Solía sentirme cohibida por no tener
demasiadas opiniones firmes. Por no ser lo bastante ágil en el juego
de las sillas del juicio. Percibo esto, lo interpreto así, lo
manifiesto: voy creando realidad en el proceso. Cuando se puso de
moda la palabra, creí no ser lo bastante asertiva. Solía
considerarlo una tara de carácter. Otra forma de inconsistencia.
Los convencimientos. Con los años
también me he ido desembarazando de ese hechizo. Como de la idea de
vocación trascendente, de la moral del esfuerzo, del amor romántico.
Y oye, haber soltado ese lastre hace que me sienta despreocupada y
sólida, como una vaca en un pasto. Tengo certezas, claro. Pocas y
bien arraigadas. Creo que merece la pena defender la alegría, a
pesar de la extinción y la torpeza en el vivir de la especie humana.
Creo en la generosidad de los árboles. Creo en algunas personas y en
casi todos los paisajes. Creo que la atención puede transformar en
oro el polvo. Creo que la muerte despoja de importancia a cualquier
evento que pueda pensarse, y que a pesar o debido a ello cualquier
evento es valioso. Creo que tampoco hace falta creer para ser
íntegro.
Más allá de eso, mutismo y flema. Un
poco por incompetencia. Un poco porque mi máquina de procesar se
hace la remolona. Un mucho por mis intimidades con lo subjetivo.
Conozco el alcance de las percepciones propias. Sé de qué forma la
experiencia parcial impone su canon sobre aquello sobre lo que se posa.
Tu mirada es un filtro interesado que modifica la realidad que criba.
Lo que ves se transforma en ti mismo: esa cara, esa montaña, ese
bar, esa historia. Y ves y vives según pautas preestablecidas. Es
difícil que cara, montaña, bar o historia se te muestren desnudos y
puros. Es difícil arrancarse las pautas y los modos mentales. Tu
cerebro consciente opera así: a base de patrones: sí/no,
gusto/disgusto, bueno/malo, placer/peligro. Por eso es tan arduo
percibir a una persona o un suceso en toda su magnífica e insondable
riqueza de matices. Por eso que puedan sostenerse criterios
imparciales es, como poco, discutible.
Y por eso me sorprende la ligereza
extrema con la que en las redes sociales se excretan opiniones. No me
voy a poner estupenda, eh. No soy de las que condenan lo
contemporáneo por sistema. La especie humana es bocazas desde que se
articuló el primer unga-bunga. Desde el alba de los tiempos
todo el mundo es perito, todos opinan que los políticos son
ontológicamente hez, que la justicia premia a los poderosos, y que
ríos y montes están sucios. Desde que se inventó la cháchara, y
se inventó a la par que el yo-Tarzán, tú-Jane, la gente ha estado
pulsando en sí los botones automáticos de la indignación, el
lamento, la sospecha, la vergüenza y la emoción simple. Opino, me
parece, huyhuyhuy, a ver si, así nos va, hay que ver cómo está el
mundo ... ¿Lícito? Por supuesto. ¿Peligroso? A tope.
Peligroso que todo lo susceptible de
verbalizarse se convierta graciosamente en certeza. Que consideres
verdadero aquello que escuchas y lees, a poco que sea verosímil. Que
dejes ahí plantadas tus opiniones como si fueran una realidad
infalible. Que noticias que firman personas con un nombre, unos
apellidos y su dosis de parcialidad correspondiente se tornen leyes
incontestables del cosmos. Que la palabra escrita se haga monumento y
la reacción inmediata y apasionada, modo habitual de conducirse. Que
te indignes, lamentes, escames y conmuevas, antes de saber la cruz de
los hechos.
Totalmente de acuerdo contigo y, como siempre, expuesto de forma poeticamente prosada, querida innombrable -en proceso de nombrar-.
ResponderEliminarhttps://youtu.be/PzOqRbHrtzs