No soy una persona especialmente
organizada. No tengo el talante más práctico del mundo. No creo que
fuera nunca la primera opción para una vacante en la que ante todo
se valorase la capacidad gestora. Para según qué cosas soy un
jodido desastre. Siempre meto la ropa en la lavadora con chismes en
los bolsillos. Tiendo a perder y romper con una frecuencia
preocupante. No sé lo que pago por casi nada. Nunca me acuerdo de lo
que me han costado las compras. Mis rutinas siguen una especie de
espiral mágica, no por un complot feliz de neurotransmisores, sino
porque sencillamente no termino de entender el mecanismo de las
cosas. El cuadro de luces. La fiabilidad de las sillas. Las tripas
del fregadero. La formalidad del despertador. La frialdad de la
nevera. El cerebro y el corazón de mi coche. Confío en que la
realidad sea lo bastante pragmática por sí misma como para que no
me venga a mí con demandas.
Y sin embargo, pese a esta vocación de
cigarra, me sorprende la cantidad de energía cerebral que derrocho
programando el tiempo, atiborrándolo de faenas como si los días
fueran una casa y yo tuviera horror vacui. Llega la hora de
acostarme, y yo me vanaglorio íntimamente de haber cumplido mis
compromisos. Me he acercado a la tienda de productos ecológicos a
comprar yogures y verduras que parecen una marquesa rural
nonagenaria, de nombre sofisticado y aspecto pocho. He cocinado tres
comidas dignas. Martes, jueves y sábado corro. Lunes, miércoles y
viernes, al gimnasio. Menús acordes a la actividad física
desarrollada. Dos post a la semana, si la inspiración responde a mis
galanteos y la voluntad dura. Llega el fin de semana y yo sigo
planeando, listando tareas, calibrando o no la conveniencia de seguir
postergando una limpieza a fondo, pero fondo-fondo, de mi casa.
Urdiendo sendas. Recordándome llamadas pendientes. Mirando con un
ojo el rascacielos de tiestos vacíos del balcón y con el otro mis
sobrecitos de semillas de hierbas, y cantándome
cuándo-cuándo-cuándo. Estimando la solidez de mis días en función
de las cosas hechas.
¿Acabo de pintar un cuadro de ansiedad,
o es que es así cómo funciona la mente? A pesar de mis taras y de
mi exceso de confianza, ¿soy miembro de una especie condenada a la
diligencia? El tiempo es vacío, y los quehaceres, forma: cuadrados,
triángulos, bolas que hay que insertar donde toca.
Si no has jugado a esto de chico es que te han criado los monos de la selva |
Y aunque esta laboriosidad permanente no
me agobia, a veces me da por imaginar una agenda de no-actividades:
sólo habría que escoger una forma de pasividad y, dándole la
vuelta al juego, dejar que el tiempo la empapese. Minutos no
computados filtrándose por los recovecos del reposo.
No hablar. No moverme. No navegar los
huecos libres en una balsa de lectura. No esperar correspondencia del
móvil.
No imaginar vidas ajenas. No escudriñar
los distintos planos de mi vida a la caza de temas a los que meter
mano narrativamente. No escoger a una persona y preguntarme qué
estará haciendo. No enredarme con lo ya vivido. No glosar las
experiencias del día.
No recordar las veces que esta semana se
ha comido en mi casa pescado azul o legumbres. No planificar. No
comer sin hambre. No forzar al músculo si ya no queda frescura. No
comenzar cien cosas. No terminar otras tantas. No rendir pleitesía a
la moral del esfuerzo. No avergonzarme cuando la voluntad flaquee
frente a una falta de ganas.
No quejarme. No poner alarmas para acotar
este tiempo de parada. No hacerle ni puñetero caso a las sirenas del
dinamismo. No dar presumidamente por sentado que de mí se espera
algo. No admitir bajo ningún concepto el bulo de que yo
soy nada más que la suma de las cosas que hago.
* Wu wei: leed la Wikipedia, o a mi prima del alma, que de esto sabe tela más que yo. (Laura, sólo al llegar al último párrafo me he dado cuenta de que me habías poseído en lo escrituril)
No he sido yo, ha sido el espíritu de lo chino, omnipresente y omnívoro, el que te ha atrapado, jajaja. En mis estudios chinescos no contrastados, he llegado a la conclusión de que no es el hacer muchas cosas, sino el AFÁN. Ay, ¡los conceptos chinos y su escurridiza definición! Besos mil, primica mía.
ResponderEliminarLa primera vez que escucho esta expresión: Wu wei. Según he entendido de lo que dice Wikipedia, nada que ver con la filosofía de vida occidental.
ResponderEliminarEs que a veces vale mas no hacer que hacer
ResponderEliminarBesos