Pasamos
cada día menos tiempo juntos, y así está bien. Pit Bull va y
viene, viene y va, y luego regresa contando historias un poco
exageradas que los otros dos no se terminan de creer. El resto del
tiempo, cuando está por aquí y no tiene ganas de fanfarronear,
gasta el tiempo en ponerse fuerte. Carreritas, estiramientos,
ejercicios de fuerza y equilibrio. Toda su exhibición completa. Mi
hermano lo sigue por todas partes. Pit Bull se encarama a un tejado;
mi hermano trepa como puede y se coloca a su lado, intentando
compensar con dignidad su poca talla. Pit Bull habla; mi hermano lo
escucha como si estuviera contemplando el parto del mundo. Pit Bull
ejercita su tren superior; mi hermano lo imita. A lo mejor está
enamorado. Debe de ser cosa de familia. A lo mejor sólo quiere convertirse en
alguien tan arrojado como él. ¿Y Biber? Bueno, Biber se acicala.
Después del desayuno, se acicala. Durante toda la mañana, se
acicala. En el tejado sur, se acicala. Donde paran las palomas, se
acicala. Cuando el cielo se pone rojo. Cuando una tarde más los
vencejos empiezan a vacilarnos. Cuando ya apenas si nos distinguimos
las caras. Antes de dormir. Yo creo que hasta dormido se acicala.
Pone una postura, así, coqueta y trabajada, como si buscase tener el
menor rozamiento con el aire. Un tipo lindo, Biber.
Así
que cada uno va a lo suyo, menos mi hermano, que va a lo de Pit Bull.
Y no nos va mal. Sin embargo, a veces, cuando consigo apartar la
vista de mi espectáculo favorito, y al fin parpadear, siento un
poquito de nostalgia. Me acuerdo del tiempo que compartimos los
cuatro en el refugio, antes de que la puerta quedara abierta para
siempre. Me acuerdo de las primeras horas allí adentro, cuando nos
apretábamos los unos contra los otros fingiendo que hacía frío, y
no, no era para tanto. De las historietas que ya entonces Pit Bull
nos contaba. Leyendas sobre el Gran Cielo con que sus padres trataban
de hacerlo dormir. Viajes extraordinarios de unos parientes que
debían de ser tan peliculeros como él. Grandes picos nevados,
completamente quietos, y montañas vacilantes de agua. Nos hablaba de
enemigos y de esbirros. Describía Nuestro Hogar Auténtico en los
Rocas con tal precisión que casi nos hacía olvidar que, como
nosotros, él también nació encerrado. Nos contaba relatos escalofriantes sobre
el Demonio de los Ojos Amarillos. Cuerpos devorados. Hogares
desbaratados en medio de uno de esos silencios que se recuerdan
durante generaciones. Mi hermano le hacía los coros como si supiera
algo de la vida. Biber componía un mohín de indiferencia, y
declaraba que en Nuestro Hogar Auténtico en los Rocas podían
esperarlo sentados. Yo me ovillaba en mi rincón preferido. Era
pavoroso. Pero estábamos los cuatro juntos y se trataba sólo de
palabras. Era una manera de darnos ánimos y olvidar lo que
acababa de pasarnos. Era una argucia para no pensar. Era consolador y
divertido.
Ah,
pero estos días la nostalgia es un gas volátil, y yo tengo mejores
cosas que hacer. Abro los ojos cuando todavía no ha amanecido, y me
planto en mi atalaya favorita. Miro. Miro. Miro. Me bajo cuando llega
el desayuno, y engullo a toda velocidad, porque no quiero perderme ni
un minuto del espectáculo, pero tampoco quiero estar tan débil como
para caerme del tejado. Los otros me observan y se interrogan con la
mirada. Qué le está pasando a nuestro Lento. Me da igual. Yo vuelvo
a mi puesto, con el buche todavía lleno. Y miro. Y miro. En general
sigo sin comprender gran cosa. Pero el miedo se ha secado igual que
los charcos.
Es
verdad que la primera vez fue otro trauma. Pit Bull insistía tanto,
y ven, Lento, y venga, Lento, y mira-mira-mira, Lento, y no seas
cobarde, Lentoo, que tuve que dejarme izar. El corazón se me salía
por la garganta. Al principio bastante tenía con mantener el
equilibrio. Los hay que parecen haber nacido sabiendo de sobra lo que
son los planos inclinados. Yo no soy de esos, claro. Pero tengo que
decir que Pit Bull se quedó todo el rato a mi lado, y que en ningún
momento se le ocurrió gastarme la broma tan poco graciosa de darme
un empujoncito. Todo lo contrario. Los ojos ya me dolían de tanto
como los estaba apretando, cuando por fin me decidí a abrirlos. Me
resbalé del susto. Estábamos muy alto, y ahí abajo pululaban
decenas de Gigantes. Si no hubiera sido por Pit Bull, me habría
despeñado.
Y si
no hubiera sido por él, ahora no estaría lamentando todo el tiempo
precioso que perdí hasta que pude volver a armarme de un valor del
que al parecer carezco. A veces yo mismo me observo, y me pregunto
“pero qué estás haciendo, Lento”. Aquella segunda vez me
acordaba de todo lo que llevo vivido ya. Tanto miedo. Tanta angustia.
La separación de los Padres. El revuelo. Los ojos apaisados de la
primera Gente Grande, clavados en mí. El refugio. La puerta que se
abre. Una y otra vez, Lo Desconocido. Repasaba todo eso, y me decía
que nada de lo que ocurriera podría ser peor. Entonces ya estaba
arriba, solito. Y ya abría los párpados casi soldados. Los Gigantes
se movían de acá para allá. A duras penas, yo respiraba. Ninguno
parecía percatarse de mi presencia. Yo respiraba. La altura jugaba a
mi favor. Yo seguía respirando. Desde arriba no lograba distinguir
sus ojos codiciosos ni sus poderosas garras. Inhalaba. Los veía
aparecer por donde sale el sol; desaparecían por donde se pone.
Exhalaba. Un río de gigantes. Todos parecidos, todos distintos.
Inhalaba. Me atrevía a escoger uno, y lo seguía hasta perderlo de
vista en la distancia. Exhalaba. Ninguno de aquellos movimientos
terroríficos de sus raros brazos finos, nada que amenazase con
volver a atenazarme. Inhalaba. Se movían de un sitio a otro sobre
sus dos patas, tan rápidos, tan ciegos, tan decididos. Exhalaba.
Ninguno hizo tampoco el amago de echarse a volar, como las palomas o
los estorninos. Así que los Gigantes no son todopoderosos, creo que
llegué hasta a gritar. Cazé una mirada piadosa de Biber. Y después
fue cuando se me olvidó respirar. Pasa eso, cuando estás
encandilado. Ahora yo soy el único que se cree las historias que el
bueno de Pit Bull se trae de sus correrías.
Pero qué tierno es nuestro Lento... es súper adorable!!!
ResponderEliminarMe tienes muy intrigada niña, me alegro de que no lo dejaras solo en episodio piloto.
Un besín!
Mi propósito es ir a capítulo semanal. Si no lo impide la contraprogramación.
EliminarBesos, hermosa.
Sí, pleeeeeeease.
Eliminar¿Entonces Lento está enamorado de Pit Bull?
ResponderEliminarEsta historia me recuerda una serie de la televisión de mi infancia, "Tierra de Gigantes" que me gustaba mucho, aunque aquello fueran capítulos de una trama simple y repetida.
Nooor. ¡De los Gigantes!
EliminarNo sé de qué serie me hablas. No lo interpretes como una forma sutil de meterme con tu edad provecta.
Sigue, por favor. Me encanta.
ResponderEliminar