sábado, 19 de noviembre de 2011

Expedición nocturna

      Alguien se despierta sobresaltado en mitad de la noche. A lo mejor le ha asustado el traqueteo del camión de la basura, o un sueño pegajoso del que ahora no se acuerda. Da igual. Sólo sabe que ha sido brusco y que, de pronto, su casa es un calabozo. Es algo que nunca se le había ocurrido. Su casa, cálida, segura. Rodeada de barrotes. Se ha despertado de golpe, y se volverá a dormir también de golpe. Pero su vigilia durará el tiempo suficiente como para que pueda asombrarse de esta lucidez rara, que poco tiene que ver con el día. Mi casa, mi refugio, una prisión, se repite. Empieza a tener miedo de que llegue la mañana. Las mismas calles de ayer, las personas con las que coincide inevitablemente, los mismos alimentos, el mismo horario, el cuerpo amado al otro lado de la cama y de la mesa del comedor. Se pone boca arriba y cruza las manos sobre la colcha, dispuesto a plantarle cara a la visión. Siempre le ha parecido una vulgaridad sentirse inquieto o apresado por la rutina. Sólo la gente cutre se aburre con lo que parece, sólo parece, repetirse a los largo de los días. Pero esta noche es distinto. Algo oscuro le llama desde un lugar que no identifica, algo que le impulsa a buscar por detrás de los muebles de su casa y de su vida. Qué, no lo sabe, ni sabe si lo necesita. Tiene que encontrarlo, eso es lo único que sabe, eso y que está fuera de su casa. Fuera.

Donde alguien le está cortando la cabeza con una motosierra a seis cadáveres, en una ciudad de México. Donde alguien ha puesto el despertador a las 06:45, a pesar de que hoy le han dado un sobre con el finiquito. Alguien, en la misma posición en la que él se encuentra ahora, intenta todavía de asimilar que el dolorcillo sordo que lleva sintiendo desde hace cuatro meses en el costado era la señal de alarma de un cáncer sin solución. Alguien finge un orgasmo, y su actuación es recibida con tanta emoción, que el placer se vuelve real. Alguien se pregunta, con un retraso de once años, si de verdad estaba preparada para ser madre. Alguien se bebe las palabras que salen de la boca de alguien de barba venerable, tocado con un turbante. Alguien vomita en el suelo de un cuarto de baño cuyas paredes retumban. Alguien encuentra la manera de pedir perdón mediante un abrazo callado. Alguien se reconoce que, después de todo, las Pirámides de Gizeh no son tan fascinantes como se veían en los libros de texto.

Alguien pasa la última noche en una casa en la que ha vivido quince años. Alguien prefiere ser traicionado a la soledad. Alguien delira por culpa del hambre, indignado porque las estrellas del cielo no puedan comerse. Alguien se siente leve y bueno cuando, al otro lado del ordenador, un desconocido comprende su sentido del humor. Alguien se echa a andar, con las manos en los bolsillos, detrás de una mujer que va sola por la calle. Alguien se da cuenta por fin de que aquel amor era un cuento que se había contado a sí mismo para dormirse. Alguien se da la vuelta en la cama y sonríe. Alguien escucha pisadas en el bosque, y no siente miedo. Alguien acerca su mechero al pasto y se pone cachondo. Alguien mira las noticias en su habitación de hotel, y se da cuenta de todo lo que pasa, aunque no entienda ni una palabra del idioma del presentador.

Alguien lía un canuto de hachís revuelto con discursos que explotan como fuegos artificiales. Alguien se enamora del único chico que no habla. Alguien conduce toda la noche con la ventanilla abierta, y despierta de su ligero letargo de autopista cuando huele el mar desde la distancia. Alguien cose a máquina las piezas de la camisa número setenta y tres de la jornada. Alguien se permite llorar, al fin, después de pasarse la tarde entera en urgencias, con el niño que ahora duerme tranquilo y orgulloso de los puntos que le han dado en la barbilla. Alguien se da de plazo hasta mañana, para dejar a su pareja o para matarse. Alguien se da cuenta, aterrorizada, de que no recuerda el nombre de su marido.

Alguien, él mismo, el que se despertó sobresaltado, encuentra lo que le habían obligado a buscar. No le cuesta volver a quedarse dormido.

3 comentarios:

  1. Aunque me gusta, me resulta difícil comentar sin red este sinred. Solo diré que personalmente intento no hacer mucho caso a ciertas visitas inesperadas que lo mismo que llegan se van, aunque siempre dejen un extraño sabor de boca, inevitable.

    ResponderEliminar
  2. Me apunto a lo dicho por barramedeño pero no digas copiona.

    ResponderEliminar
  3. Todo lo contrario, mis queriditos: hay que hacerle caso a esas visitas que le hacen grietas a la seguridad de tu vida y de tu casa. Por ahí es por donde entra el aire fresquito de la noche. Es de Perogrullo, pero la vida es más grande que nuestra habitación de Winnie the Pooh (¿se escribe así?), y cuando uno comprende eso, siente algo parecido a eso que llaman liberación.

    ResponderEliminar