martes, 6 de mayo de 2014

Bendita erosión


Hay ideas de conveniencia tan ambigua que cuando uno maneja con ellas, a priori no puede apostar si son malas o buenas. Responder al chasqueo de dedos de un guapo más simpático de la cuenta. Por ejemplo. O dejarse caer a la vuelta de la playa en un sofá donde la anatomía no encuentra un final por mucho que se estire.

El post de hoy arranca de esta segunda. ¿O qué os pensabais?

La bondad de la idea se hace tanto más discutible cuanto más cerca está la hora de preparar la comida; cuanto más zalamera es la brisa que pone a bailar las cortinas; cuanto más empalagoso es el canto de no sé qué pájaro. Llegas meándote a chorros, porque la temperatura del agua te ha enfriado las ganas de sumar tus fluidos a los del padre Mediterráneo. Te sientas en el váter y dejas que la parte inferior del biquini resbale pantorillas abajo; te zafas también de la parte de arriba, sin que el vestido ligero con que das por inaugurado el verano ponga ni un solo obstáculo. Y así, libre como los ángeles bajo el estampado de flores, ignoras todo lo que no hable el idioma de las cosas horizontales. Nada de sacudir la toalla; nada de vaciar la mochila arrumbada en alguno de los muchos ángulos ciegos que la vista sabe crear a esta hora; nada de prestarle atención al mohín antipático que tiene el mando de la ducha. Pasas junto al sofá de camino a cualquiera de tus quehaceres inmediatos. Lo miras, te mira, y entonces escuchas algo en tu mente que recuerda al chasquear de dedos de aquel guapo carismático. Siempre has sido de rendición tirando a simple.

Así que la brisa, los pájaros. La bendita ausencia de elásticos sobre la piel tibia. Las piernas que se alargan sin alcanzar ni de lejos la frontera entre el reino de lo mullido y el aire. Unos calabacines recién cogidos esperando sobre la encimera de la cocina a que salgas del trance. Los párpados se vuelven mármol. Los brazos se vuelven mármol. Tu mente es un vaivén de olas encerrado en una estatua de mármol. Decorativa e inútil como una escultura griega recién pescada del mar.

Y, sin embargo, el mar dentro de tu cuerpo te está diciendo algo. Aunque suene rancio o histriónico, el mar siempre termina teniendo la respuesta. Sin más voluntad que seguir fundida con un paisaje que sólo a primera vista es modesto, porque además de un sofá y las cortinas, incluye a pájaros africanos y al Levante, de pronto lo sabes. Entiendes el porqué de ese suceso fisiológico tan curioso que es llegar derrengada de la playa en que has permanecido tetrapléjica un rato largo. Nada que ver con bajadas de tensión o con la ionización del aire: estás cansada porque en la trastienda de tu mente se ha operado una proeza.

Algo ha hecho por ti lo que a tu consciencia tanto le cuesta. Te han despojado de expectativas y quimeras. Te han extirpado las proyecciones hacia quién sabe dónde y quién sabe cuándo. Tumbada con una mano enterrada en la arena y la otra sobre el libro que tienes en la barriga, miras al mar sin esperar que suceda nada, que salga del agua un monstruo con escamas o una sirena, o que un barco venga a llevarte. Te han dejado limada y suave, reducida a tu dimensión más concreta. Una historia de la que todavía no se ha dicho la primera palabra. Un lienzo en blanco dispuesto a admitir cualquier color que se presente.

Lo que ha pasado es que, sin darte cuenta, has desandado el camino de tu edad y de la evolución de tu especie. Tienes derecho a sentirte cansada. Aunque no sea muy buena idea, te has ganado el sofá como premio.


4 comentarios:

  1. Parece fácil hacerlo a voluntad: no sólo de lo que hablas en el post, sino el post mismo.
    ¡Ohú qué ganas de playa me han entrado!.
    Besos!

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  2. Anónimo entre comillas07 mayo, 2014 22:49

    ¿Cómo que no es muy buena idea? El sofá es el premio ideal para cualquier cansancio, de desandar o de andar.

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    1. Chica, que la una de la tarde es muy mala hora para darse a la gandulería extrema.

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