jueves, 10 de noviembre de 2011

De cómo bauticé a mi blog

     Yo no tuve las ideas tan claras como la madre de Ingrid, así que, cuando llegó la hora de ponerle un nombre a la “criatura”, como la llamó uno de estos días Madame Comillas, me puse a rebuscar por todos los rincones de la calle y de mi casa. A mí me hubiera gustado, en realidad, sentarme en la postura de loto, cerrar los ojos, y que el nombre se hubiera deslizado desde mi mente más profunda y serena hasta mi boca. Pero no soy tan autosuficiente. Así que me tuve que contentar con mirar a la gente, hojear libros, ver la tele con ojillos escrutadores, y con dormir, por si acaso las dichosas Musas se me presentaban sin avisar en un sueño.

    Primero acudí a los libros de mi casa. Para ello me disfracé de rata de biblioteca (zapatillas de peluche, gafas en la punta de la nariz, mano derecha enmarcando la barbilla, y un mmm bajito y sostenido), y me puse a repasar los títulos mezclados con promiscuidad impune en las estanterías. Yo a mis libros los dejo que se relacionen a su amor, y no los clasifico. Saqué Las ciudades invisibles, de Italo Calvino, que espera todavía, pobrecito, a que lo rescate del limbo patético de los libros que se compraron por impulso y todavía no se han leído. Al abrirlo al azar, saltó esta frase:

En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, buscan otras miradas, no se detienen.”
     Me pareció tan dolorosamente exacto que me dije “olalá, mi blog se ha de llamar “en-cloe-gran-ciudad”: elegante, misterioso, hasta un poco onírico, muy melodioso. Y pedante hasta la arcada. Seguí buscando.

    Como una mañana de lunes me tumbé encima de un cuadradito de sol que caía amorosamente sobre mi sofá, dejando el libro que estaba leyendo en el suelo, los platos de la cena de la noche anterior y del desayuno por lavar, las camas revueltas y a Pepito Grillo metido en el bidé lleno de agua, con los bolsillos de su chaleco llenos de piedras, se me ocurrió, antes de entrar como una reina en el sopor, el nombre de “canto-de-cigarras”. Cuando mi encefalograma cogió un poquito de relieve, se  volvió a ocurrir que ese título le daría la razón a los que me conocen íntimamente desde hace años, esos víboros (venga, todos conmigo: “y no quiero señalar”) que hacen la siguiente cuenta: Silvia = impulsos fulgurantes que se deshacen como una bengala = bellos y cómodos proyectos mentales = holgazanería.

    Pensé también en “cuesta-de-los-molinos”, por razones que no voy a revelar, para no ponérselo fácil a algunos de esos fans enloquecidos que yo sé que debe haber por ahí. Y en “sin-titulares”, uno de esos escasos días en los que estudio mi vida y me digo, con un sentido crítico que ni el de Carlos Boyero, “bueno, y aparte de esto, qué”. Y hasta en “prismas-y-paralepípedos”. ¿Algo que objetar? Cortázar se inventó la chifladura deliciosa de los cronopios y los famas, y en vez de zumbao, le llamaron genio.

     Busqué tanto que estuve a punto de bautizar este blog como “lo-que-hay-debajo-del-sofá”. Es que no se me ocurría ningún otro sitio en el que mirar y, además, ¿no es asombroso el hábitat con el que que te encuentras conviviendo cuando levantas el sofá?

     Entonces sucedió que volví a escuchar una canción de Quique González, Aunque tú no lo sepas, que fue la banda sonora perfecta para una historia que quizás un día os cuente. Hoy, después de siete años, todavía me emociona. Porque aunque tú no lo sepas/ me he inventado tu nombre/ me drogué con promesas/ y he dormido en los coches. He dormido en los coches, he dormido en los coches...Simplemente, tuve la intuición de que había encontrado un hilo del cual podía tirar. Un hilo que salía húmedo de mi propia saliva del ovillo. 

    Me acordé de cuando a mi prima María José y a mí nos dio la ventolera (Poniente, of course) de irnos un jueves por la tarde a Tarifa. Llevábamos el bikini puesto, y un poco de ropa limpia de señorita, por si después de la playa nos daba por tomarnos un glamouroso café. Pero no regresamos a Estepona hasta el sábado siguiente, después de puntear todo lo que nos quedaba de costa hasta la bendita ciudad de Cádiz. Recuerdo y sonrío, escribo y sonrío. Y quizás, un día, cuente también esta road movie, para que sonriáis conmigo. Ahora sólo interesa que la noche de Tarifa no encontramos habitación en ningún hotel, hostal, fonda, pensión, y tuvimos que dormir en su coche, cerca de la Torre de la Peña. Entonces fue la improvisación cómica, la ligereza, el precioso tópico de la libertad.
     Me acordé de cómo, en los primeros viajes en coche que Jose y yo hicimos juntos, inexplicablemente, siempre me dormía. Y mira que trataba de evitarlo, porque a mí, que mi copiloto se duerma, me da una rabia homicida que ni un talibán en una peluquería. No había manera: treinta kilómetros después de abrocharme el cinturón de seguridad, ya estaba sopa. Quizás la culpa era de aquella facilidad inédita con la que, tan rápidamente, construimos nuestra confianza. Quizás él, debajo de su apariencia de Clark Kent, era el Hombre – Oomm. Al poco ya ni me reprimía: bastaba con que me arrebujase bajo mi abrigo, y me dejase llevar por esa relajación rara, sin vergüenza, sin culpa, para que, aunque no llegara a dormirme, saliera a flote un tipo de sensibilidad distinta a la de andar por casa, andar por la calle, andar a pata. A 120 km/h, todo estaba quieto dentro del habitáculo, y todo estaba quieto dentro de mí. Yo estaba expuesta, mi vida encomendada a su atención, mi imagen, sin perfiles ni máscaras, y todo era fácil, y se me ocurrían ideas y visiones de una lucidez inexpresable, y ni siquiera eso, sino la paz.
     Al final recordé, naturalmente, de los viajes familiares, cuando mi hermana y yo éramos pequeñas, que hacíamos desde La Línea, o desde Málaga, o desde Estepona, a La Mancha. La A-44 todavía no existía, y el trayecto, en la memoria, aparece con una duración casi trans-siberiana. Cuántas idas, cuánto Despeñaperros, mi madre que siempre se pintaba los labios cuando enfilábamos la carretera de Torrenueva, cuántos “cuándo llegamos”, cuántas vueltas, yo mirando cómo se iba empequeñeciendo la torre de la iglesia en la luna trasera. Y los viajes de noche. Uno de mis imágenes – totem es la de las estrellas, el millón de estrellas de entonces, que se amontonaban en la misma luna trasera de aquel Renault verde, y mi asombro intacto. Dormirse en el coche era la seguridad, y no tener todavía ni pasado ni futuro, y la locura de estrellas todavía fija tras los párpados. Yo nunca quería salir del coche, cuando al final llegábamos.

Cazada por los paparazzi

10 comentarios:

  1. Sabiendo el por qué de las cosas, adquieren más sustancia, más sabor,...
    Yo recuerdo viajes largos, muy largos, en familia, de noche, y aún así, me liaba en lo que pillara y me tapaba la cabeza, para hacer la noche más noche,... y en posición fetal, me dormía metido en el hueco de suelo del asiento trasero. ""se me ocurrían ideas y visiones de una lucidez inexpresable, y ni siquiera eso, sino la paz"".

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  2. "Hacer la noche más noche". Me encanta. Y la imagen de un niño metido en un hueco. Yo también me metía debajo de la cama, muchas veces

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  3. Me gusta,me gusta,me gusta,no se me ocurre nada más,o tantas cosas,pero inespresables(no por pudor...que también)sino porque a mí no se me dá bien esto de juntar ideas y ponerlas en orden.

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  4. Anónimo entre comillas12 noviembre, 2011 22:48

    Lo que puede dar de sí un nombre ¿verdad? creo sinceramente que has elegido el mejor, aunque sigo sin ver lo malo en el "canto-de-cigarras". El hecho mismo de escribir esto quitaría la razón a esos malajes que dices que andan sueltos...
    Hace poco anduve con una canción del Quique éste metía en la cabeza, de esas que no te puedes sacar ni a tiros; bueno, ya la cambié por otra.
    Y qué gracia tienes, joía...

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  5. A mi me toco vivir en un coche durante 5 dias tambien era un renault pero este es super 5 y para un tio de 1.84 no es nada facil te imaginas la cabeza te roza con el techo las piernas chocan por todas partes pero me las arregle para hacer mi vida en el y no me quejo y hoy lo veo como una experiencia de vida, aqui no hubo nada divertido todo era necesidad pura y dura, tambien veia las estrellas todas las noches y una tormenta preciosa con relampagos y mucha agua

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  6. Soy yo, tú sí que deberías contar tus experiencias en un blog

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  7. ME SUPER ENCANTAAAAAA
    ¿¿Será posible la jodía primica la gracia y el arte que tiene?? OLE, OLE Y¡¡¡OLE!!!, no es por nada pero creo que el toque artístico viene de sangre torrevéña..mira si no los peaso de genios tenemos en La Mancha: Almodóvar, mi querido Millán Salcedo, José Mota, Sara Montiel y no voy a nombrar en esta gran lista a Paco Clavel..ups! ya lo he hecho...jajaja
    (soy la que compartió noche en el coche y otras anésdotas varias)

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  8. Madre mía, prima, vaya carga genética. Creo que prefiero ser una arrecogía, y que mis padres verdadreos eran en realidad unos gitanos rumanos.

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  9. Por cierto el Sr. este que canta, tiene su poquito de mandíbula inferior echá palantota, no?¿.jajaja (la de antes, a ver si alguien me enseña a poder comental las cosaeh con mi name,cojona, que paezco medio SER)

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  10. A ver, soser, ande pone comentar como dale a Open ID. Si hasta lectoraadicta ha podido, tú, que formas parte del sistema educativo madrileño, no vas a ser menos, no? Mandíbula palantota... Eres el romanticismo hecho carne

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