domingo, 3 de mayo de 2020

Incontenible



Sigo haciendo una parte de la vida en el balcón, a pesar de que el paisaje urbano haya vuelto a cambiar dramáticamente. Soy una gárgola más extraña aún que la de las catedrales. Ahora mismo hago equilibrios con el portátil sobre el regazo, escamoteando superficie a la placa solar en la que pretendo convertirme. En mi nueva normalidad, y mira que he jurado que iba a censurarme a rajatabla para no usar la expresión odiosa, la intención era no amontonar tarea sobre tarea en un mismo tramo de tiempo. Si estás fotosintetizando y dejando que la atención baile con cualquiera, no se te permite andar entrando y saliendo del yo impunemente, como un gato intransigente con respecto al cierre de puertas.

Pero que la lengua se le ponga negra al que pronuncie nueva normalidad con la fe dura de los conversos. Estoy casi convencida de que todos cruzamos los dedos a la espalda cuando decimos o somos dichos que la realidad ha de ser irremisiblemente tuneada. Todos debemos de andar obsesionados con recuperar nuestro propio orden tal y como lo dejamos hace mes y medio. Continuar la frase justo en el “decíamos ayer”. El río de gente que pasa bajo mi balcón lo demuestra. Yo también, tan inepta como siempre para traspasar los umbrales y enfocarme en un solo asunto.

Salto de contarme los lunares a escribir una frase, a seguir el viaje de las pelusas vegetales, a considerar si realmente hay algo que necesita ser dicho, a rezagarme en las charlas de las personas que se van encontrando por la calle, casual o intencionadamente. Vigilo desde mi puesto de control, pero no a la gente que pasa sino a mí misma. Es verdad que tengo que contenerme para no gritar como una Torquemada cosas como: “¿tú qué parte de hacer deporte individualmente no has entendido?” o “me parece a mí que tienes un cutis demasiado estupendo como para tener más de setenta años, amiga”. Me muerdo la lengua. La linterna del faro ha de iluminar hacia adentro.

Me doy un haz de luz para que mi compasión no encalle en bajíos ni se extravíe. Ayer pasó, me parece. Tuve una relación tirando a bipolar con la especie. Por la mañana no pude contenerme y salí también a la calle, pese a lo mucho que había fardado delante de mí misma de que podía esperar y no salir el primer día, imitando escenas de montoneras en las rebajas. Pero salí, y salió otra mucha gente, y todos me parecieron ligeros, nobles y alegres. Personas felices tan solo por moverse y saludarse desde lejos. Entonces me pareció que, rebautizados por el sol, éramos por fin animales hermosos.

A partir de las ocho de la tarde la cosa cambió, y los que eran corceles se transformaron en termitas, royendo las calles, tris tris, con gula. Como yo por la mañana, nadie se contuvo, y bajo mi balcón pasaron hordas. Familias enteras, cuadrillas de adolescentes que se rozaban los dedos, pelotones de ciclistas kamikazes. Una alegría y una sensación de liberación incontenible, una preocupación incontenible por mi parte. Toda esa gente, y yo sintiéndome como uno de esos corzos que han estado merodeando en algunas ciudades. Odiando la hipótesis de que la falta de contención de algunos me obligue a contener sine die el control de mis idas y venidas, y la vuelta a mi hogar, y la concreción en carne y tronco y arena y hoja de mis amores.

No, no tuve compasión ayer por lo incontenible. Me fui a la cama con rabia, por la feria en la calle, por mi impaciencia. No supe ver que todos estamos sufriendo más o menos, justificada o solapadamente, de alguna u otra forma. Todos echamos de menos algo o a alguien. Todos queremos andar sin que se nos dicte dónde y cuándo y cómo, mirarnos analógicamente y olernos tal vez ,y retozar unos con otros como mamíferos normales.

Y ya ha llegado la hora de los abuelos, mientras escribo esto. Ua pareja muy, muy vieja se apoya entre sí para subir los escalones de esta cuesta medio lisboeta. Ella con una mano en la cintura y la otra en el hombro del tanto rato marido. Él colocándole la mascarilla en un momento de respiro. Están vivos y juntos y bajo el mismo sol que a mí ha empezado a quemarme el escote. Son la luz que alimenta mi faro.



No hay comentarios:

Publicar un comentario