Antes de irse, se
agarra a mis carrillos y me suelta que “todo va a ir bien, porque
eres inocente, valiente y lista”. Y la criatura sale por la
puerta, sin darse cuenta de que esta mañana, antes de las ocho, no
ha podido disimilar que en realidad es una de las hadas bonachonas de
Cenicienta. Se ha ido, y yo, que tenía todavía el pijama por dentro
de los calcetines, y una batita que mira que hay que ser señora para
llevarla con gracia, me he sentido como una Ingrid Bergman.
Es verdad que
podría rebatir su frase con un argumento tan simple que merecería
formar parte de las leyes fundamentales de la Física, a saber, que
ser inocente, valiente y listo a lo mejor te hace especialmente apto
para atraer calamidades. Y es verdad también que estos últimos días
no me he sentido la persona más lista de la ciudad. Más bien me he
maravillado de lo miope que puedo llegar a ser cuando se me olvida
graduar las consecuencias de mis actos. Pero de alguna manera, al
cerrar la puerta esta mañana, me dio la impresión de que aquella
despedida tan tierna era una recapitulación de lo que ya venía
barruntando. Todo irá bien, si yo consigo ir bien. Lo cual es una
soberana tontería, porque cualquiera con dos dedos de frente sabe
que la realidad siempre se conduce a sí misma como le da la gana,
sin que le importe lo más mínimo si tú la afrontas con una
templanza propia de Belen Esteban, o del Dalai Lama.
Lo que quiero decir
es que si consigo permanecer lo bastante atenta a estos días raros,
y si logro encontrar una buena atalaya desde donde contemplar de
manera un poco desapegada lo que está pasando, entonces las cosas
irán a mejor, o irán a peor, o seguirán moviéndose en círculos
viciosos como hacen los vencejos, pero al menos se moverán, dejando
tras de sí una estela de experiencia. Puede que todo este
aprendizaje termine siendo arrinconado en el baúl de esos juguetes
con los que sólo jugamos una vez. O puede que en esta ocasión se me
grabe de manera tan definitiva e imperceptible como la alternancia
del pie derecho en los pedales del acelerador y el freno. Porque
quién sabe qué se hará con todo el material vivo que vamos
acumulando. Si será materia prima de la memoria o el olvido; si lo
gastaremos con el uso, si quedará años en estado de coma; si lo
reciclaremos en un nuevo conocimiento improvisado.
Por ahora me quedo
con aquella vieja sensación de deslumbramiento que a veces nos asaltaba en clase;la seguridad de que, tras esa frase
aparentemente inocua del profesor, había algo que no sabías formular
con palabras, pero que de repente te limpiaba la mirada. Las caras de
los compañeros, las canastas relucientes de lluvia a través de la
ventana: todo cobraba una especial relevancia. Todo era
significativo. Todo, una oportunidad para el entrenamiento. Estos
días últimos me están costando, y a la vez me están amaestrando.
Me enseñan, por ejemplo:
A intentar el sutil
equilibrio de ser a la vez confiada y cauta.
A aspirar sólo a
lo tangible, y a desechar todo ese sarro de elucubraciones y
percepciones contaminadas.
A seguir luchando
con denuedo contra el foco implacable del ego.
A destacar de
manera nefasta, a que me afeen mi comportamiento; a mí, que siempre
fui tan modosa, que me encendía cada vez que un profesor rebuscaba
entre las cabezas de la clase alguien a quien preguntar.
A echar mano del
humor con intención terapéutica, como marihuana en una unidad de
paliativos.
A pedir perdón; a
concederlo aunque no me lo pidan.
A seguir diciendo que sí.
Me encanta la etiqueta!.
ResponderEliminarPues ánimo, Sila. Espero que esto no tenga que ver con el amigo Copérnico.
Apoyo la actitud "aprender de todo", sin acritudes. Y sugiero salir por la tangente: ponerte a hacer cosas que te gustan, a ser posible, que tengan que ver con trabajos manuales (Thermomix?).
Y atacar con amor y con lo mejor de uno.
Besitos mil
PD. Qué le voy a hacer si yooooo... soy friki del comportamiento humano (y de trucos para ir tirando)
Tiene que ver, claro. Aunque más que con Copérnico, con sus enemigos inquisitoriales.
Eliminar¿Trabajos manuales? ¿Amor? ¿Lo mejor de mí? Claro. ¡Escribir! La Thermomix ya tiene sus quince minutos de fama todos los días.
Me encanta tu versión posdatil. ;)
Hola Silvia, después de tanto tiempo leyendote hoy me decidí ha comentar. No mas autocritica, que "esto" sea constructivo y no te machaques. Tus post se comentan en casa,"ha escrito Silvia" y cada cual a su aparato para devorarlo... Sigue haciéndolo porque nos haces disfrutar tanto como tu al escribir y que carajo porque lo haces muy bien. Un beso.
ResponderEliminarAnónimo de mis amores, has de saber que hoy has estado a punto de hacer llorar a una bloguera. Que lo sepas. Estaba la probe en su casita, y se le ha agarrado un repizco en el esternón...
EliminarPero el propósito de este post era precisamente el que tú me haces notar: construír. Yo estoy convencida de que este periodo concreto voy a acabar unos pasos más cerca de la persona que me gustaría llegar a ser.
Un beso, no un ciento, para cada toda tu casa.
Me hacen saber los correctores que me he comido una coma en mi envío de besos, y que así parece que me ahorro el ciento. Pues para compensar te mando ahora dos o tres cientos de besos.
EliminarPuede que a la realidad le importe poco la templanza que le echemos a la vida, pero te aseguro que TU realidad sí será sensiblemente distinta y eso es lo que importa.
ResponderEliminarReivindico que el material vivo que acumulamos se quede dentro y nos ayude en los días futuros.
Y el humor terapéutico
Lo estoy comprobando, queridita, el poder de esa mayúscula.
EliminarCreo que todas las experiencias que vivimos, si somos capaces de gestionarlas y asimilarlas bien, son como posos que se van acumulando. Y nos ayudan, vaya que sí.
ResponderEliminar¡Animo!.Besos.
Un positivo por resumir tan bien el espíritu del post.
EliminarBesos de amor.