por el rasgueo del papel de regalo. Hoy, en cambio, todo lo
que se ha ido larvando en mí conspira para que la que quiera regalar
sea yo misma.
Hace un rato, mientras desayunaba, llamó
mi madre, y volvió a sacar del cajón de frases demasiado íntimas
ese apelativo conmovedor que ella usa siempre en mis cumpleaños y
otras fiestas de guardar: “Ay, la niña más deseada del mundo”. Porque mi madre se casó con diecisiete años, y me tuvo a la avanzadísima
edad de veinte, cuando sus esperanzas reproductoras empezaban a
tambalearse. Mi madre quería serlo más que ninguna otra cosa en el
mundo. Era tan inconcebiblemente joven, que su deseo quizás no se
había diferenciado por completo del de tener esa muñeca que nunca
le pudieron regalar, habida cuenta de la familia que le tocó en
suerte.
Colgué el teléfono, y pensé en algo en
lo que nunca, nunca, ni siquiera en el día de mi cumpleaños,
pienso: en mi propio nacimiento. Así que ahora, con catorce
años más de los que tenía mi madre cuando me parió, trato de
fundirme de nuevo con ella, de recuperar esa conexión puramente
física que se cortó un día como hoy. Le hago hueco a toda la carga
de anhelo con que se nutrió el proyecto de mí misma. Siento, cinco
centímetros justos por debajo de mi ombligo, el mismo bulto de
hipocondría que debió de sentir ella, cuando los meses pasaban, y
las reglas seguían haciéndole visitas puntuales. La desolación del
aborto que me precedió, ante el cual, ahora que lo pienso, me
enfrento con una actitud de pollo fuerte en el nido de un águila,
porque si ese bebé hubiera llegado a nacer, ¿habría tenido yo mi
oportunidad? Me entristece no haber podido conocer a ese hermano
mayor, pero es una tristeza falsa. Y, a continuación, con un
chasquear de dedos de mago, intuyo mi propia irrupción en su cuerpo.
Lo seria que se pone de pronto; la urgencia cómica con que empieza a
utilizar ropa suelta; su mano pegada siempre al vientre, como si
quisiera entender con el tacto esa barbaridad que le está pasando
por dentro, sin su intervención, sin que nadie venga a consultarle
el tipo de diseño que prefiere. Vivo sus planes difusos y su paz,
cuando después de fregar los platos se echa a la siesta; su
expectativa, y el temor puntual de no ser capaz de dar todo lo que la
crianza de este hijo va a exigir de ella; las ganas de que los
malditos nueves meses se acaben ya, al mismo tiempo que las ganas de
seguir embarazada para siempre. Y, por fin, la sublevación salvaje
de las entrañas, y el dolor, y oh, dios mío, qué es esto, y el
pavor, y cuánto va a durar esto, y el dolor, y más dolor, y un
puñado más de horas de dolor, y la extenuación, y después de todo
ese dolor, todavía más dolor, y una burrada de tiempo después, su
llanto y mi llanto simultáneos. La estrofa final de nuestra unión.
Aviso a maledicentes: no estoy preñada. Esto es una bonita manera de expresar: a) la conexión imaginativa con mi mamá, y b) mi vientre plano |
He nacido. Nunca nos paramos a examinar
con mucho detenimiento esas dos palabras, ¿verdad? He nacido: he
salido de otro cuerpo. Me ha alimentado una sustancia que otro cuerpo
no había sabido generar hasta entonces. Y esa sustancia llevaba un
aditivo que sabe dios la cantidad de reacciones químicas que habrá
impulsado en mi propio cuerpo. Estaba espesa de amor y deseo, la
leche que mi madre me donó. Después de ese, ¿quién necesita más
regalos? Ahora me toca a mí recuperar todo el amor arqueológico con
que fui concebida y alimentada, y regalarlo a quien lo que quiera.
Muchas felicidades.
ResponderEliminarAl ver la foto ya pensé que había buenas noticias. Lástima que al leer el texto hayan desaparecido.
Muchas gracias, Paco! Pero nada de lástima: el texto está impregnado de la buena nueva de que soy una amorcito de persona.
EliminarNunca he entendido bien la costumbre muy generalizada por estas tierras andaluzas de festejar más el día del santo de uno que el de su cumpleaños. De hecho yo ignoraba que tuviera de eso (con perdón) hasta que vine a vivir a ellas. ¿Entonces cómo es que sabiendo que "ese" el el día especial de verdad en nuestra vida, tampoco he dedicado más que algunos minutos a imaginar cómo sería? ¿Y la vida de antes? ¿Por qué no se nos habrá concedido el don de poder recordar algo tan cálido, distinto a todo, único e irrepetible?
ResponderEliminarA mí también me hace mucha gracia lo de los santos. Es como si fuera más importante celebrar la pertenencia a un clan de nombre, que el propio nacimiento del singular. Respecto a los meses "pre", sólo nos queda la imaginación.
EliminarBonita recuerda que te leo en un lugar público.
ResponderEliminarChica leyéndote parece que hubieras estado de espectadora en el momento de tu nacimiento.
ResponderEliminar!Que emotivo!
Feliz cumple!!!!!
EliminarEn ciertos aspectos te pareces a Neruda, Generas muchos sentimientos en mi algunos encontrados y otos me dan ganas de fundirme en un abrazo con las dos.
Besos
Lectoraadicta, yo pagaría por, como dice Comillas, poder recuperar la memoria de las sensaciones impresionantes de ese momento.
EliminarSoy yo, qué de tiempo!. Muchas gracias por la felicitación, aunque hayan pasado ya tres días, y esto empiece a parecerse a un cumpleaños gitano. ¿Neruda? Cómo eres. Un abrazo de los buenos.
Felicidades Silvia!, si las qe no somos tus madres nos hemos emocionado, cómo habra sido lo de Madrede!.
ResponderEliminarLaura
Muchas gracias, Lauri. Madrede es de cuarzo por fuera, y de peluche por dentro.
EliminarAiloviuuuu... Aue bonito y bien escribes... So jodia!!!
ResponderEliminarLa plimi
La plimi, la plimi!!
EliminarCuánto tiempo, cuánto tiempo!!