miércoles, 30 de octubre de 2013

La contramañana

Rozo con la nariz tu frente suave y mullida, como de peluche. Me haces cosquillas negligentes con las pestañas. Fuera hay coches, martillos percutores, escombros que alguien arroja a una cuba metálica, chavales que suben la cuesta repasando en voz alta la lección de la célula. También tu respiración hace un rato que se ha hecho sonora. Te odio un poquito por eso. Tan a gusto, tan tranquilo, controlando tan a placer la vigilia y el sueño. A mí los coches me atropellan el tímpano que no se apoya sobre la almohada. Los martillos me están dejando el cuerpo como un colador. De mi calma no quedan más que cascotes. Mis células se han olvidado de cooperar entre sí formando tejidos. Cada una hace la guerra del despertar por su cuenta.

Es como cuando te vas a la cama a las seis de la madrugada, y sólo hora y media después un biorritmo implacablemente diurno se empeña en zarandearte. Es la sensación de que durante ese mezquino trozo de sueño alguien ha jibarizado tu cráneo hasta dejarlo del tamaño del de una gallina, sin molestarse en adaptar el tamaño de tu impertinente cerebro humano. Falta esqueleto para tanta mente despabilada e inútil. Imágenes del día anterior se mezclan con frases aleatorias de textos que todavía no he escrito y combinaciones de todos los alimentos que hay en mi cocina. Un derroche. Los sesos me revientan por las rendijas mal encajadas de los ojos, por las orejas, por todos los agujeros del colador que soy. Muero de sueño, en definitiva.

Y mi mente no para de farfullar. Me recuerda a los paneles de mandos que se vuelven locos cuando Houston ha dejado de hacerle caso a los astronautas. Le ha dado por hacer listas de aversiones intrascendentes y malestares que nunca llego a expresar para que no me llamen quejica. Horripilancias canijas con las que entreno mi imperturbabilidad. Pero tú te has dormido, aunque después por solidaridad lo niegues, así que no hay razón para disimular. A ver. Echar gasolina. Un día de estos formaré un trombo en la circunvalación por culpa del odio que me da repostar. Me hace sentir como el director de orquesta que interrumpe airadamente la obra porque al gilipollas de turno se le ha olvidado silenciar el móvil. Más. Pelar huevos duros. ¡Pelar huevos duros! Algunos se resisten y te niegan el placer de liberarles de toda la cáscara con una sola y elegante monda. Parece como si los estuvieras desollando. Torturando. Intentando arrancarles sádicamente el secreto de quién fue antes, si ellos o la gallina. Y cómo se ven luego de feos, tan poco ovoides, cubiertos de cicatrices de acné.

Sigo con el despertador. Peor que suene es despertarte fulminantemente dos horas antes, y no volver a dormirte. Y peor, mucho peor que eso, es lo que nos ha pasado hoy. Despertarte a las seis de la mañana, adelantándote media hora al timbrazo maligno. Alargar el brazo hacia el bulto antropoide de al lado. Remolonear. Levantarte. Recuperar serenamente tu mismidad. Invertir unos ahorrillos de brío y contento en la amable ceremonia del desayuno. Recoger la mesa y ocupar por turnos el baño, con una precisión de atletas que se pasan el testigo. Empezar a vestirte, y cuando ya sólo te queda atarte las botas, enterarte de que en realidad tienes turno de tarde.

Horror. Reproches. Grandes suspiros mordaces. Y sólo entonces, el rebobinado. Fuera botas, fuera uniforme. Vuelve a la cama, lee unas pocas páginas para que los ojos se olviden de la mañana. Alarga un brazo hacia ese bulto antropoide más adaptable que tú. Hay tanta luz que ya no es un bulto, sino un Homo sapiens en toda regla. Espera a su lado a que el sol vuelva a esconderse por el este. Ignora la tostada que trata de desandar el camino esófago arriba. Eso es nuevo. Deja de hacer listas de cosas molestas. Nuevo, también. Duérmete. Tal vez consigas que el reloj invierta su curso, como Superman cuando muere Lois Lane. Tal vez dentro de un rato estés cenando de nuevo, llegando del gimnasio, conociendo a amores y amigos perdidos, reviviendo a los muertos, empezando la carrera, descumpliendo años, naciendo otra vez.

Podría ser, si no tuvieras una mente que se despierta inexorablemente. Que hace estallar como un terrorista suicida su carga de escenas recién leídas, titulares radiofónicos de las siete de la mañana, estribillos de anuncios, lamentos encriptados y penosas listas. La mañana sigue ejecutando una música que nunca escuchamos mientras estamos en la cama. Abro un ojo sufrido y miope. Hay un borrón rosa en el cielo azul bebé. Es raro. Como si fuéramos fantasmas nuevos y contempláramos con nostalgia una rutina que ya no es la nuestra. Como mirar el día por la espalda.

Es raro, y es fascinante. Como mi mente es hiperactiva pero buena persona, ahora recuerdo cuando se hace de noche en las cunetas. Los faros del coche iluminando la hierba seca y aporreada, convirtiéndola en un mosaico de la Basílica de San Marcos. La silueta negra de los cardos contra un cielo de porcelana. Todo el paisaje escondiéndose, arrullando, y yo muriendo de amor, atenta a toda esa belleza escondida en las trivialidades, observando asombrada la cara oculta del mundo. 

Justo como esta mañana en la que ya no quiero dormirme.

1 comentario:

  1. ¡ Ay hija mia !.Más que una mente despierta, lo que la tienes, es a punto de estallar.
    Señor,Señor...

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