Hay ideas de conveniencia tan ambigua que
cuando uno maneja con ellas, a priori no puede apostar si son malas o
buenas. Responder al chasqueo de dedos de un guapo más simpático de
la cuenta. Por ejemplo. O dejarse caer a la vuelta de la playa en un
sofá donde la anatomía no encuentra un final por mucho que se
estire.
El post de hoy arranca de esta segunda.
¿O qué os pensabais?
La bondad de la idea se hace tanto más
discutible cuanto más cerca está la hora de preparar la comida;
cuanto más zalamera es la brisa que pone a bailar las cortinas;
cuanto más empalagoso es el canto de no sé qué pájaro.
Llegas meándote a chorros, porque la temperatura del agua te ha
enfriado las ganas de sumar tus fluidos a los del padre Mediterráneo.
Te sientas en el váter y dejas que la parte inferior del biquini
resbale pantorillas abajo; te zafas también de la parte de arriba,
sin que el vestido ligero con que das por inaugurado el verano ponga
ni un solo obstáculo. Y así, libre como los ángeles bajo el
estampado de flores, ignoras todo lo que no hable el idioma de las
cosas horizontales. Nada de sacudir la toalla; nada de vaciar la
mochila arrumbada en alguno de los muchos ángulos ciegos que la
vista sabe crear a esta hora; nada de prestarle atención al mohín
antipático que tiene el mando de la ducha. Pasas junto al sofá de
camino a cualquiera de tus quehaceres inmediatos. Lo miras, te mira,
y entonces escuchas algo en tu mente que recuerda al chasquear de
dedos de aquel guapo carismático. Siempre has sido de rendición
tirando a simple.
Así que la brisa, los pájaros. La
bendita ausencia de elásticos sobre la piel tibia. Las piernas que
se alargan sin alcanzar ni de lejos la frontera entre el reino de lo
mullido y el aire. Unos calabacines recién cogidos esperando sobre
la encimera de la cocina a que salgas del trance. Los párpados se
vuelven mármol. Los brazos se vuelven mármol. Tu mente es un vaivén
de olas encerrado en una estatua de mármol. Decorativa e inútil
como una escultura griega recién pescada del mar.
Y, sin embargo, el mar dentro de tu
cuerpo te está diciendo algo. Aunque suene rancio o histriónico, el
mar siempre termina teniendo la respuesta. Sin más voluntad que
seguir fundida con un paisaje que sólo a primera vista es modesto,
porque además de un sofá y las cortinas, incluye a pájaros
africanos y al Levante, de pronto lo sabes. Entiendes el porqué de
ese suceso fisiológico tan curioso que es llegar derrengada de la
playa en que has permanecido tetrapléjica un rato largo. Nada que
ver con bajadas de tensión o con la ionización del aire: estás
cansada porque en la trastienda de tu mente se ha operado una proeza.
Algo ha hecho por ti lo que a tu
consciencia tanto le cuesta. Te han despojado de expectativas y
quimeras. Te han extirpado las proyecciones hacia quién sabe dónde
y quién sabe cuándo. Tumbada con una mano enterrada en la arena y
la otra sobre el libro que tienes en la barriga, miras al mar sin esperar
que suceda nada, que salga del agua un monstruo con escamas o una
sirena, o que un barco venga a llevarte. Te han dejado limada y
suave, reducida a tu dimensión más concreta. Una historia de la que
todavía no se ha dicho la primera palabra. Un lienzo en blanco
dispuesto a admitir cualquier color que se presente.
Lo que ha pasado es que, sin darte
cuenta, has desandado el camino de tu edad y de la evolución de tu
especie. Tienes derecho a sentirte cansada. Aunque no sea muy buena idea, te has ganado el sofá como premio.
Parece fácil hacerlo a voluntad: no sólo de lo que hablas en el post, sino el post mismo.
ResponderEliminar¡Ohú qué ganas de playa me han entrado!.
Besos!
Ya mismitico!!!
Eliminar¿Cómo que no es muy buena idea? El sofá es el premio ideal para cualquier cansancio, de desandar o de andar.
ResponderEliminarChica, que la una de la tarde es muy mala hora para darse a la gandulería extrema.
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