lunes, 7 de octubre de 2013

Tu corta y abultada biografía

 
Oye, Nico, voy a contarte la historia de tu vida, ya que por detrás o por delante de hoy, anda cerca tu cumpleaños. Tal día como este lunes o como el sábado pasado notaste quizás un primer amago de luz a través de los párpados. Nadie de quien te conoce estuvo allí para registrarlo. Y fíjate, ahora guardas el secreto de tu nacimiento con tanto celo como una folclórica. Eres todo un personaje. Por eso pregunto, ¿te parecerá una impertinencia que me apropie de lo que te ha ocurrido, y que lo arregle, lo adorne y lo tergiverse como me parezca? No creo. Al fin y al cabo, careces de la habilidad para entenderte a ti misma como ser separado de su medio y atravesado por el tiempo. No puedes contarte tu propio cuento. Así que seguro que te sorprende saber que hay otros ojos capaces de reunir en una corriente todas las gotas sueltas de tu experiencia. Abre bien tus respingonas orejas. Esta historia tiene aventura y drama suficiente como para mantenerte un rato quieta.

Verás. Tu vida ha estado marcada por la suerte y por el espacio. Ni más ni menos que como la de cualquiera. Yo misma no sería quien soy, ni me narraría de la misma manera, si en vez de nacer y crecer donde lo hice, me hubieran parido en Chile o en Nigeria. También el azar se ha encargado en parte de trazar mi camino. Me ha hecho distinta a cada encuentro aleatorio que terminó resultando crucial. Pero, mira, mis cambios de rumbo han sido como suaves meandros. En los tuyos, en cambio, se dibuja un violento zigzag. Por lo menos en tres ocasiones tu vida se ha puesto patas arriba.

Y si no, imagínate si unas manos desconocidas no te hubieran dejado encima del contenedor de basura donde luego fuiste encontrada. Imagina si no hubieras tenido bastante hambre o frío o desesperación cuando tuviste a alguien cerca, si no te hubieras quejado con la suficiente elocuencia como para que alguien reparara en ti. Imagina si hubiera sido cualquier otra persona menos compasiva. Imagina dónde estarías ahora. Olvido que no sabes imaginar. Déjame entonces que te lo explique: no estarías en ningún sitio. Habrías muerto demasiado pronto, dentro de aquella cajita sin cruces ni RIP. O tal vez te hubieran arrojado con negligencia, todavía viva, pero dormida, a las fauces del camión de la basura.

Pero el azar se alió con el sitio donde te abandonaron, y ahí fue donde tu historia cambió. Te conocí a los pocos días. Eras más bien cabezona, y tenías los ojos hinchados y oblicuos como uno de esos falsos extraterrestres de Roswell. Bonita, bonita, no eras, con esa perilla blanca que te daba un aspecto de Padre de la Patria. Pero ya empezabas a manejar tu genio para encandilarnos, cada vez que te agarrabas al biberón como si fuera una litrona, o cuando buscabas una sombra de persona sobre el suelo del patio, si en una mañana templada como estas del joven octubre te dejaban a pleno sol. A mí me dolía un poco mirarte, tan frágil, y sin embargo, tan apegada a una vida que aunque demasiado corta, ya había sabido mostrarse perra. Me conmovía tu empeño en tener un futuro, y lo incierto que era.

Llegó entonces tu segundo golpe de suerte. Otra persona distinta de la que te salvó la vida decidió hacerse cargo de ti. De repente te apareció una madre adoptiva. Te puso tu simpático y ambiguo nombre de leyenda del pop. Te llevó con ella a su guarida minúscula de Madrid. ¡Madrid, Nico, a una buhardilla donde apenas si había oxígeno para una persona que tampoco abultaba tanto! ¿Verdad que no estuvo mal tu segundo cambio de escenario? Tu infancia transcurrió entre aquellas paredes unidas incompresiblemente por más esquinas de la cuenta, en un Disneyland poblado de estanterías y mesitas y cables y maletas. Aprendías a una velocidad que asustaba, a fuerza de estímulos. Te dormías con el runrún de los helicópteros en el cielo y de la música en el ordenador, seguro que con la imagen de la ventana abierta todavía impresa en la mirada. Debías de soñar con la ciudad de tejados que se amontonaba en las entrañas de la ruidosa ciudad de los humanos.

No sé si te dio tiempo a cumplir aquellos sueños urbanos de exploración. Porque antes quizás de que te hicieras completamente con tu abigarrado medio, la vida de otros te trajo una nueva mudanza. Tu mamá adoptiva tuvo que marcharse en busca de un coto donde la caza no fuera tan raquítica, ni hubiera tal competencia. A punto estuvo de quedarse, que lo sepas, porque la idea de dejarte le partía el corazón. Ahora formabas parte de una familia, y aunque a veces no lo parezca, los humanos no hemos aprendido a romper de raíz los vínculos que nacen del cuidado. Tu mamá tuvo que irse a trabajar a Inglaterra, y como no te estoy mintiendo, te pasó lo que le pasa a los niños cuyos padres pasan demasiadas horas en la oficina, en el hospital, en el taller, en el supermercado. Fuiste a parar rebotada a la casa del abuelo.

Y allí es donde has cumplido tu primer año. Francamente, yo no sé cómo a estas alturas no te puede la fatiga. Tantas idas y venidas, gente que aparece y desaparece, lugares cada vez más prolijos, tantos aprendizajes. El abuelo y tú empezáis a quereros como Heidi y su respectivo. Aunque no le vuelven loco los de tu especie, él te tolera, porque eres algo especial para su emigrada hija pequeña. Un secretito: aunque te vocee porque siempre te enredas entre sus piernas cuando baja las escaleras, yo creo que te quiere también. Estás demasiado viva como para pasarte por alto. Y a ti se te ve salvajemente feliz, con todas esas polillas que suenan en tu boca, cuando las atrapas, como un sonajero, con todo esa ausencia gloriosa de esquinas y de techos. Con tanta hierba y tantos troncos que desafían tu habilidad de trepar, y tantos escondites donde jugar al rey de la selva. Con esos otros animales con los que aprendes a cambiar miedo por convivencia. Con tantas oportunidades para desarrollar tu propio ser ágil. Con tanto suave calor como de aquí en adelante encontrarás dentro de la casa. Con tanta suerte y tanto espacio y tanta familia, ya.

Feliz cumpleaños, Nico. Espero que por fin hayas encontrado tu sitio.

Por favor, no me saquéis ya de aquí

8 comentarios:

  1. Como puños...Vida mia!

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  2. Qué bonito plimica!!!
    Cada vez escribes ain mejor????????

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  3. Es curioso el apego que llegamos a tenerle a un animal al que ni siquiera teníamos en mucha estima.
    ¡Felicidades para Nico!

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    1. Conmigo lo tienen fácil, porque yo les tengo, a gatos, a búhos y a otras criaturas, una estima a priori que ni el amigo Félix.

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  4. Anónimo entre comillas10 octubre, 2013 12:26

    ¡Qué suerte tuvo la preciosa Nico! Y su familia de que llegara a nosotros, tan bicho, tan encantadora...
    ¡Felicidades!

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    1. Y para que veas que no me tiro el pegote, mándame la solicitud de colaboración de Por Patas

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