viernes, 13 de enero de 2012

Postales (I)


Tengo encima de la mesa el montoncito de postales que no llegué a mandarte. Las fui escribiendo en esos raros momentos en los que las obligaciones del viaje (anda, anda, mira, juzga, archiva, anda, conduce, aparca, rastrea, acarrea) me daban un respiro. Mientras esperaba a que los camareros se tomaban su (nuestro) tiempo para traerme otra tapa de choco frito o de carrilleras. En el intervalo entre dejarme morir, por fin, en la cama del hotel de turno, y la cena improvisada, ahí, en esa misma cama, como si fuéramos peregrinos, una manzana, un yogur que lleva fuera de la nevera un par de días, pero no pasa nada, una palmera de chocolate, cuando queríamos hacerle un regalo a nuestros cuerpos maltratados. No llegué a mandártelas, por lo que fuera, porque no encontré sellos o buzón, o porque entre respiro y respiro me olvidaba de ellas. ¿Tiene sentido que lo haga ahora? Porque ¿qué es lo que ibas a recibir? Un puñado de postales revueltas, incapaces de expresar ya el pulso atropellado del viaje, su evolución, si es que la tuvo, o mis ganas simultáneas de seguir adelante y de parar. Las miro, las despliego como si fuera a hacer un solitario, y hasta a mí me cuesta concebir que eso que enseñan, los lugares, y mi presencia en ellos, han ocurrido alguna vez. ¿Qué van a decirte a ti, entonces? Pero podemos hacer la prueba. Abre el paquete. Coge una carta al azar. Quizás puedas oler todavía una historia. O inventarte un destino.

 

Querido X:

Podría contarte muchas cosas sobre Jerez. Pero no lo voy a hacer, porque sólo hemos estado allí un par de horas. Inhumano e injusto, ¿verdad? Así es como están yendo las cosas. Por eso me he jurado a mí misma que no voy a sacar ninguna conclusión sobre lo que vea. Ni siquiera voy a pensar los sitios. Nada más que a observar y a enumerar. Así que mira bien la foto. A mí me encanta. Hay gitanos en Jerez. No es un mito flamenco ni una generalización. Gitanas con delantales que ponen sus mesas plegables fuera del espacio regularizado del mercado, y que venden cosas que no vas a ver jamás, allí donde vives: caracoles vivos, que reptan por las paredes del cajón de madera donde los han metido, como si presintieran su futuro. Tagarninas para los potajes (son esas bolsitas llenas de tallos primorosamente cortados. Parecen inofensivas. Pero si supieras el tiempo que requiere su búsqueda en los campos sembrados de mierda de vaca, y el tiempo y los arañazos que se necesitan para dejarlas limpias de espinas, también a ti te parecería una tomadura de pelo que no te pidieran más de dos euros por cada bolsa). Mira los espárragos silvestres, y hazte una idea de lo que significa, a pie de calle, economía sumergida y economía doméstica, y mira los cardos. Y ahora escúchame, y deja que te diga lo que hay en otro de los cajones, porque, por mucho que mires, no vas a ver esas criaturitas transparentes, un poco repugnantes, que saltan y se retuercen en su interior. ¿Chapulines, alacranes diminutos, alguna de esas porquerías mejicanas? No, son camarones. Vivos. La materia prima de las tortillitas. Vivos. Se mezclan con la pasta de harina de garbanzos y se fríen. Todavía vivos. Espero que, después de esta información, te sigan pareciendo exquisitas. Ojalá tuviera yo tiempo para sentarme en una terraza, como tantos, tantos jerezanos, en esta mañana de miércoles que parece sábado, con una clara y un par de tortillitas, pero nos vamos pitando a Sanlúcar. Esto no es vida. Quizás un día volvamos los dos juntos. Un beso (disculpa esta letra tan chica).

 

Querido X:

Si te digo que el tiempo ha saltado hacia atrás un par de milenios, a las bravas, ¿te lo creerás? ¿Te parecerá cursi? Vale, casi todo lo que llevan encima las dos figuras de la foto procede del petróleo, pero imagínatelos vestidos con una túnica grisácea a la altura de las rodillas, con las piernas envueltas en cuero engrasado, y, al hombro, cestos de mimbre, en lugar de un bidón de helados Miko recortado. ¿Sí? Pues ahí tienes a un par de fenicios, o de antiguos romanos. No, perdona, no son antiguos. Son viejos, muy viejos. He visto los problemas que tenía el de la izquierda a la hora de enfundarse el peto. Y, sin embargo, míralos, dispuestos a explorar el fondo resbaladizo del corral para ver lo que el juego loco de mareas les ha dejado esta noche de regalo. Es muy fácil de entender: sube la marea,y entran al corral chocos, lubinas y almejas. Baja la marea, y todas esas preciosidades se quedan atrapadas por los muros de piedra. Entonces es cuando nuestros amigos, una mañana más, vuelven a hacer caso omiso de la artritis y la humedad asesina, y se ponen a pinchar con su tridente lo que les parezca bueno, y a echarlo al morral. Y yo que, antes de verlos, me quejaba de tener fríos los pies. Si algún día te da por acercarte a Chipiona, no te pierdas este espectáculo que reconforta y reconcilia. Será la visión de ese simple trabajar puro y físico, o del ingenio que desborda el invento. Será que consuela que el cáncer del cemento no haya podido con algunas, muy pocas, de las formas y los modos de siempre. O será el efecto hipnótico que a mí, criada junto al enjuto Mediterráneo, me provoca el espectáculo confuso de las mareas. No lo sé. Yo me quedaría horas mirándolos. Un beso.



Querido X:

¡Ay, La Caleta! La Caleta, otra vez, y ya era hora. ¡La Caleta en invierno! Debajo del Balneario (esa estructura blanca que ves en la foto es uno de sus extremos) hay montadas dos o tres tiendas de campaña. Envidio sus vistas. Un amanecer de silencio extraterrestre. La mañana y los turistas que, con mono de veraneo, rastrean la orilla en busca de conchas y ostiones con que decorar el salón de sus pisitos capitalinos. La mañana, y la vieja que ha vestido a su perro a juego con su propio jersey de rombos granates y amarillos, y que ¡Queco, Queco!, no permite que se aparte de sus pies. La mañana y las barcas que entran y salen de su aparcamiento, sin mucho empeño, porque lo que a ellas les gusta es mecerse al compás de esos rizos que ni olas pueden llamarse. La mañana y ese perrito, no Queco, claro, sino un chucho cualquiera, que, por gusto de ver a las gaviotas levantar el vuelo, no para de corretear entre las piedras de la playa, se moja las patas, y ladra, ladra de júbilo, no de amenaza, ladra por la sorpresa de ver cómo lo que era agua, ahora de repente es arena, y lo que parece cielo, en realidad es agua (ellas, las gaviotas, que a veces no son tan malas, le siguen el juego, y se ponen a reír como histéricas, y vuelan). Y luego la tarde y la siesta. La tarde y un café en la terraza, sabiendo con todo el cuerpo que nada tiene mucha importancia. Y la noche poblada de ¡qué pasa,quillo! y cláxones. Y más tarde la noche a secas, arrebatadora, y la facilidad con la que tu mente se deja embaucar por mitos clásicos y símiles tontos. Porque ahí, en el Castillo de San Sebastián, donde brilla el faro, dicen que se levantaba un templo al dios Cronos, y tú te dices que hasta los dioses se dejan estar en La Caleta, porque aquí el tiempo no es que no pase, es que ni siquiera existe. Muchos besos.

3 comentarios:

  1. Excelentes postales:

    Jerez, donde nací. La próxima vez que vayas, pasate por La Moderna, un bar donde te puedes tomar un buen vino junto a un muro de hace casi mil años, la antigua muralla.

    Chipiona, donde me casé. Aparte de los corrales, el faro también es una buena estampa. Si lo visitas y subes a su parte más alta la vista es impresionate.

    Cádiz, donde estudié. La caleta es preciosa. Alguna noche juvenil acabé bañándome en ella. La Alameda también es un sosegado paseo.

    ¿No has visto mis huellas por allí? ¿Aun quedan?

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  2. Anónimo entre comillas14 enero, 2012 23:53

    El día que publiques tu primer libro de crónicas viajeras, allí estaré yo para comprar mi ejemplar, con sus fotos distintas de personas y lugares distintos a los que nos quieren enseñar siempre.

    Sé que suena a chorrada de cocinero pijo, pero mataría por esos espárragos (¿en enero?), esas tagarninas (que sólo recuerdo haber comido "allí abajo" cuando tu padre se jugó las manos limpiándolas; luego aquí, en Granada, pero diferentes), o el fruto de esa extraña cosecha marinera...

    Y qué J.R.Jiménez te pones contando cómo juegan el chucho y las gaviotas. Ese chucho ¿no se llamaría Platero, por casualidad?

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  3. Paco Principiante, apunto la referencia. Si voy llevaré una falda roja para que se me reconozca. Y claro, el faro de Chipiona es precioso, pero no me cabía entero en una postal. Ay, yo me vuelvo para allá.

    Comillas, en cuanto vea una bolsita de tagarninas, te las compro. Queda escrito para la eternidad

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