domingo, 19 de enero de 2020

Mi amiga. La nieve.



La nieve está ahí enfrente, un ejército rival demasiado cerca. Yo me rendiría pronto, si la ciudad cayese. Desde hace un tiempo rastreo las pistas del invierno con ambivalencia. Un odio al que se le han ido gastando los dientes. Una atracción que me cuesta negarme a mí misma. A las siete y media, la mañana todavía oscura, huelo a feromona en la calle. A mis entrañas les sale una sonrisa de lado, mientras me arrebujo en el abrigo. El frío me va gustando como me gustan secretamente algunas cosas que de manera oficial no me gustan. Me gusta en realidad la bofetada del aire en la cara. Me gusta en realidad, casi tanto como me repele, el olor a fruta pasada de los tubos de escape. Me gustan un poco los días grises.

Pero no, la nieve no nos invade. Cosa aristocrática, no querrá mancharse los pies de polvo y grasa. El invierno verdadero es un criatura salvaje. Una animal de pelaje perfecto que tiene todas las papeletas para extinguirse. Antes de escribir he salido al balcón con una taza de té en las manos. Los ojos dicen: alguien ha vuelto a exagerar; ni rastro de nieve. El resto de sentidos: está por aquí, por alguna parte. Noto dentro de la nariz cristales aún invisibles. Oigo un silencio que es algo más que la anestesia del domingo. Siento la nieve en la piel, casi como los caimanes.

Otra cosa que me desagrada pero en realidad no: en realidad los envidio, su piel dura e hipersensible. Los caimanes llevan encima, además de fealdad y prejuicios, unos bultitos pomposamente llamados órganos sensoriales integumetarios, con los que detectan con finura de enamorado presiones, vibraciones, el lenguaje arcano de las ondulaciones del agua. Quiero creer que, si en mi desarrollo embrionario fui delfín, gallina, lagarto, a lo mejor conservo un tímido gen en mis células que contiene el manual de instrucciones para fabricar órganos semejantes. No se expresa, pero está ahí, en lo profundo, un por qué no irrebatible. Por qué no, yo en mi balcón, capaz de percibir un rango de vibraciones inverosímil. Nieve cristalizando a un kilómetro de altura. Pisadas de animales que se esconden. El aire que mueve tu mano.

Entonces es cuando me he acordado de ti, allá en el norte. Me gusta imaginarte así, mirando por otra ventana, ahora mismo, sosteniendo una taza parecida a la mía. Me gusta pensar que tus vistas son menos urbanas. Donde en mi afuera hay cemento, en el tuyo hay madera y piedra. Naranjos desmadejados aquí, olmos que le piden permiso a las fachadas y al adoquinado. En el hueco de tu ventana, robles que no necesitan aprobación ni adjetivos, y que en eso se te parecen. Hoy he leído por ahí esta frase: la mujer que no necesita validación externa es la persona más temida del planeta. Estoy haciendo mi trabajo para hermanarme contigo al respecto.

Me gusta conservar mi fe en tu dignidad de campo viejo, mano curtida, alimento simple. Tu resistencia a los intermediarios. Tu proximidad al paisaje. Tu querencia de cosas apenas elaboradas, sencillas, palpables. Que andes de espaldas a las pantallas. Me gusta pensar en ti como en el refugio de una especie amenazada: lo lento, lo sólido, lo austero y lo callado. Me gusta que te gusten la montaña y el descarnado frío, tanto como a mí me gusta el verde tibio. Que la nieve, después de estas escapadas fugaces, vaya a recogerse a tus latitudes y allí se conserve, inmune aún a los estragos.


Mis montañas, queriendo parecerse a las tuyas.


Me reconforta creer que todavía andas a la busca de una manera de conversar que esté por encima de las palabras. Quizás lo estemos haciendo, tú en tu ventana, yo en la mía, usando órganos que sólo aparentemente han dejado de encarnarse.


1 comentario:

  1. According to Stanford Medical, It's really the SINGLE reason this country's women live 10 years longer and weigh an average of 42 lbs lighter than us.

    (By the way, it has NOTHING to do with genetics or some hard exercise and really, EVERYTHING around "HOW" they eat.)

    P.S, What I said is "HOW", not "WHAT"...

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