En medio del vuelo de una
higuera, sin rastro apenas de ternura. Hojas espesas, rasposas como
barba de tres días. En las tres semanas que he estado lejos se han
hecho adultas. Pero todavía parecen seguir siendo solteras. El sol
no las ha desvirgado: no ha hecho calor suficiente como para que
desprendan su característico perfume a sudor erótico, a abrazo.
Estoy en medio de una sombra seria y casta. Como un soldado de gala
en la fachada de un palacio. A salvo de una intemperie que es casi
peligrosa, de tan benigna.
Me adentro entre las ramas a
veces con el talante de los gatos que se protegen en los armarios. A
veces hay nosequé en mi cabeza. Ganas de. Ganas de no. Una sensación
de volverme líquida. Que me agrada y a la vez me asusta. Me preocupa
que se me dé tan bien estar viva con simpleza. Como están vivas las
hojas. Me he ido desembarazando tan concienzudamente de ficciones
impuestas – la relevancia de lo que soy o lo que digo; el deseo de
ser otras personas o en otros lugares; el derecho de cuna a que me
atiendan - que a veces recelo de si eso es libertad o pobreza. Si he
soltado demasiado lastre y ahora no hay quien me sujete.
En medio del árbol y del
día. En medio del año. Las espigas silvestres de la parcela vecina
ya son por fin rubias. Los días se resisten a dejarse paso. Yo estoy
aproximadamente en mitad de mi vida, y supongo que eso es lo que a
veces me inquieta. A veces me siento en la obligación de decirme, de
reivindicar quien soy, de ser un poco más, antes de que se me haga
tarde. Casi siempre la imposición me pesa. Lo natural y lo humano
parecen tirar en direcciones opuestas. Lo líquido y el deseo de
permanencia.
Cuando sospecho de mi
facilidad natural vuelvo a buscar hojas. Y entonces la facilidad
queda absuelta. Bajo los árboles pasan cosas mudas y milagrosas.
Saber medio explicarlo científicamente no disminuye el asombro. Hay
higos fetales en la punta de las ramas, engordando mientras los miro,
sin que pueda darme cuenta. Parte de la energía de una estrella se
está convirtiendo en azúcar. Parte rebota en las células de mi
retina y me regala la ilusión de que todo es sólido. Hundo un par
de dedos en la tierra. También ahí pasan cosas. Todo tipo de
asociaciones e intercambios. Tan intrincado. Tan sin pensar. Tan
dejándose ser y tan fácil.
A lo vivo se le da bien
estar vivo. Probablemente la frase más idiota del año. Pero hoy me
sirve. Yo también estoy viva, en medio y a merced de lo que venga.
Soy humana y por tanto un trozo de naturaleza. La luz reina en todas
partes: encriptada en los higos pequeñitos, en un alarde de espigas,
dándole sentido a mis ojos, transformada en mi carne. El día se
resistirá hoy también a morirse, y a mí estar a la intemperie y
casi libre dejará otra vez de preocuparme.
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