domingo, 3 de noviembre de 2019

Nosotros simples



Creo que se me reconoce bien por las calles. Soy esa que anda en mallas de todos los colores con los auriculares malamente puestos y buscando la copa de cualquier árbol, porque mirar las ramas en movimiento es mi puerta de acceso a la psicodelia. Soy la que se muerde la lengua para cantar sin articular sonidos – cantando por dentro, sonriendo por dentro, largando tórridas declaraciones amorosas internas; tanto confinado, cuando lo que realmente me prenda es lo de afuera – pero a la que se le van escapando versos sueltos. Soy a la que a veces se le aguan los ojos, porque la música: sin más explicaciones. Soy la que se contiene para no hacer cantandobajolalluvias. No quiero que me graben ni me publiquen en las redes: soy la que se contiene.

Soy la que escucha vai ser supernós*, y deja de contenerse. Un mucho porque soy rehén todavía de la lengua portuguesa, y un poco porque guau, supernosotros. Quién no sueña. Yo procuro adherirme a la realidad todo lo posible, pero quién tiene tanto músculo o se ha iluminado tanto como para no fantasear con un nosotros mejorado. Nosotros sin lastre, autónomos. Nosotros sin armas y sin defensas. Nosotros ricos en luz natural y espacio. Nosotros atentos. Pocos, retozones y limpios. Nosotros sin contenciones.

Sueño, lo confieso. Y luego se acaba la canción y llego a mi casa derrengada y hago pucheros porque tengo que ducharme y hacer la comida y ponerme el uniforme, y el edén se me escapa. Entonces recupero mi sonrisa de puertas adentro, porque me gustaría que por la calle también se me reconociese una capacidad para absolver y ser compasiva con las vidas pequeñas. Pero el supernosotros se me queda clavado como una espina en la mente. Lo repaso una y otra vez, lo toqueteo, recreándome en ese pinchazo que lastima con gusto, como cuando vuelves del monte cosida a arañazos y te parecen medallas.

Hace un par de días salió sola, mi espina. Todavía no habían caído los chaparrones de ayer y justo antes de ponerse el sol hacía un calor insólito. La costa del otro lado del Estrecho se recortaba lila en el horizonte, tal vez un presagio. Y el cielo se llenó de pájaros. Estorninos desparramándose por el aire, como la lluvia de chispas con que se desangran hasta morir los fuegos artificiales. Los mirábamos arrobados; ellos no, a nosotros. Darme cuenta de semejante simpleza me infundió esperanza. Hace calor y al rato llueve. Los granados refutan en oro el fin de las estaciones. Los pájaros se juntan y se embriagan de sí mismos, ignorándonos. La naturaleza nos desdeña tanto como nos incluye. A nosotros, que no somos la clave o el remate de todas las cosas. Supernós es, con unos pocos detalles más de adorno, poder mirar a los pájaros sin influir en sus danzas.

Las hojas también funcionan sin nosotros


*Escúchala conmigo. Lee la letra, si quieres. Como te ha gustado, déjate de prisas digitales y escucha también Oeste.

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