Tiene que haber una palabra más
“zoológica” que leer para nombrar esto que vengo haciendo
yo con mi e - libro. Alguna que haya que pronunciar escupiendo
saliva, o que ponga en movimiento los jugos gástricos. Porque esto
es devorar con los colmillos brillantes de sangre, incorporando más
vida a la propia vida. Es que te pique el corazón, o esa parte del
cerebro destinada a desencriptar lo que mueve a la risa, y no parar
de rascarte hasta que estés en carne viva. Es, ya lo dije una vez,
algo cercano al fornicio: partes palpitantes que se acoplan
perfectamente a tus vacíos, o desajustes de entendimiento que se
terminan engrasando, o un continuo ir de dentro hacia afuera, de
dentro hacia afuera, y luego de fuera hacia dentro, hasta que dejas
de poder diferenciar lo de dentro y lo de fuera, porque ya sólo hay
un cuerpo, un organismo autosuficiente de palabras cargadas de
hemoglobina, y tú ya no tienes manera de decir hasta aquí llega la
historia y aquí comienza mi vida.
El
formato electrónico parece acentuar ese efecto de disolución. Es
siempre la misma página indiferenciada, el mismo soporte discreto
para un montón de palabras que así, sin un cuerpo propio, sin olor
ni volumen ni constancia de un avance, parecen susurradas por una
garganta invisible directamente en tu oído. Como si fueran otro más
de los componentes fundamentales del aire que respiras.
Y
quizás sea porque me hallo en los primeros días de una especie de
idilio extra-marital, pero el caso es que todavía no echo de menos
el papel fragrante de los libros materiales. El tinte que les da la
edad y el roce de cien manos distintas. La biblioteca a la que uno
entra como a un templo, lleno de fe y reverencia. Las portadas que
parecen pájaros multicolores en una jaula del tamaño de un hombre.
El tacto satinado como unas medias de nailon, o algo basto como la
barba de un dia. Todavía no necesito ese fetichismo para excitarme
con lo que se me está contando.
Ahora
sé que no debería, que tendría que estar lo bastante inserta en la
acción de la escritura como para no dejar espacio a ningún otro
objeto de amor, pero lo cierto es que mi corazón tiene una vocación
multivariable bien desarrollada, y que no veo la hora de cerrar la
tapa del ordenador para ponerme a leer de nuevo. ¿Qué te tiene
así de frita? puede que os preguntéis. Y mi respuesta es:
Salvaje, de una tal Cheryl Strayed. O la historia real de una
lerda inconsciente que se lanza a recorrer a pie, sola, la cadena de
montañas que encrespan la costa oeste americana, desde el desierto
de Mojave hasta chispa más abajo de Canadá, en busca de la persona
sólida y resistente que fue antes de que su familia se deshiciera
tras el cáncer fulminante de su madre. Sólo puedo decir que, a
fuerza de depredación, rascado y fornicio, y de olvidar la
diferencia entre mi adentro y su afuera, me duelen los músculos
todos del cuerpo y la planta de los pies. Voy con ella, paso a paso,
con los hombros despellejados por el peso de la mochila. Soy ella,
cada vez más robusta y más desprendida. E igualmente, me voy
canturreando por el camino que El temor engendra temor. La fuerza
engendra fuerza.
En
uno de los incontables momentos en los que Cheryl la Pardilla está a
punto de abandonar su absurda travesía, se acuerda de la caja de
provisiones que se mandó por correo a sí misma, en la fase de
preparativos, y que debe de estar esperándola al final de la primera
etapa. Esa imagen logra que siga adelante; a mí, en cambio, me
obliga a pararme. Pienso en una caja parecida. En lo que podría
meter en ella para que me sirviera en etapas futuras de mi vida.Y
hago mi propia lista: rodillas ágiles. Unos antebrazos fuertes para
agarrarme bien a los asideros. Todas las raciones que cupieran de
curiosidad y de risa. Un corazón liviano. Atención compasiva.
Bastantes metros cúbicos de aire libre. Comida de colorines. La
certeza de que la brújula de la escritura me llevará por buen
camino. Un avituallamiento salvaje de monosílabos afirmativos.
Confianza.
Y
libros.
Espérame en el lecho, amor |