El desvelo, ¿lo he dicho
alguna vez?, pone a cada cual en su sitio.
Me pregunto cómo he podido
tardar tanto tiempo en crear una etiqueta dedicada al insomnio. En
sentido estricto no puede decirse que me suponga un trastorno. Pero
unas cuantas veces al mes me despierto a horas hoscas, en medio de un
charco de vigilia a medio digerir que he vomitado. Y es como si
andando, andando por una hermosa ciudad europea, de repente fuese a
parar a un barrio que no distinguiera los matices que hay entre
supervivencia y vida. Me pasó la primera vez que fui a Lisboa. Iba
yo, íbamos, andando, andando, arrullados por fachadas y modales no
gesticulantes, y de pronto a las miradas les fueron creciendo
colmillos. Cuando en medio de la noche te quedas a solas con tu
propia mente tienes las mismas ganas de llegar a casa y caer en una
inconsciencia amable.
Lo que pasa a esas horas en
mi cabeza no es precisamente feroz. Tan solo irritante. Es un olor de
día que se ha puesto rancio. Ducharte y tener que ponerte las mismas
bragas sucias. Desfilan en bucle por mi mente todas las posibilidades
de trabajar mi culo en el gimnasio. El mismo párrafo vacuo de un
informe se escribe y se sobrescribe en cientos de variaciones
infinitesimales. Las emociones se vuelven ásperas como un resto de
té que se queda frío. Las expectativas mantenidas a raya durante la
vigilia se desbandan y, especies invasoras, alteran el ecosistema
íntimo. Hay nombres que se repiten como si en vez de un atasco en
los circuitos cerebrales fueran el evangelio. Hay canciones de
verano. Hay una gotera incesante que me repiquetea en el cráneo y me
dice que si no escribo ni vivo una vida ortodoxamente creativa voy a
marchitarme. Hay la consecuente retahíla de cuidados paliativos. Un
al carajo, seguido de arrepentimiento, seguido de una
persecución maníaca de gracias y extrañezas que todavía deseen
ser escritas, seguida de un segundo, monumental al carajo.
Alcarajoalcarajoalcarajo.
Pero entre ese revoltijo de
mierda a veces se encuentran cosas útiles. Un banquito abollado al
que encaramarse. Una lente de telescopio rayada. Unos zancos. Te
subes a ellos y miras el panorama pringoso. Y entonces, por un
instante, intuyes que tú no tienes tanto que ver con la montaña de
residuos. No son ni más ni menos que productos de excreción
cerebrales. Tú no eres exactamente el discurso lineal o disparatado
de tu mente. La vida rica y misteriosa que te anima no se reduce al
twitter simplificador de tu conciencia.
El desvelo se convierte así
en una mirilla por la que espiar la forma en la que opera la mente.
Ese aluvión de representaciones tergiversadas, sentimientos
contradictorios, ideas vagas, no ocurre sólo durante el insomio. De
día la consciencia no es mucho más cabal o brillante. Como mucho se
camufla con lo que se hace. Y lo que se hace y lo que se piensa casi
nunca coinciden. La mente es una ocurrencia sensacional que se le ha
ido al cerebro de las manos.
Vislumbrar eso te pone en tu
sitio. Lo que percibes, piensas o sientes no tiene por qué ser a
priori exacto. Tus prejuicios, tus opiniones, tus explicaciones,
los esquemas que te haces del mundo. No hay una correspondencia
cerrada y estrecha entre la realidad y cómo la experimentas. Eso es
una lección de humildad. Y se agradece. No hay como aprender a ser
humilde para quitarle hierro a la vida que se desvela y evitar
conflictos.
jo, necesitaba todo esto... :_)
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