miércoles, 30 de mayo de 2012

Yo también estoy en modo "odio al mundo"


No necesito sentarme dos horas en la postura del loto para darme cuenta de que la realidad no es una cosa estable y consistente. La mente, a pesar de los hábitos adquiridos, divaga a lo largo del día entre varios extremos. El corazón bascula según le dé el aire. Un día te levantas eufórico y, al siguiente, ni un batallón de mulatos brasileños conseguiría que movieras un músculo. Lo que ayer fue pasión, hoy es complicidad, con suerte, o hastío, o incluso asco. Todas nuestras células son sustituidas cada cierto tiempo, haciendo que nuestros cuerpos sean hoy personas distintas a las que fuimos hace tres años. Las carnes se ponen fláccidas. Lo que un día fue lozano se marchita. Los leones devoran a esa gacelita que tenía toda la vida por delante. Los árboles sufren enfermedades. Los ríos cambian su curso, si los dejan los ingenieros. Las montañas se alzan un centímetro cada diez mil años. Mi cocina no dura limpia más de un día. Los paisajes cambian, las ciudades se derrumban, los huesos se pulverizan. Todo eso que la memoria fijó con laca, toda la hermosura y la alegría, pero también todo el dolor, no se volverán a repetir como tales. Todo es contingente. Panta rei. Vale. Ya me puede invitar el Dalai Lama a merendar. Pero, por mucho que me entrene en la difícil disciplina del desapego, hay cambios que no puedo tolerar. Tendrían que fabricar una Silvia transgénica para que tragara con ellos.

Anoche, a las diez y media, ya estaba en la cama, balcón abierto, libro en mano, y el cuerpo hecho puré después de un viaje de doscientos kilómetros, una hora de pseudo-natación, y algo así como la distancia de Atenas a Maratón en las piernas. Me hubiera gustado contar cómo fue mi bautismo clorado (¿por qué nadie me advirtió que aprender a nadar es tan difícil como aprender a conducir?), pero tenía el ordenador en la UVI, bloqueado por unos policías tan de mentirijillas como el de Village People, que me pedían pasta a cambio de eliminarme de sus ficheros de usuarios de pornografía infantil (ni imaginarme quiero la clase de turbias páginas de internet que visita el señor con el que comparto piso y ordenador). Ya estaba yo a punto de dar de mano de la vida, cuando al susodicho no se le ocurre otra que la de acercarme el ordenador recién desbloqueado a la cama (cuando se cree Steve Jobs, se vuelve un poco sádico), y con él, esta noticia

(Nota para las queridas lectoras que todavía están en el parvulitos de las nuevas tecnologías: para ver la noticia, sólo tenéis que pinchar con el botón izquierdo del ratón donde pone “esta noticia”)

Resumo, por si no tenéis ganas de leer la infamia que os he enlazado: el Ayuntamiento de Tarifa ha aprobado en pleno una plan parcial de urbanismo que permite la construcción de cerca de 1500 plazas hoteleras y 350 viviendas junto a la playa de Valdevaqueros. Tiene cojones. Y aclaro: Valdevaqueros es esto:


Dejadme que diga algo, por si acaso la foto no fuera lo bastante expresiva. Sí, ya sé que a estas alturas debéis pensar que yo el cielo me lo imagino como ese lugar donde Dios le dice “pisha” a San Pedro, y los serafines se ponen púos de manzanilla y tortillitas de camarones, sin consecuencia alguna para sus angelicales barrigas. Pero voy a añadir algo más a mis habitual retórica amorosa sobre los paisajes de Cádiz. Veréis: cuando vienes de Algeciras, llega un momento en que la carretera que va a Tarifa deja de trazar curvas, tan castigadas por el viento, que parece que tu mismo coche se ha convertido en un vela de windsurf. Atrás queda la visión del Estrecho y de los molinos, y de esos pastos heroicos que, contra incendios, levantes y matorral espinoso, saben sobrevivir. Lo que se abre por delante te deja anonadado. A tus pies tienes la llanura litoral de Tarifa. Verde, azul, azul verde, porque has tenido el buen tino de venir ahora que la hierba todavía no está seca, y el dorado tímido de la arena de la playa. A tu izquierda, la ciudad y su isla de Las Palomas, que parece construida para que por allí se paseen los amiguitos de Playmobil. A tu derecha, un telón de piedra. Y entre medias, arena, arena, arena, la cinta interminable de la playa de Los Lances, la duna exagerada de Valdevaqueros, además de unos cuantos eucaliptos salpicados, una cantidad de construcciones que el alma sensible es capaz de perdonar, y vacas, y algún que otro caballo sucio y panzudo. Miras todo eso, y te parece un milagro que en el ultrajado litoral andaluz, quede un lugar que todavía se pueda calificar de vacío. Es mentira, ya os digo que hay hoteles, con mayor o menor grado de horteridad, y un camping, y supongo que casas ilegales. Pero después del cemento tóxico de la Costa del Sol, y de las fábricas y los buques de hierro de Algeciras, cuando ves las flores rosas, escarlatas, que crecen en estos pastos, a un paso de la orilla del Atlántico, es como si alguien hubiese mezclado en una coctelera un aire mejor, más sano, más compasivo.

Hay mucho de mí en este lugar, eso lo sabe el orbe entero. Días dorados de amistad, aquella noche en que dormí en el coche con mi prima. Atardeceres tan largos, que casi me daba la impresión de estar ya muerta, y de que contaba los milenios como si fueran segundos. Ganas, secas como la arena, de ver a un par de hombres. El escenario casi mítico donde yo suponía que andaba ese bombero que fue uno de mis amores infructuosos. Los pinos como paraguas. La levedad de tener a la espalda un montón de espacio. Amo este lugar, pero, como os dije en el post anterior, estoy aprendiendo a desprenderme de él, para así liberarlo de la carga de mis recuerdos preciosos. Por una parte está el espacio, y por otra, el filtro un poco ansioso de mi memoria, que siempre quiere que aquello se repita, que los lugares y las luces nunca cambien, y las personas sigan siendo las mismas, y yo no tenga una arruga incipiente junto a la boca.

Pero mi aprendizaje no puede con este tema que ahora se han sacado de la manga. Todo cambia, y eso hay que aceptarlo. Pero yo no puedo aceptar este cambio salvaje como un asesinato, semejante brutalidad, que atenta contra cualquier idea de flujo natural o transición, una estupidez tan exagerada, tan... cavernaria, teniendo en cuenta cuál ha sido el cáncer del paisaje y de la economía de España. Y lo que más me hiere y, a estas alturas de mi vida, me hiere como una amputación cada vez que me escamotean uno de mis paisajes, lo que me pone verde de ira, es que la Delegación de Medio Ambiente de Cádiz parece haber dado su visto bueno al proyecto. Eso me hace, en cierta manera, cómplice, porque resulta que llevo trabajando nueve años para la Administración que en Andalucía ostenta la custodia de la naturaleza. Nueve años buscándole, muchas veces, tres pies al gato para encontrarle un sentido, más allá del monetario, a mi trabajo. Nueve años diciéndome que, aunque no me lo pareciera, lo que hacía a lo largo de mi jornada laboral saltaba por encima de la burocracia, para reportarle algún beneficio a todo eso que está más allá de lo humano. Y de esos nueve años, cerca de tres han sido al servicio de la Delegación de Cádiz, que yo ya no sé de parte de quién está.

Ante esto, ¿qué postura debo adoptar? ¿Me limito a esperar hechos consumados? ¿Pataleo? ¿Aprendo a hacer bombas caseras? ¿O aprovecho la coyuntura para hacer una fogata con todos mis uniformes inflamables? ¿Será que la Junta de Andalucía me va a poner en bandeja la excusa perfecta para que abandonarla? Me siento como un cobarde que no sabe cómo dejar a la novia.

3 comentarios:

  1. Pero QUE VERGÜENZA!!!.

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  2. lectoraadicta31 mayo, 2012 18:50

    También estoy indignada.Que podemos hacer?.

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  3. Anónimo entre comillas01 junio, 2012 01:15

    Juro que escribo esto libre y voluntariamente...sin sentirme presionada por tu hermoso comentario al último mío, transcurrida ya una hora del primer día del sexto mes del año en curso.
    Lo del falso poli de Village People, no me digas que no tiene gracia y la merienda con el Dalai Lama...dile que me invite a mí también ¿vale?
    Bueno, al tema central: no he tenido que pinchar con el botón izquierdo las letritas azules (¿por qué sólo se lo explicas a las lectoras, bonica?) porque la noticia me ha pinchado a mí el desayuno con una mezcla de asco por estos putos gobernantes catetos e inútiles y cansancio y desesperanza que no sé explicar. Aunque el final de la noticia parecía que dejaba una rendijilla para lo contrario: Equo -y supongo que más gente- lo intentarán paralizar denunciándolo ante instancias que espero que sean capaces de poner un poco de cordura sin tener que esperar a que esté hecho, como el Algarrobico, también aprobado en su día por esta maravillosa Junta de Andalucía que nos des-gobierna.

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