Dos momentos de ayer. Dos bandas sonoras.
Una misma intuición sobre la vida y la música.
Por la mañana escucho la radio en el
coche del trabajo. A vivir que son dos días es un programa
que me gusta. Algo tan aséptico como decir que te gusta la tita del
pueblo que siempre te recibe con magdalenas recién hechas y besos
que hacen el vacío en tus mejillas. La radio es mi pariente, y este
programa es un vínculo entre el hogar en el que crecí y el que mi
socio y yo formamos. A vivir sabe a tostadas con aceite y
azúcar, a sol que entra por la ventana y te deslumbra, y a esa
alegría casi maníaca de tener con quien compartir las faenas de casa. A vivir siempre me ha gustado porque huele como mi
familia, pero desde que lo presenta Javier del Pino, que son dos
días me engatusa.
Ayer JdelP presentaba un segundo disco
recopilatorio de las canciones que cada tanto suenan en su programa,
y que tienen el poder de atraparte e impedir que sigas pasando el
mocho o masticando. Texturas americanas que llevan a sitios donde tu
mejor compañía es el vaho que sale por tu boca. Yo conducía lenta
por los carriles de una sierra. Me quedaba enganchada de cada rama de
quejigo como si mi atención fuera una bola navideña. Me decía que
estaría bien comprarme ese disco y escucharlo cada vez que un
paisaje inmaculado se deslizara a mi paso. Pero de repente me
descubrí sintiendo pereza. Comprar un disco. Tener ese
objeto. Escuchar unas mismas canciones en un mismo orden, las veces
suficientes para confundirlas con las especies autóctonas de mi
mente. Era la pereza de las cosas caducas: las historias de la mili
del abuelo, los muebles de madera oscura como un confesionario, el
olor a jabón de lavanda en el fondo del ropero. ¿Cuánto tiempo
hace que no compro un disco y lo escucho hasta agotarlo? ¿Que no me
fundo con un puñado de melodías? Mucho. No me importa si Spotify
y la sobreabundancia contemporánea tienen la culpa. No paro de
escuchar música, pero he perdido mi identificación vital con ella.
Ya no es un personaje principal de mi historia, sino un paisaje sin carácter. Ahora echo de menos la vieja adherencia.
Por la noche, en el concierto de Vicente
Amigo con la Hispanian Symphony Orchestra. No hay manera de que el
lenguaje ataque por ningún sitio a la música y la domestique. No
hay manera de explicar su emoción para poder revivirla cuando estás
luego en casa. Y por eso siempre se escapa. La música es una burla
amable a las palabras, un gas volátil. Un dibujo que se hace en la
orilla de la playa. Luego recordarás cosas, la cara hermosa del
guitarrista de ojos cerrados, la intuición de que más que tocar,
danza. El asombro de que los músicos de la orquesta, cada uno con un
puñado de acordes que sigue un tempo propio, cada uno abandonado en
la isla de su instrumento, sean capaces de producir algo tan
cohesionado y tan bello. Pero, aparte de eso, y de lo teñida que
haya podido quedarte el alma, al día siguiente estás como si
hubieras soñado ese par de horas largas de magia. La música sin voz
es un arte efímero que esquiva tu deseo de apresarla.
Dos momentos musicales del día. Dos
nostalgias parecidas de que el momento dure y se incorpore como
canciones cantadas mil veces a la materia que me forma. Dos
oportunidades para entender que la música se parece a la vida más
que ninguna otra cosa.
Ay, ¿cuánto tiempo llevaré sin tocar un vinilo con mis sucias manos? Más años de los que tenía cuando lo hice por primera vez. Esas emociones se han perdido. Hasta toquetear un mísero CD está empezando a ser un placer anticuado.
ResponderEliminar¿La música sin voz es eso que dices? ¿Pero no es la música una voz?
Manolo.
Toda la razón. Más que música sin voz, debería haber escrito música sin texto, sin asideros facilongos para el sentido, sin concesiones a la emoción concreta y rápidamente digerible.
EliminarNo edito el texto de agradecia que soy.
Quién te lo iba a decir. Que no necesitarías la visita, casi sagrada, a la Fnac, a por tu carga de música y lectura.
ResponderEliminarGracias a esas cargas, ahora tengo reservas como de siete pantanos, y ya no tengo que hacerme sitio a patadas en el sofá. No se puede acumular de esa manera, ni siquiera de lo que a una más le gusta.
EliminarPoco hay que decir sobre escritos subjetivos, sobre lo que cada uno siente; pero sí se puede puntualizar alguna cosa:
ResponderEliminar- Un disco, como un libro, no son simples objetos anodinos, sino que tienen un significante añadido: que un porcentaje considerable de destinatarios haya elegido las tablets (en el caso de la escritura) o el streaming (en el caso de la música) es perfectamente respetable, pero mejor será que no hagamos valoraciones sobre ello. Dejémoslo, piadosamente, en el mero hecho.
- La música no tiene voz: si hay voz, se llama canción. Ya sé que puedo sonar a cascarrabias, o algo así, pero me da igual: ¿qué hacemos con Beethoven, Strauss, Mozart, todos esos frikis que hicieron música sin palabras de amor, odio o cualquier otra cosa parecida, por lo general con la única intención de buscar una rima?
Me parece muy bien que a mucha gente no le interese la música y solo vaya a por las canciones. Pero los que pensamos que la pura música tiene mucha más fuerza que la canción también tenemos derecho a la vida.
Resumiendo: que viva el vinilo y una buena escala de notas.
Objetivamente pienso que nada en mi subjetivo escrito puede ser leído como un alegato contra la música pura. Todo lo contrario. La música sin palabras tiene para mí la sugerencia y el enigma que para ti y para cualquier Homo sapiens tiene la mirada de Lauren Bacall.
EliminarY respecto a los libros/ discos, como ser táctil que acaricia verjas por las calles, te digo que, claro, son otra cosa, pero no dejan de ser cosas. Y la casa de Pin y Pon donde vivo ya ha superado su capacidad de carga con creces.
Resumiendo: que la belleza no entiende de formatos únicos. Voz ronca o solos de trompeta. Tochos que te dejan codos de bisabuela si los aguantas en la cama, o frases leídas en el móvil con un café humeante al lado.
Acabo de leer "la belleza no entiende de formatos únicos" y he suspirado encantada, no podría estar más de acuerdo en algo.
ResponderEliminarLibros y discos. Siempre he dicho que son el mejor regalo recibido y el mejor regalo entregado. Yo abogo por los soportes electrónicos. Es cuestión de pragmatismo y espacio. Ahora bien, cada año elijo un libro y un disco a los que siempre les encuentro espacio.
Sobre la música... ¡que más da con letra o sin letra! ¿acaso realmente importa?. Que no falte nunca, sólo pido eso.
Salud! que como empiece con el orujo, con el frío que hace, no paro.
Si yo viviera en Güesconsin me daría al licor sin miramientos. Buscaría una casa de piedra con una chimenea tamaño Estación Espacial MIR y la llenaría de libros fragantes. Me daría frío coger el e-reader.
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