miércoles, 24 de diciembre de 2014

Si todo va de lo mismo

 
Hay etiquetas de este blog que están a punto de encerrarse en una parroquia para reclamarme sus derechos de aparición. Se sienten humilladas y mustias. Como el hijo único que hace una semana dejó de serlo. Tuvieron un momento de gloria que con el correr de los días se desinfló. Las alimenté con mimo, engordaron y se pusieron lustrosas. Había temporadas en las que sólo se me ocurría o me apetecía escribir sobre asuntos de su incumbencia. Y luego pasó lo que pasó. Lo que pasa siempre. El tiempo, nuevos fogonazos, apreturas más imperiosas. Mis niñas bonitas perdieron su garbo. Los mejores trabajadores de esta empresa se fueron al paro. Lo que entonces me interesó me siguió interesando, pero en un tercer o cuarto plano. En el plano pasivo y lector.

Pasó con la etiqueta En el taller, donde reúno - reunía - mis escarceos con la ficción. Este abandono es el que más duele, porque la glotona de libros que soy siempre ha seguido una dieta de novelas, y la escritora que quisiera ser mantiene el prejuicio de que la no-ficción es eso con lo que uno se entrena mientras no le nace el talento para sacarse historias de la manga. Qué le vamos a hacer. Mi imaginación es de abdominal flojo. Y la realidad me embriaga bastante como para ponerle los cuernos a lo inventado con impunidad.

Y ha pasado con La tasca de Sila, ahí donde vegetan las chorradas sobre los buenos ratos que paso en mi cocina. Con esto apenas hay regomello. Nunca tuve expectativas de hacer grandes cosas al respecto. Todo lo que perpetré sobre la alquimia de los alimentos fue para mí pura distracción. No me interesaba compartir con el orbe salivante mis recetas, más que nada por humildad, y por vergüenza torera: no creo que en internet quepa ni una pava más poniendo posturas con estilismos aptos sólo para daltónicos, ni un blog culinario más. El mercado está saturado. Y yo cocino medio bien, pero compongo mis platos de pena, como si la comida saliera de una hormigonera, y siempre tengo demasiada hambre como para que las fotos me salgan finas. 

Cuando publicaba una receta, lo que me interesaba no eran los gramos, los tiempos de cocción o el resultado, sino la historia que podía haber tras ella. El júbilo que sentía y siento al ver como un apio fláccido o un engrudo de agua y harina se convierten en cosas ricas y reconfortantes con el abracadabra del aderezo justo y el calor. La certeza de que cocinar es a la vez ciencia y arte, coreografía e intuición, y una demostración del modo que tiene uno de estar en este planeta, de amor y dedicación. Cocinando estoy presente siempre: calculando, danzando, ejecutando, ensuciándome de cosas tangibles, canturreando. Me muestro formal y alegre. Juego como si no supiera qué es el futuro.

Y creo que todo eso ya está dicho y redicho de sobra. Toda receta puede tener su contexto propio y su gracia. El sabor único del momento en que la hice. Todas tienen su historia, pero los argumentos al final se repiten.

Por eso no he diseccionado aquí el alma que habitaba en el plum cake de plátano y coco que hice hace diez días y que Laura sugirió que sirviese en La tasca. ¿Qué podía decir que fuera nuevo? ¿Que llevaba un plátano que se había ennegrecido en mi nevera, y un ingrediente inédito? ¿Que a veces el sabor perfecto se consigue combinando lo desconocido y lo que creías que había que tirar? ¿Que también así es la vida?

Bueno, la vida es como cualquier cosa con que uno quiera compararla. Como un melón. Como un montón de monedas de un céntimo. Como un desodorante en spray. En realidad lo de las etiquetas es una mera formalidad. Todo lo que escribimos y leemos va de una sola cosa: de entender qué carajo es esto de estar vivo. Todo lo que hay aquí podría llevar la misma etiqueta. Así que no se me ponga ninguna nerviosa.


3 comentarios:

  1. Leer novelas.
    Quién ha dicho que sea más interesante que estos miles de microrelatos, clases de autoconocimiento, guia de viajes, etc; con los que nos entretienes y enseñas( a mí, si)

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  2. Jope. En cualquier caso, a mi me gusta la Tasca de Sila, no ya por las recetas en sí, sino por el olorcillo que me llega a través de la pantalla.

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