lunes, 28 de noviembre de 2016

Lo suyo (3)

Betty interrumpe su marcha renqueante y terca para esperar de nuevo a su marido. Después de tantos días varada en casa, con una pierna en alto y la lluvia furiosa asediando las ventanas, no está tan impaciente como podría esperarse. Por un instante se alegra de que Geoffrey tenga aún más dificultades que ella. Lo oye gruñir como un oso recién salido de su letargo, muerto de hambre y con los dolores propios de haberse pasado cinco meses acostado. Ni siquiera parece acordarse hoy del sagrado sigilo que siempre le exige cuando va al encuentro de los pájaros. A Betty este nuevo ritmo no le parece mal del todo, la humildad a la que sus respectivas cojeras les obligan. Alza la cara al sol y cierra los ojos. El tobillo malo hormiguea, como si fuera especialmente sensible a la onda expansiva que el andar desacompasado de Geoffrey genera. Al fin y al cabo, llevan casados dieciocho años.

Ambos han tenido tiempo de sobra para acostumbrarse a que, de los dos, él sea el más fuerte. El soporte corpulento y jovial de una diminuta familia formada por ellos dos, sus cámaras de fotos, los cuadernos de notas y el gato. Cómo reprocharle que, pese a quedarse rezagado a cada metro que avanzan, él la siga tratando como si fuera una cosita frágil que hay que manejar con cuidado. No deberíamos haber salido tan pronto, le dice cuando por fin se pone a su altura. Tu tobillo no está al cien por cien. Betty se obliga a abrir los ojos y ve de color naranja a su marido. Mi setenta por ciento basta para los dos, contesta. Y así, bajo este sol sedante, siguen andando hacia la formación rocosa. A ella le hace gracia observar cómo sus dos sombras cojean. La sombra voluminosa de él, su propia sombra no tan delgada como antes. Él con su talón maltratado por la gota. Ella con una exuberante historia médica lastrando sus articulaciones. El pie izquierdo de él. Su pie derecho. Nunca dejarán de complementarse.

Él persiguiendo criaturas del aire. Ella, inventariando lo que se ancla a la tierra. Quién lo diría al observarlos. El hombretón con un aire a Orson Welles y la desarraigada. El ornitólogo y la botánica. Cada uno intentando compensar sus propios huecos a su manera. Cada vez que sigue un pájearo con los prismáticos, Geoffrey recupera la levedad de sus tiempos de piloto. Cada vez que Betty reconoce una especie de planta, su concepto de hogar se apuntala. Lo que era ajeno empieza a formar parte de ella. Es como aferrarte a los libros cuando eres una niña solitaria. O como ser admitida en una comunidad después de años pensando que eras una apestada. Betty de eso sabe de sobra.

Pero hoy, en este día de principios de febrero, seguir apuntalando es todavía posible. A pesar de los los accidentes y de los achaques. Entre los dos han construido un nido acogedor y hermoso, pero nada de lo que quepa entre paredes puede compararse a lo que les rodea. Este sol amigo de los huesos por el que merece la pena haberse cruzado el globo terráqueo. Este brillo de cosa nueva en cada hoja y en cada piedra. Betty y Geoffrey cojean y se apoyan el uno en la otra para alcanzar la cara opuesta del risco. Les basta un pie bueno por cabeza. Qué cómicos, piensa Betty. Viejo de mierda, sigue gruñendo Geoffrey. Cada uno va a lo suyo. Lo suyo: uno se siente un rey cuando puede afirmar este de aquí es mi trono. Cuando llegan adonde quieren  ninguna otra cosa importa mucho. Ni tobillo ni talón, ni mujer ni marido.

Él intenta escuchar por encima de las gárgaras del torrente. ¿Será eso un mosquitero musical, o acaso es demasiado pronto? No le preocupa demasiado ver por el rabillo del ojo cómo su mujer trepa por las rocas. Betty es frágil pero indestructible. Ella estudia las grietas en la arenisca y el corazón le da un pequeño vuelco. En su cuaderno de campo anota Psilotum y vuelve a acordarse de su maestro. Por ahora es sólo el reconocimiento, el viejo rescoldo. Un rastro del hogar que en otro tiempo empezó a levantar por su cuenta. Todavía no sabe que la ciencia botánica también está a punto de sufrir un vuelco.

1 comentario:

  1. Anónimo entre comillas29 noviembre, 2016 22:13

    Una sonrisa involuntaria al leer por fin el nombre abriendo el post y una especie de enamoramiento súbito por su historia y tu narración...Poco más que decir, espero.

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