viernes, 20 de marzo de 2020

Día 5



No sé a qué hora habrá entrado hoy la primavera. Yo no noto mucho cambio ahí afuera, en el mundo abreviado. Tal vez se han abierto discretamente dos o tres nuevos azahares en el naranjo del parque. Podría dedicarme a contarlos, porque el pobrecito no se da a los desenfrenos florísticos que suceden en el huerto de mi padre. Si no lo estoy haciendo es porque aún encuentro suficientes puntos de contacto con lo que era mi vida hasta ahora. Puedo leer. Como antes. Puedo escribir y compartir lo que escribo, puedo hablar por teléfono, puedo comunicarme como antes. Puedo cocinar y y puedo cuidar mi diminuto entorno y puedo hacer algo ejercicio, tal vez no como antes. Estoy anclada en el dolor de los músculos. Es una putada y una frustración, pero también una forma de aprendizaje.

Más o menos como antes. Equinoccio suena a afectado nombre de perfume, a complejo hotelero, a discoteca de verano. A indiscriminado concepto de los hombres. Una raya ficticia en el calendario. Eso es porque mi perspectiva no es lo bastante amplia. No me fijo en la bóveda celeste, sino en las uñas de mis pies, que he vuelto a pintarme, y en el puñadito de abejas que merodea en torno a ese puñadito de azahares. Oigo pájaros y no el artrítico crujir del planeta deslizándose cansinamente en su órbita. Parecen inventadas, pero es reconfortante que las cuentas astronómicas sigan operando. Significa que los dían pasan, las estaciones aún se suceden, mis pulmones y, por favor, también los tuyos, siguen funcionando.

Me acuerdo un poco de los pulmones cuando no estoy haciendo nada, que también es una forma de hacer algo. Mi vida depende de cosas que no puedo sentir directamente. Qué desamparo. Qué magia. Me tumbo en el sofá con la puerta del balcón abierta. El autillo ha perdido el recato y suelta su reclamo a cualquier hora del día. A lo mejor es lo que ha hecho siempre, y el ruido de los coches no me dejaba escucharlo. Mis pulmones están dialogando con el mundo, hermanándose con los cloroplastos en las células de los cipreses y los naranjos.

Así como estoy me doy cuenta de que mi mejor opción es centrarme en mis perspectivas minúsculas. El mar en mi respiración. El bosque en mis pulmones. La primavera al alcance del brazo. El tiempo del calendario mandado a tomar por saco. Ahora, sólo ahora: seguir respirando. Mis gases se suman y negocian con los de otras criaturas vivas; tal vez, por una maravillosa carambola, también con los tuyos. Viajes más inconcebibles se ven en la naturaleza. De alguna u otra forma estamos juntos.


Familia


1 comentario:

  1. muy sensato el relato... la desesperanza no nos tendría que ganar, no por lo menos tan rápido... saludos

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