jueves, 9 de mayo de 2013

Que es gerundio

 
Ayer, alrededor de las diez de la mañana. Sola en una de esas cafeterías demasiado pulidas en las que parece que ningún romance se ha fraguado nunca, o donde nadie abandonó nunca a nadie. Uno de esos lugares con mucho diseño y muy poca linfa que tanto recuerdan a rostros remodelados por el bisturí. Me paseo por las botellas multicolores, yo diría que aún precintadas; por unos croasanes que no prometen ni una sola sensación sólo un poquito lujuriosa. Resbalo por superficies que sólo me ofrecen mi propio reflejo. Es verdad que me he desinflado. Un momento antes, caminaba hasta aquí con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, silbando con la mente. Había una templanza en el aire que refutaba burlonamente el clima manipulado de la oficina. Y era bueno despegarse un rato del ordenador, bajar a la calle. Ver a toda esa gente que usa sin pudor los aparatos de gimnasia municipales que, cuando éramos ricos, se suponía que estaban destinados nada más que a los jubilados. Era bueno salir al recreo por una vez sola, y sentir el calorcillo de emancipación que proporcionan los viajes individuales.

Ahora, en la cafetería, apuntalo mi posición sobre la barra con la ayuda del móvil. Un poco lamentable, la verdad. No hay periódico, no hay gente a la que inventarle historias de perversión u orfandad. No puedo refugiarme siquiera en el gesto zen de remover el café con la cucharilla, porque lo tomo sin azúcar. He agotado la fiscalización de las botellas, y ya me he cansado un poco del noble y voluntarioso acto del simple estar. Así que ya no me queda otro recurso que darle a la cabeza.

Es cierto que esa era mi intención, cuando salí de la oficina. Mover un poco las piernas con la esperanza de desatascar las ideas. El problema es que el movimiento, más que otra cosa, activa la región felina de mi cerebro. Andar no me concentra: me aplaca. Me vuelve lenta y contemplativa. Pero varada en esta cafetería sin alma ni resquicios, vuelvo a verme obligada a desatar alguno de los nudos de mi hilo mental. Pistas recurrentes en un disco rayado. Son temas insignificantes, manufacturados especialmente para gente sin problemas, pero en mitad de la noche me sorprendo dándome la vuelta en la cama, y pensando unos instantes en ellos, antes de quedarme dormida de nuevo. Los halcones. La aventura. Algo me dice que si me quedase sin trabajo o sin salud, no gastaría ni la mitad de la energía mental que dedico a menudencias.

Los halcones. Ya os hablaré de ello. Por hora adelanto que tiene que ver con escritura y con pájaros y con la implicación en un proyecto colectivo. O sea, con el amor. Y también tiene que ver con mis arrebatos de pereza oportunista, y con las pocas horas libres del día y con el temor de no cumplir con las expectativas. O sea, con la desazón.

Y la aventura. Últimamente tengo una fijación malsana por quebrantar mis plácidos hábitos de ocio. Ya me sale muy bien eso de leer y escribir y maullar de placer ante los paisajes. Vida terrible la mía, verdad. Así que me he intoxicado con la fantasía de empezar a hacer cosas que nunca he hecho. Cosas con el cuerpo humano. Parezco un marido en su decimotercer año de matrimonio. Me pregunto si lo próximo será escaparme con una secretaria tres lustros más joven que yo. Ahora llegan estos cuatro días de descanso, cuajados de expectativas abstractas de acción y afianzamiento, y yo no sé adónde tirar, ni si podré dejar olvidado en alguna cuneta llena de amapolas mi manojo bien surtido de peros. Sí, pero tener que hacerlo sola. Sí, pero la torpeza física. Sí, pero pa' qué.

Entonces, con el regusto a kikos del café en la boca, y apretando el culo para compensar la maldad de la postura sedente a la que me obliga el trabajo de ordenador, oigo un click en mi cabeza. Acabo de ver claramente que la única opción viable para mantener una vida mental sana es dejarse de elucubraciones, de ese imperecedero pesaje de las consecuencias positivas o negativas que acompaña a cualquier mínima decisión. Si esta no va a afectar malamente a nadie, si los verbos sólo van a ser conjugados esta vez en primera persona del singular, entonces qué sentido puede tener girar y girar y girar alrededor del eje de la duda. Basta con decir que sí, y luego ir arreando. 
 

 

P. D. Y aquí os dejo al amigo Ben Harper, con esta cancioncilla vitaminada como augurio de un buen viernes.

6 comentarios:

  1. lectoraadicta10 mayo, 2013 19:40

    No sé ingles, solo he entendido la primera palabra, pero el hermano está hermoso.

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    1. No hace falta entender, queridita, nada más que dejarte arrastrar por el crescendo. Llegas así a laisma comprensión que si supieras el idioma, o sea, que hay una manera íntima de hacer las cosas que funciona mejor que las recetas habituales.

      Y Ben es un bizcochito de ron.

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  2. Pues chica, cuéntame cómo se le da al stop, que yo no sé.
    Yo doy vueltas y vueltas y vueltas hasta que me mareo de un tema o el tema se marea solo y cae rendido hasta nuevo aviso.

    ¿Fools will be fools and wise will be wise? Genial...

    Porqué las guitarras son tan extraordinarias?

    Besos...

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    1. Lo mismo, bonita: andar, andar, andar. Correr. Correr. Sobre ttodo bailar. Y otras cosas que las mamás consideran pico edificantes. Dejar que piensen los músculos. Y guitarrear.

      Si el querido DJ deja de hacerse el duro y se decide a montar un blog musical conmigo, responderemos a esa y otras preguntas.

      Besos para ti también

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  3. "dejar olvidado... Mi manojo bien surtido de peros" ME ENCANTA!!!! Eres genial primita mia!!
    Eme jot-a

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  4. Hay que hacerse un mojete con ellos, queridita MJ, como con los espárragos que recogemos donde tú sabes.

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