lunes, 16 de enero de 2012

Hoy empieza 2012


Abro los postigos del balcón, y casi toco la nieve con la punta de la nariz. Esta vez no estoy desubicada, aunque ayer, a esta hora, me estuviera dando un paseo por la playa, con una sola capa de ropa entre el aire y mis brazos. Ni me parece ciencia ficción que hace justo una semana me despertara en un hotel de Cádiz. Que no es Tahití ni Tegucigalpa, lo sé. Creo que ya he dejado por ahí escrito que a veces confundo lejanía con inexistencia. A lo mejor es que me queda todavía un pedacito de mente infantil sin evolucionar (uno de tantos), pero a mí me cuesta un poco hacerme a la idea de que los lugares por los que he pasado sigan respirando por su cuenta, que los pasillos del pescado en el mercado de Jerez luzcan hoy desangelados, porque es lunes, y que mi hermana coja el metro para llegar al hospital donde trabaja, sin que yo la vea. A mí me hace una gracia horrorosa ver a niños muy pequeños jugando al escondite, porque casi siempre hay alguno que, en medio de todo, se tapa los ojos y se cree así invisible. Si yo no veo, nadie me ve. Me troncho. Pues a mi pedacito le pasa algo parecido: si yo no veo, no existe nadie.

Pero hoy no. Hoy soy un ser humano adulto que se observa a sí mismo con una curiosidad morbosa (Mi mamá dirá que quizás me miro demasiado al ombligo. Qué le voy a hacer. Los ombligos de los demás hablan poco y raro). Estoy estudiando la metamorfosis por la que mi yo esteponero se transforma en mi yo granaíno. Chimpón. Creo que ya sabréis de qué hablo, pero, por si acaso, lo recuerdo: mi yo esteponero es una cosita mansa, que hace zzzz como las abejas, está en sintonía con las criaturas del mundo, desconecta la máquina de las expectativas y se atreve a escribir un post tan sincero y  fanfarrón como este (recuerda, mami, si una palabra aparece de distinto color, es que es un enlace). Mi yo granaíno da vueltas por habitaciones muy pequeñas. Piensa mucho y espera más. Se dispersa, deja de prestar atención. A veces se deja seducir por la idea de que algo no termina de cuajar en su vida. Saca del armario a la Doctora León. Escribe cosas sobre los propios mitos. ¿Qué induce la metamorfosis? ¿Se produce de golpe o de manera gradual? ¿Es posible interrumpir el proceso? ¿Tengo que entenderlo como un fenómeno natural y, por tanto, aceptarlo?

En ésas me hallo. Observando, simplemente. Sin hacer juicios. Trato de no volver a cometer la imprudencia de responsabilizar de mi estado emocional al lugar. Ese es uno de mis grandes clásicos mentecatos. De hecho, llevo tiempo queriendo escribir un post que se llame “Jimena”. Cuando me permita hacerlo, hablaré de la primera tarde que pasé allí,  después de que en la Delegación de Medio Ambiente de Cádiz me dijeran que ese era el destino de trabajo que la fortuna me había deparado, tras aprobar unas oposiciones a las que me lancé de manera kamikaze, porque por entonces no tenía muy claro de qué iba la película forestal. Yo era pequeña y apocada, y aunque un par de años antes hubiera pasado una semana en Hungría con desconocidos, de la vida sólo sabía medio meñique, como mucho. Y allí estaba yo, tendida en la estrecha cama de un hostal, o en la coqueta estación de tren, a la que fui a refugiarme cuando el hostal empezó a caérseme encima de la cabeza, con todas sus colchas de flores y sus desconchones, su café con matarratas y la tele de la habitación vecina a un volumen desquiciante, preguntándome qué es lo que iba a ser de mis perros días a partir de ahí. Es ahora cuando me doy cuenta de que a mi vida en Jimena le impuse una sentencia condenatoria desde el principio, desde esa tarde en la que no pude dejar de pensar en términos de supervivencia. En la estación, mi mirada pasaba de las macetas con flores a las vías, de las vías a los montones de corcho del almacén de enfrente, y no me hubiera sorprendido descubrir la palabra soledad escondida entre las letras del cartel que anunciaba la llegada a Jimena de la Frontera. Me sentí sola muchas veces a lo largo de los dos años y medio que estuve allí, convencida de que o ese destino era transitorio o yo me moría. Considero esa falta de vigor de entonces, ese empecinamiento en trasladar la insatisfacción desde mi propio carácter al lugar donde me había tocado estar, como mi principal fracaso.

Pues no pienso escribir ese post hasta que haya dejado de hacer clasificaciones espaciales de mis yoes. Sería de un cinismo desproporcionado. O antes de haber escrito uno que rezume amor sabio y compasivo por Granada. Baste decir, hasta entonces, que oh, la preciosa nieve, y feliz año, Paseo del Salón, adoro tu aspecto pasado de moda, y que dure todavía la alfombra de hojas secas ¿Como? ¿No deberían andar los árboles en cueros, a estas alturas? ¿Es que hay algún contra-barrendero furtivo esparciendo hojas, de madrugada? Beso el suelo lleno de manchas incurables de mi pisito, donde recupero mi independencia culinaria y me doy con furibundo placer a la verdura y a las tostadas de queso Philadelphia con membrillo. ¡Donde tengo una línea de internet mía, mía, mía, con un montón de música y de entradas atrasadas en mis blogues del amor!
este
(Cuando mi padre asimile de una vez que un jubilado que vive en el campo, ama a Messi por encima de todas las cosas y tiene una primogénita que vuelca sus interioridades al ancho mundo virtual, ¡¡¡ TIENE QUE TENER INTERNET EN SU CASA !!!, revelaré las penosas condiciones a las que me veo sometida a la hora de colgar mis cosis made in Estepona. Aquí donde me leen, soy una blog-heroína)

3 comentarios:

  1. Sangre mia,te quiero.

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  2. Qué curiosa la vida, esta vida... alguien me aconseja que lea a una chiquilla que, me dice, escribe bastante bien y resulta que: ha trabajado en Jimena -allí dejé algunas tardes felices-, añora volver a pasear por Cádiz -donde yo vivo- y vive y trabaja en Granada -donde yo nací-. Cuántos cruces de caminos pueden encontrarse a través de estos posts!!!... por cierto... me gusta mi apodo... ah... y si no lo has hecho... almuerza en El Califa, en Vejer, en el comedor exterior, y deja que esa mantita pequeña te ayude a respirar los rayos del sol del invierno...

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  3. Troglodita, puesto que te gusta, te bautizo (aunque prefiero que estés fuera de la cueva, conste).
    En el Califa he merendado, he comido, he dormido y he arrasado con uno de los mejores desayunos buffet con los que me he topado, en ese mismo patio que tú dices (bueno, allí no he dormido. en distintas ocasiones. La malla de cruces de caminos es inescrutable.

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