No soy una rebelde. En
absoluto. Nunca lo he sido. Los insurrectos habituales podrían
categorizar afirmando que soy un ser sin sangre. No voy a negarlo.
Allá cada uno con sus juicios simplistas. Mi propio juicio, igual de
tosco, porque así suelen ser los juicios, es que soy demasiado
perezosa para sublevarme. He aprendido a disimularlo a golpe de
empeño. Emprendo acciones que se alinean con mis valores porque eso
es lo que me parece una vida íntegra. Pero colócame en un cachito
de mundo soleado: el entrenamiento en la vivacidad bullirá y
escribirá órdenes sucesivas o simultáneas en la mente, pero mi
sustancia básica buscará acomodo en el rayo de luz y no se moverá
de ahí hasta que alguien no tire de la correa. Mírame ahí: soy esa
salamanquesa. Benditos a los que la resistencia les salga por los
poros y la boca. Benditos los nacidos con garras. A mí déjame
disfrutar en mi pared blanca.
Y no me busques en
manifestaciones o siendo instruida, tal vez instruyendo, en acciones
de guerrilla. Me sobra holgazanería, ya lo he dicho, pero también
me falta confianza en la hipótesis de que las sociedades puedan
ganar medallas en salto de longitud: que sean capaces de mejorar de
golpe y a las bravas. Yo creo más bien en el poder del paso pequeño
y obstinado, de un convencimiento íntimo, intransferible, que quizás
pase desapercibido incluso para ti misma, pero que te unce al carro
del cambio y lo vuelven inevitable.
Nunca he sido desobediente,
aunque sí remolona. Aunque por dentro blasfeme contra toda forma de
autoridad o me burle de ella. No soy contestataria porque las buenas
respuestas se me ocurren siempre a posteriori. Y, sin embargo,
encuentro formas de ser subversiva que no imponen su cuota de
fingimiento ni me suponen un esfuerzo de sobreactuación. Tengo la
convicción de que el orden forzoso puede ser trastocado sin que haya
que juntarse a corear lemas.
Aguantar en la posición
propia sin entrar al capote de la discusión: subversivo. Abrir mucho
los ojos ante la voluntad de dominio ajena e inmediatamente bajar los
párpados muuuy lentamente, y darle la espalda al que se piensa que
te intimida: provocador. Callar cuando se te espera furibunda. El
silencio entero, ¿se te ocurre mejor ejemplo de contracultura?
¿Algo que moleste más que
la seriedad, más agitador que la renuncia a participar en el
movimiento global? Lo profundo es disidente. Lo complicado, lo lento,
lo incómodo y lo largo. Lo triste. Lo desesperadamente alegre. La
esperanza enhebrada en la aguja del escepticismo. El aburrimiento, la
pereza misma. La ilusión cándida. Regalar cuando no es aniversario
de nada, aceptar regalos. Mostrarte hermética, mostrarte vulnerable.
La generosidad. Entregarte. Confiar en que, en el fondo, no hay tú y
no hay yo. Empeñarse en entablar una relación íntima y tibia con
el mundo. Liberar de peajes al amor.
Fundirte con la pared
soleada sin dejar huella ni molestar a nadie: ¿hay algo más
subversivo?
Los perretes, holgazanes, leales, cariñosos, saben ser subversivos |
Prima, mellizas de nuevo.
ResponderEliminarCreo que los movimientos de masas son imprescindibles, cumplen su función. Por eso voy y me sumo a aquéllos que creo que le vienen bien a la sociedad que me gustaría. Pero no me veo en la cabecera de ninguno ni enarbolando banderas ni cánticos, porque en lo más profundo de mi ser no creo poder sostener ningún lema de forma duradera.
Pero eso sí, cada vez me siento más comprometida conmigo misma. Eso va calando. Y lo creo también subversivo.
Besos mil! :)