domingo, 20 de agosto de 2017

Pero saldremos

 
Yo sí que tengo miedo. Aunque este no sea el mensaje que precisamente vende o nutre. No importa. Esto es mi corazón crudo y sin especias, no un artículo de consumo o un saco de pienso. Esto es  un cuerpo sin protección ni tratamiento digital de la imagen. Imperfecto, franco, vulnerable. Sometido al engranaje de la naturaleza. Tengo más grasa en los muslos y en el culo de la que puedo alardear, porque ese es el diseño fisiológico que la evolución terminó encontrando adecuado. Y tengo miedo, como los corzos o las perdices. 

El miedo es la emoción básica de cualquier organismo que pueda convertirse en presa. Básica porque es útil para sobrevivir y porque impregna más o menos una cantidad enorme de experiencias. Lo que pasa es que a veces, casi siempre, al integrar la especie más rapaz de las que habitan el planeta, se nos pasa por alto que ahí fuera abundan los depredadores. El miedo es entonces esa tara, ese corsé que te impide andar ágilmente, esa jaula. Esa celulitis del carácter que no conviene que se vea. Hacerse adulto es estimar que la verdad puede ser contraproducente. Y el miedo es una verdad animal que, como la muerte, habitualmente maquillamos.

Yo no voy a salir a la calle con la frase No Tengo Miedo pintada en la frente. Cómo podría, si lo tengo. Miedo de que una noche, helado en mano, el bochorno desprendiéndose a duras penas de mi piel como la camisa de una serpiente, alguien me aseste un hachazo. Miedo de los conciertos y las estaciones de autobús y los pasos de peatones en el centro. Miedo de ver trozos de carne humana. De correr por mi vida no importa a quién empuje o pise. Tengo miedo de que las fieras no huelan de la manera en que los ciervos huelen a los lobos; que no señalen ostentosamente su presencia como los malos cazadores; que no se distingan de la gente. Tengo miedo de que alguien considere mi paseo, mi despreocupación, mi helado, como una ofensa. Miedo de esa simplificación brutal del nosotros o vosotros. Miedo del rencor contra el que ríe. Miedo de que ni siquiera sea rencor, sino algo más incomprensible si cabe, más escurridizo, difícil de manejar como el vacío.

Habrá a quien mi miedo le indigne. Quien lo llame insolidario. Quien piense que es justo lo que alimenta a la bestia del terrorismo. Quien lo desprecie o lo use para calibrar su propia valía. Pero no, no saldré a la calle coreando lemas de audacia. Saldré a la calle en silencio o charlando con quien tengo al lado, fingiendo hasta cierto punto que a nosotros no puede pasarnos. Con todo mi calor y mi cucurucho de chocolate y coco y mi miedo. Y mi verdad vulnerable y mi risa. 
 

2 comentarios:

  1. Todos tenemos miedo, la cuestión es aprender a no demostrarlo, al menos no tanto.

    Suerte,

    J.

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  2. Yo no tengo miedo. Eso si, si pienso en mi hijo... ¡Me cago las patas abajo!

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