martes, 15 de noviembre de 2011

La fábula de la parada nº 5 millones

       “Todavía no hemos visto el fondo”, dijo alguien. Los demás asentimos sin palabras. Fue sólo un momento de silencio, y si hubiera pasado realmente un ángel, habría sido uno negro. Un solo momento de desazón amable, y luego, de nuevo los chistes fáciles de las 13:30 de la tarde.  Ninguno de nosostros puso mucho empeño en pensar lo que sería de nuestras vidas si un coletazo de estas políticas económicas demenciales, que tanto se han llevado ya a su paso, y lo que te rondaré, morena, nos dejase también a nosotros sin trabajo. Si alguien se acordase de ese débil eslabón de la burocracia que es el Agente de Medio Ambiente.

Así que es ahora, sola y sin el uniforme (juraría que confeccionado en kriptonita), cuando me pregunto que pasaría si de aquí a, pongamos, dos o tres años, alguien tuviera el (¿buen?) criterio de considerar superfluo mi trabajo. Que, para más inri, es nuestro trabajo, mío y también de Jose. Imaginemos.

Después de unos días, o semanas, que nos parecerían de descanso, en los que casi tendríamos que forzar la memoria para recuperar, un poco culpables, nuestra perplejidad, tendríamos que ponernos manos a la obra con las decisiones.

 La primera sería, seguramente, la de dejar el piso, nuestra minúscula cueva calentita y llena de ropa (sí, me repito más que el ajo) y libros. Jose propondría la casa de sus padres como alternativa gratis. Y yo me quedaría callada, incapaz de decirle que no, pero a la vez sopesando, en pleno ataque de raciocinio, que lo suyo sería quedarse una temporada en Granada, donde habría más posibilidades de encontrar un trabajo. Porque después de diez años de funcionaria, todo mi ser tendería, con todas sus fuerzas haraganas, a un nuevo puesto asalariado. Así que nos mudaríamos a su casa de Alhendín, llena de cariño y habitaciones sin usar. Daría vueltas como un león de circo por todos los recovecos incomprensibles, las comidas de su madre me sentarían regular, y no sería raro si me preguntasen "qué te pasa". Me dejarían cocinar sólo una vez por semana, pensando que bastante tenía yo ya con andar buscando trabajo. Me pondrían de adorno en el salón, junto a las figuritas de cerámica y los recuerdos de bodas.

 Y el trabajo seguiría sin llegar, porque las empresas de consultoría ambiental habrían sido barridas por la crisis. Tendría un par de intentos dentro del ramo del turismo ecológico o de la educación ambiental, pero lo dejaría al par de semanas, porque me pagarían una mierda, o por miedo a terminar empujando al fondo de un barranco a un dominguero cutre y listillo, o a un niño histérico por no encontrar un enchufe donde cargar la play portátil, o como se llame eso, durante un campamento de fin de semana. 

Al final no podría más, y me largaría a la casa de Estepona, a la de mi padre, donde recuperaría parte de mi independencia cotidiana, y el oxígeno que, a fuerza de techos bajos y dichos de pueblo, habría volado de mi sangre. Jose, comprensivo como un Hermes, alternaría temporadas conmigo y con sus padres. Allí no tendría tiempo para aburrirme, ni para merodear por los cuartos. No necesitaría subir veinte veces seguidas las escaleras de la planta baja a mi habitación, porque sería raro que el culo se me quedase entumecido. Me daría todavía un tiempo de recreo, para escribir y pasear. Después llegaría el tiempo de aprenderse el calendario del huerto: me las tendría que ver con la mulilla mecánica y los mirlos, con la mosca blanca y el exceso de aguacates. Mi padre, al final, transigiría ante mi imposición de novedades. Meteríamos gallinas. Conejos no, porque no tendríamos valor para liquidarlos. Él se negaría mil veces, pero al final terminaríamos teniendo una cabra, que habría que atar para que no se comiera los brotes de los naranjos. La amenazaríamos con convertirla en cecina hasta que se dejara ordeñar. Un día yo bajaría la cuesta del huerto gritando, como una Arquímedes posesa, yogur, papá, yoguuur. Estudiaría cien libros de agricultura ecológica. Haríamos conservas. Me cuidaría mucho las uñas. 

Un día de poniente asesino, con la cintura quebrada de recoger fresas, algo me diría que había llegado el momento de poner punto y seguido a la fase pastoril de autosuficiencia. Sería cuando llevase un tiempo ya haciendo cuentas, y dejando siempre el resultado para el día siguiente. Es verdad que no gastaría mucho, el coche o el autobús para ir alguna vez a Granada, la cuenta de internet, cuyo gasto no querría endilgarle a mi padre, alguna cosilla de ropa, para seguir sintiéndome una chica pinturera. Bocaditos que irían dejando mondos los ahorrillos que me resultaran del ERE. Habría llegado, pues, el Momento. La hora crítica de las preguntas honestas. Por ejemplo: qué tengo, qué sé hacer, para qué valgo. Apuntaría dos columnas en una libreta, una con las respuestas, y otra con los proyectos que a ellas pudiera asociar.
  • Cocinar poner cinco mesas en la terraza, en los porches, o bajo los aguacates, y servir comidas con encanto rústico-chic a turistas con clase.
  • Cultivar promocionar en internet cestas de frutas y verduras ecológicas, y de mermeladas y panes como los de tu abuela.
  • Leer/Interpretar el monte → repartir, entre los turistas con clase-ávidos-de experiencias-andaluzas-integrales, folletos, hechos por mí misma, y subvencionados por la pensión menguante de mi padre, mediante los que publicitaría mis rutas guiadas por las bellezas naturales de Málaga y Cádiz. Tratar de pescar a un octogenario dueño de un castillo en las Highlands.
  • Escribir → beneficiarme de los réditos publicitarios que puede rendir un blog popular (guiño a todos ustedes, lectores: no queréis que muera de hambre, ¿verdad?). Si es necesario, enseñar las tetas, o revelar que mi padre me está violando. Prohibido plantearse reparos sobre si eso, escribir, es algo que sé o no hacer. Seguro que por internet pulula gente que se hace de oro aunque escriba como un molusco. Crónicas, revistas, hasta libros!
  • Creerme, a escondidas y pese a la timidez, más lista que la media →inventarme talleres de escritura creativa, de cocina o de conservas, dirigidos a las marujas de alta gama de Estepona (las de baja, pobrecitas, seguirán haciendo malabares con los productos Hacendado del Mercadona). Con caradura, internet y todos los libros que tengo no creo que tuviera mucho problema .
  • Etc?
Así pasaría bonitas tardes. Levantaría la mirada de la libreta, y vería pasar por el cielo las inevitables bandadas de garcillas, de camino a sus dormideros. Me diría, toda desprendimiento, que el mundo se articula perfectamente conmigo o a mi pesar, y quedaría estupenda. Que la maraña de necesidades es inescrutable. Que, si aprendo a mirar, la balanza de las cosas que sé y no sé hacer se acerca al equilibrio.

(Habrá quien piense que no debería frivolizar con un drama de dimensiones colosales como es el paro. Quien se diga que, visto que soy una privilegiada, con mi trabajo fácil y bonito y seguro, hasta que se demuestre lo contrario, podría meterme las fábulas en el culo. Espero que ese alguien haga el voto solemne de no reírse nunca, cada vez que vea el telediario)

7 comentarios:

  1. Es interesante todo lo que comentas imaginate que yo llevo en paro desde abril del 2009 y se te ocurren de todo tipo de cosas para salir del paso y generalmente las descartas a todas por una razon u otra pero me parece que la salida esta como decis al final ser atrevido e intertar de todo ya algo resultara.

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  2. Peliaguda situación,álguien pensará que eres una privilegiada,ahora que está tan de moda lo de irse a vivir al campo o al pueblo,pero por tu comentario de que tendrías tiempo para cuidarte las uñas, veo pequeña,que no tienes ni idea.Enfín tengo muchas puntualizaciones,pero quedémonos con esas.

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  3. Bueno, bueno, lectoraadicta, no se puede ser tan seria. Era una especie de farsa, mujé. Yo beso mis estampicas todos los días, agradeciendo que tengo este trabajo

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  4. Inquietantemente, sea en sentido trágico o sea una veleidad medio en broma, me siento igual de aludido por lo que cuentas, sin necesidad de traductor. ¿En qué clase de abismo falsamente seguro vivo?

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  5. Barramedeño, si no te pusieras a esas horas intempestivsa de la mañana a meterte en blogues, tu abismo sería un poco más seguro. En realidad, todo es un poco falsamente seguro, salud, dinero, amor...

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  6. Anónimo entre comillas20 noviembre, 2011 01:40

    Una solución redonda y que podríamos compartir, (si se acuerdan de ustedes para darles la patada en el culo, cómo no iban a acordarse de los demás): mi antiguo sueño de la casa rural en la que cabría todo eso: cocinar, cultivar, leer-interpretar el monte-paseando paseantes, escribir (bueno, eso tú solica que lo haces mú bien), inventar talleres hasta para inventar talleres y, si funcionara, creernos un poquito más si no listas, sí afortunadas que la media ¿hace?

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