Yo no sé por qué el corte de mis mallas
se llama corsario. Vale, a lo mejor la persona que le dio ese
nombre inauguró su ardorosa pubertad viendo películas de piratas, y
se figuró que justo donde empieza la piel desnuda, terminaba la bota
de Sir Francis Drake y del Capitán Garfio. No sé tampoco por qué
yo elegí ese modelo tan ñoñamente instalado en la medianía. En el
vestir deportivo, uno debe dejarse de grises y escoger entre
pantalones cortos o largos. Un tipo de mallas políticamente correcto
no lleva a ninguna sitio. Deja al aire trozos de anatomía poco
amigos de la consistencia. Te fuerza a la depilación. No te libra
del calor ni del frío. Tampoco tiene sentido cuando el tiempo es
ciclotímico.
Cuando salí del gimnasio esta tarde, las
calles estaban empapadas, y mi bronceado iba dejando charcos color
arena a cada paso que daba. Antes de salir de casa alguien había
metido en mi mochila un paraguas. Alguien que no cree en absoluto que
la imagen de mí misma disolviéndome bajo la lluvia sea una figura
literaria. Alguien que se imagina que estoy hecha de tinta, o que una
horda tártara de virus permanece latente en mi piel y mis mucosas a
la espera de las primeras gotas revivificadoras. Bendito
seas, alguien. Más razón que un santo tenías cuando, apropiándote
del tono de voz de mi madre, me recomendaste que dejara de presumir
de gemelos y me pusiera algo más largo. Nunca vas a saberlo, porque
me hice jovialmente la dura al llegar a casa, pero, sí, tuve que
secarme las pantorrillas antes de abrir la puerta para que no me
regañaras.
Pero ¿sabes una cosa? Sólo esas
primeras gotas sobre la piel fueron desagradables. Una especie de
alteración del orden social, un abuso de la intimidad, una pequeña
violación. Por estas latitudes los humanos sólo nos empapamos por
inmersión voluntaria. No toleramos muy bien que el cielo nos imponga
sus caprichos donde no llevamos ropa. ¿A que no? Es enojoso sentir
esa humedad extranjera, así, al aire libre, fuera del ámbito
confidencial de nuestros cuartos de baño. Casi tan molesto como,
para algunos, los desconocidos que no se cortan en invadir el espacio ajeno. Reconozcámoslo, no nos han hecho para
aguantar chaparrones a pelo, ni tampoco para tocarnos.
Pero, poco a poco, la sensación fue
evolucionando, y me empezó a encandilar la manera en que algunas de
las gotas que repiqueteaban sobre el paraguas terminaban finalmente
por descolgarse hasta mis piernas. Llovía sobre los tejados, sobre
las farolas, sobre los arbustos en flor todavía, sobre los
plátanos a punto de comenzar su striptease, sobre mí misma. Se iba
diluyendo muy modestamente mi callo de civilización. Es verdad que
mi cabeza seguía seca pero, como por capilaridad, desde la piel
llovida fue ascendiendo hasta ella el recuerdo de otras ocasiones en
las que no me importó mojarme. Recordé días de trabajo, más de
dos, más de cuatro, en los que, estando sola, me sorprendió una
tormenta. Recordé el sonido imperioso del agua sobre el techo del
coche. Y me vi a mí misma saliendo un momento, alzando la cara hacia
un cielo blanco, empapándome tanto de lluvia como de unos olores
hasta entonces guardados en la caja fuerte del aire. Me vi rodeada de
brezos y con las uñas un poco negras por haber cogido unas setas. Me
volvió a pasmar cómo la seguridad de las formas quedaba en
entredicho, cómo todas las cosas bajo las nubes, incluida yo misma,
se iban desdibujando. Vi los árboles goteantes, y los primeros
volcancitos abiertos en el polvo del camino, y grandes lajas de
piedra estampadas de líquenes que me hicieron sentir paleolítica.
El granizo en un parabrisas convierte en recreo el trabajo. |
Vi todo eso camino de casa, y el luto por
la pérdida de luz dejó de agarrárseme a la garganta.
No sé si guardarme tu blog para mí a modo de delicatessen o coger un megáfono y recorrer la calles de Ciudad Real pregonándolo.
ResponderEliminarQué bonito final de jornada laboral, como diría el poeta...
Mi ego dice: " megáfono, megáfono". Mi raciocinio, que cuando lees haces algo tuyo, y puedes hacer con ello lo que quieras.
EliminarUn beso!
Quiero un "alguien", también.
ResponderEliminarYo creo que alguien también mira por ti, aunque no te des cuenta.
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