Me acuerdo de todo el kit de Barbie
Forestal que me fui montando al poco de empezar a trabajar. Las guías
de pájaros y de hierbecillas. El paquetito de gasas y mercromina,
pomada para picaduras y protector labial. Un par de bolsas de red de
las que se usan para ensacar patatas, porque nunca podía estar
segura de que no fuera a encontrar un rodal de setas de ensueño, o
un corazón amable emperrado en que me llevara a casa unos kilos de
naranjas. La navaja que me regaló un compañero al que le contaba
todo, todo y todo, cuando se hacía de noche bajo los árboles. Y mi
brújula. Hoy me acuerdo sobre todo de mi brújula.
La compré nuevecita, en un Decathlon
quizás, pero tenía ese aire vetusto de las cosas que las
tecnologías digitales han relegado a un cajón sin salida. Era una
brújula vintage, tenía una carcasa de latón dorado, y pesaba como
una jornada laboral de catorce horas cuando me la metía en el
bolsillo del forro polar. Me encantaba darle vueltas en la mano y
sentir su tacto frío cuando andaba por el campo. Me encantaba
llevarla, pero no la usaba nunca. Casi nunca. Muy raras veces la
abría con la intención de hacer una práctica de orientación en
algún camino en el que no me encontrara muy perdida. No tardaba
mucho en volver a cerrarla, con un elegante click digno de Willy Fog
que me encantaba. Podía pasarme una hora entera abriéndola y
cerrándola, abriéndola y cerrándola, generando ese click tan
old-fashioned que sonaba como un metrónomo para mis pasos.
Pero no sabía utilizarla. Entendía la teoría, pero no me las
arreglaba muy bien con aquella aguja tan errática. Así que por ahí
anda el norte. Pues mira qué bien, me decía. Eso a mí no me
ofrecía seguridad alguna. Cuando enfilaba mi cuerpo hacia la
dirección que me interesaba, la aguja oscilaba cual política
educativa. El norte era una cosa muy frívola y poco digna de
confianza.
(Fin
del Pasaje Melancolía)
Me acuerdo hoy de mi brújula a propósito
de aquellos Objetivos Alocadamente Improbables. Si trabajas bien con
ellos, si consigues el equilibrio ideal entre lo disparatado y lo
inseguro, te darás cuenta enseguida de que no son un norte
precisamente fiable para guiarte por el bosque de tu vida. Los
OAI tienen que ser lo bastante locos como para que el hecho de
visualizarte cumpliéndolos te haga poner cejas de Ancelloti, pero no
tanto como para que su improbabilidad derrape hacia la fantasía.* Y
ese equilibrio tan frágil sólo puede dar consejos de calado dudoso.
La aguja de los OAI baila como una dama de honor borracha. Y sin
embargo... Es posible echarse un bailecito con ella. Es posible que
los OAI no sirvan para nada, y a la vez te echen un cable. Que no
sean el mejor GPS del mundo, pero te permitan intuir tu posición
relativa respecto a lo que en el fondo, muy en el fondo, necesitas.
¿Qué dise, quilla? |
Mis OAI, a bote pronto y por orden
creciente de improbabilidad, serían hoy los siguientes:
- Llegar a escribir el libro cuya simiente ha empezado a arraigar en mi corazoncito (Improbable, porque no sé si mi cuerpo y mi mente son genéticamente aptos para peoná semejante)
- Comprame una furgoneta como esta (bastante improbable, porque mi plaza de garaje alquilada es de tamaño Playmobile, y porque mi coche de doce años anda todavía de modo bastante aceptable, y porque desembolsos de cuatro ceros me hacen pensar concienzudamente “pa qué, Silvia”)
Mi cumpleaños es la semana que viene. Acepto donativos. - Hacer travesías a pie o en bicicleta por lugares agrestes, dormir con los cárabos, cargar todo lo que necesito en una mochila, vendimiar relaciones en ruta (muy improbable, porque no sé si me atrevería a hacerlo sin cómplice).
- Pedir una excedencia para conocer la experiencia WWOF y partirme moderadamente el espinazo a salto de granja (muy, muy improbable, porque mi padre puede morirse esperando a que le ayude a hacer caballones y exterminar hierbas malqueridas)
- Vivir en una casa de campo, lejos de los coches y de las vecinas con insomnio y de los aires feos y de los apegos urbanos (muy,muy,muy improbable: demasiados ajustes laborales, demasiadas negociaciones sentimentales)
Y podría seguir y seguir,
hasta un grado de improbabilidad muy elevado a cinco, pero
la aguja loca de mis OAI parece que se obceca en un norte más o
menos claro. ¿Alguien lo distingue? Lo silvestre y el aire libre.
Quién me iba a decir que a estas alturas iba a aprender a leer al menos esta brújula.
* Lo siento, Bubo, pero lo tuyo con
Megan y las hojaldrinas no es un OAI, sino un OTF (Objetivo Tú
Flipas)