sábado, 4 de abril de 2020

Primer vistazo de la isla



Sólo puedo decir esto, de entrada: la isla en la que hemos encallado es un territorio demasiado extraño como para que podamos entenderlo de un vistazo. Para ello haría falta sacarnos los ojos de antes. Las fábricas que han parado deberían estar manufacturando ojos nuevos, además de respiradores y mascarillas. O los talleres estar reparando el cableado entre cerebro y sentidos.

Es éste, el cerebro, el que quizás se ha quedado obsoleto, y por eso cuesta entender un mundo en el que de repente no hacen falta semáforos: puedes cruzar la calle un poco a lo loco, pero tocar la almohada que compartes con tu pareja ya no es un gesto inocuo. No entiendes el repentino desarrollo de una precisión virtuosa para esquivar la poca gente que encuentras en la calle. Ni que el volumen al que hablan los pájaros urbanos sigan acoplados a un ruido ausente. Ni las autovías desiertas un viernes por la noche, como sendas antiguas hacia un destino del que ya no quedan memoria ni ruinas.

No entiendes una sociedad que impondrá mascarillas como burkas, y que esconderá la manifestaciones menos sutiles de la sonrisa. Habrá que aprender a leerlas en los pliegues de los ojos. No entiendes todavía el abrazo como una forma de libertinaje. ¿Lo imaginas? Un kama sutra entero de sutiles roces. Nos encontraremos furtivamente para tocarnos la piel delicada donde los dedos se unen.

No entiendes la amenaza ubicua porque aún seguimos pensándonos con el viejo paradigma de la invulnerabilidad. Es lo que tiene ser una especie superdepredadora: que la fragilidad recién adquirida se tiñe con los colores del trauma.

Ojos nuevos. Reparación de circuitos. Cuando se entiende poco, resulta tentadora la idea de que, pasado un tiempo, también nosotros seremos otra cosa. Habrá paisajes del mundo antiguo a los que nos apegaremos tercamente: a todos los ecosistemas de la piel y el tacto. Otras novedades sí querremos adoptarlas, con entusiasmo de nuevo rico. Aclimatarnos a ser criaturas pasajeras. Instalar la mortalidad como premisa. Abrazar lo inmediato. Nos arrancaremos al niño mimado del carácter. Querremos no olvidar nunca que la interdependencia no es una idea vaga sino la forma física de la vida.

O puede que cuando la amenaza se aplaque y los números dejen ya de dolernos recuperemos los viejos ojos fatuos y bailemos otros locos años veinte. Puede que sigamos depredando con desenfreno y olvidemos lo que se siente al ser una presa. No somos una especie precisamente sensata.

Puede. Yo, por mi parte, cogí las tijeras de cocina esta semana y me corté el pelo. Hay algún trasquilón que otro, pero no llega a la categoría de desastre. Habitar un territorio nuevo precisa de adaptaciones. Sí quiero creer que la piel es mudable.


1 comentario:

  1. POr muy tentadora que resulte la idea, creo que seguiremos siendo mas de lo mismo.

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