El
despertador me pilló soñando, una vez más: iba a lavarme la cara,
y del grifo no salía más que un líquido de un amarillo no muy
halagüeño. Y, luego, el pan que estaba a punto de comerme en el
desayuno, me lo encontraba lleno de mordiscos y cagarrutas de rata.
Cinco minutos después de que mi mente enferma destilara estas
encantadoras imágenes, abrí el grifo para lavarme la cara, y el
agua salía tan trasparente como cualquier ciudadano del primer
mundo, por muy venido a menos que esté el concepto, puede dar por
sentado. Y el hambre asesina con la que despierto pude aplacarla con
uno de los tres bollitos de mil cereales que me concedo a la semana.
Así que, con la cara fresca y despejada, y un hilo de miel
chorreándome por el colmillo, me vi dando gracias. Gracias por el
milagro del agua corriente obtenida sin trabajo. Gracias por no tener
que luchar, recién arrancada del sueño, para llevarme una primera
comida a la boca. Y ya no pude dejar de dar las gracias en todo el
día:
Gracias
otra vez por el agua del grifo, que en Granada está tan rica.
Gracias porque, con un minúsculo giro de muñeca, el agua sale a
temperatura de caricia.
Gracias
por tener un colchón, y porque para mí echarme a dormir tampoco me
supone un duro trabajo. Gracias porque las noches de insomnio
quedaron atrás. Gracias por el calor del edredón.
Gracias
por tener siempre ánimo de sobra para levantarme.
Gracias
porque la electricidad sea una más de tantas obviedades, por el
tiempo que alguien empleó en idear el tostador y la hornilla a la
que no es preciso alimentar con butano ni leña.
Gracias
por las sillas, por el techo y las paredes de una casa en la que
puedo vivir aunque no sea mía. Gracias por la mesa donde apoyo mi
plato de comida, por el sofá donde puedo hacer una transición fácil
de la mañana a la tarde. Mil gracias por tener un par de buenas
ventanas que se beben la poca luz de estos días. Un millón de
gracias a mis bien provistas nevera y despensa.
Gracias
por no tener deudas ni vicios caros.
Gracias
al hombre que llena la cafetera todas las mañanas, en la hora punta
de mi torpeza manual.
Gracias
por los semáforos. Porque la gente todavía se acuerde de pararse en
los pasos de cebra. Gracias por las aceras. Gracias por las calles
pavimentadas, que desdramatizan la lluvia. Gracias por el
alcantarillado y la red de aguas negras. Gracias por la cisterna del
váter. Gracias porque en casa siempre haya al menos un rollo de
papel higiénico. Por los cuartos de baño públicos impolutos.
Gracias
por los gatos callejeros, por el silencio repentino que cae sobre la
ciudad cuando uno de ellos pasa, por sus lecciones sobre el desapego.
Gracias
por la suntuosidad de los árboles en otoño.
Gracias
por la gente que, recién empezado el día, va camino del trabajo o
el aula con una sonrisa íntima en la cara.
Gracias
por la mano mimosa que un compañero me pasa por el pelo, cuando
propongo entusiasmada que compremos entre todos una alpaca para el
cultivo de setas.
Gracias
por mis ganas de hacer preguntas amables a gente cuya existencia
normalmente me resbala.
Gracias
por la lluvia cuando tengo que trabajar, y hay poco que hacer en la
oficina, porque eso me permite contrabandear unos cuantos ratos
sueltos de escritura.
Gracias
por la crema de manos de Nivea y por los pintauñas de color coral.
Gracias
por las gafas, y el grado de desarrollo de la ciencia óptica.
Gracias al tío que inventó la cremallera (gracias, Mr. Sundback) y
al que inventó el bolígrafo (muchas gracias, Mr. Biro).
Gracias
por las botas de montaña que aman la anatomía de mis pies.
Gracias
a las endurecidas manos turcas que manejaron las piezas de que está
hecho el pantalón vaquero que hoy llevo puesto.
Gracias
al callo que se me forma en el dedo anular por culpa de mi manera
rara de escribir.
Gracias
por que mis músculos sean capaces de aprender y de memorizar. Por la
agilidad de mis dedos sobre el teclado. Gracias a los primeros
homínidos por el pulgar abatible. Gracias por el sistema
inmunitario, por las abejas y por la fotosíntesis.
Gracias
por los libros. Gracias a todas las personas que ahora mismo se están
devanando los sesos para que yo pueda vivir más historias de las que
mi circunstancia me permite.
Oh,
cielos, gracias por la generosidad con la que tanta gente dona lo que
sabe en internet. Gracias por haberme criado en una época en la que
una red semejante de comunicación sólo podría haberse encontrado
en la literatura fantástica. Gracias por no haber nacido con esa
información de serie, para poder, ahora, comparar y valorarla como
merece.
Gracias
por la inseguridad. Gracias porque mis dudas son como la alarma que
me despierta por la mañana. Porque son un ayuno que me purifica de
los hábitos mentales.
Gracias
a mis padres, que me enseñaron a respetar y a ser agradecida.
Gracias porque su amor durara lo bastante como para engendrarme y
permitir que confiara en el amor.
Gracias
a los que sólo llaman para decir te quiero, con perdón de Stevie
Wonder.
Gracias
porque, antes de que me haya ido, alguien me esté ya esperando.
Gracias
por ser capaz de darme cuenta de que todo esto por lo que doy gracias
es un regalo sin el cual también podría intentar salir adelante
(con la excepción de la fotosíntesis y el sistema inmunitario).
De nada,por la parte que me toca.
ResponderEliminarTe quiero.
Sí,siempre se sale adelante,de cualquier forma y en cualquier circunstancia;pero qué maravilla que podamos disfrutar de todo eso.
ResponderEliminarUn beso.
Solo una pega en tu lista de agradecimientos:no tienes gatos, verdad?si los tuvieras sabrías que ese desapego del que hablas no existe,lo que hacen es adaptarse,por instinto de supervivencia, a lo que les toca en suerte.
ResponderEliminarComo hacen muchos humanos.
Querida gatunadicta, cuando hablaba del desapego de los gatos (¡¡callejeros!!), me refería precisamente a esa adaptabilidad extrema, a esa capacidad de sobrevivir a pesar de todo, y de buscar su propio cuidado, que mencionaba en el último lugar de mi lista. Nada que ver con distancias, con frialdades antiperrunas, con egoismo; todo que ver con el don de no aferrarse a nada de lo que damos por sentado, a nada de lo que hemos acumulado, a ninguna expectativa. Todo que ver con estar completamente tranquilo, una vez que has satisfecho la necesidad de comer, refugiarte y encontrar calorcito.
EliminarTenemos que agradecer también la certeza de que los días en que no nos apetece dar las gracias por nada, porque nos sobra todo, pasan.
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