Eres un ser humano y, por tanto, uno de
tus quehaceres es añorar las vidas que te has dejado en los desvíos.
Decide tú mismo si ese quehacer es un desahogo o un lastre. Yo, por
mi parte, no creo haber sacrificado demasiados de mis avatares, al
menos de forma consciente. Ni creo que las alternativas pudieran
haberme llevado a un sitio más digno. Así que el ejercicio no me
hace ningún daño. Sin embargo, al pensar en las razones últimas
que decantaron mi historia hacia quien voy siendo ahora, me da la
impresión de que éstas han sido un poco triviales. Nací en una
coordenada y en un tiempo agradecidos. Más que los grandes sucesos,
me han construido la inercia, la indecisión propia, el goteo
incansable del paisaje en mi conciencia, los enamoramientos fallidos,
el azar de encontrar en aquel lugar a aquella persona.
En cambio, Betty Molesworth podría haber
llorado a quien no fue sin miedo a hacerse luego reproches. Escribir
sus biografías fantasma sí hubiera sido para ella un lastre, porque
su dolor de hija no se curó nunca, ni con la distancia ni con la
vocación de olvido. Más de una y más de cien veces consideró que
ese accidente radical de salir de un vientre concreto podía y debía
ser corregido. Se imaginó a sí misma como una niña de cuento que
al nacer es fatalmente arrancada de un destino radiante, y que tras
una sucesión de peligros y aventuras es devuelta a la posición que
por justicia le corresponde. Lo que a ella le tocaba era dar con otra
madre, una amorosa y comprensiva, una verdadera madre que sustituyese
a Nellie Maud, la mujer que circunstancialmente la había parido.
Hubo momentos en que creyó encontrarla en la figura de Mrs.
Mortimer. La dulce, sólida institutriz que le enseñó a recibir
abrazos y le recriminó más de una vez a su madre lo desastrada y
falta de pulir que andaba la niña.
Pero sin duda la tía Gwen fue su
principal candidata. Se parecía tanto a su padre. Y vivía tan lejos
de Nellie, allá en Inglaterra, donde la nostalgia de una patria en
la que nunca has puesto los pies no tiene ningún sentido. Con esa
otra madre, en un lugar menos rústico, Betty podría haber sido
alguien. ¿Quién, exactamente? Ay, si cada uno supiera responder a
esa pregunta clave. Quizás todo lo que ella deseaba era que la
aceptasen, y que ese poder que da el amor de los otros llegara a convertirla en un ser confiado y fuerte.
Estuvo a punto de conseguirlo. Pero de su
avatar de hija bienvenida no la apartaron, como a mí o a ti, razones
triviales. Betty nunca podría afearse a sí misma no haber
encontrado el hogar en Inglaterra: la culpa la tuvo su maldito siglo.
Primero, en forma de una tuberculosis y del terror al contagio que
tras la pandemia de gripe española de 1918 quedó flotando en el
aire. Después, vaya, fue la guerra. Hitler
invadió Polonia y los apéndices del viejo imperio británico, Nueva
Zelanda incluida, no dejaron tirada en su respuesta a la metrópoli.
Betty ya había reservado su billete en un barco que había de
atravesar el Cabo de Hornos, rumbo a Europa. Sería la primera vez y
sería de lo más excitante, porque esas son aguas míticas, por
peligrosas, y sobre todo porque sería también la última. No
pensaba volver nunca a su país de origen. Adiós, ovejas
omnipresentes; adiós, habitantes ovinos. Adiós, Nellie Maud, puede
que te envíe algún christmas.
Lástima que el barco no llegara a zarpar
de Wellington.
Barco anónimo rodeando el Cabo de Hornos. Quizás aquel en el que no se embarcó Betty |