Creo que se me reconoce bien
por las calles. Soy esa que anda en mallas de todos los colores con
los auriculares malamente puestos y buscando la copa de cualquier
árbol, porque mirar las ramas en movimiento es mi puerta de acceso a
la psicodelia. Soy la que se muerde la lengua para cantar sin
articular sonidos – cantando por dentro, sonriendo por dentro,
largando tórridas declaraciones amorosas internas; tanto confinado,
cuando lo que realmente me prenda es lo de afuera – pero a la que
se le van escapando versos sueltos. Soy a la que a veces se le aguan
los ojos, porque la música: sin más explicaciones. Soy la que se
contiene para no hacer cantandobajolalluvias. No quiero que me graben
ni me publiquen en las redes: soy la que se contiene.
Soy la que escucha vai ser supernós*, y deja de contenerse. Un mucho porque soy rehén
todavía de la lengua portuguesa, y un poco porque guau,
supernosotros. Quién no sueña. Yo procuro adherirme a la realidad
todo lo posible, pero quién tiene tanto músculo o se ha iluminado
tanto como para no fantasear con un nosotros mejorado. Nosotros sin
lastre, autónomos. Nosotros sin armas y sin defensas. Nosotros ricos
en luz natural y espacio. Nosotros atentos. Pocos, retozones y
limpios. Nosotros sin contenciones.
Sueño, lo confieso. Y luego
se acaba la canción y llego a mi casa derrengada y hago pucheros
porque tengo que ducharme y hacer la comida y ponerme el uniforme, y
el edén se me escapa. Entonces recupero mi sonrisa de puertas
adentro, porque me gustaría que por la calle también se me
reconociese una capacidad para absolver y ser compasiva con las vidas
pequeñas. Pero el supernosotros se me queda clavado como una espina
en la mente. Lo repaso una y otra vez, lo toqueteo, recreándome en
ese pinchazo que lastima con gusto, como cuando vuelves del monte
cosida a arañazos y te parecen medallas.
Hace un par de días salió
sola, mi espina. Todavía no habían caído los chaparrones de ayer y
justo antes de ponerse el sol hacía un calor insólito. La costa del
otro lado del Estrecho se recortaba lila en el horizonte, tal vez un
presagio. Y el cielo se llenó de pájaros. Estorninos
desparramándose por el aire, como la lluvia de chispas con que se
desangran hasta morir los fuegos artificiales. Los mirábamos
arrobados; ellos no, a nosotros. Darme cuenta de semejante simpleza
me infundió esperanza. Hace calor y al rato llueve. Los granados
refutan en oro el fin de las estaciones. Los pájaros se juntan y se
embriagan de sí mismos, ignorándonos. La naturaleza nos desdeña
tanto como nos incluye. A nosotros, que no somos la clave o el remate
de todas las cosas. Supernós es, con unos pocos detalles más
de adorno, poder mirar a los pájaros sin influir en sus danzas.
Las hojas también funcionan sin nosotros |
*Escúchala conmigo. Lee la letra, si quieres. Como te ha gustado, déjate de
prisas digitales y escucha también Oeste.
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