No sé a qué hora habrá
entrado hoy la primavera. Yo no noto mucho cambio ahí afuera, en el
mundo abreviado. Tal vez se han abierto discretamente dos o tres
nuevos azahares en el naranjo del parque. Podría dedicarme a
contarlos, porque el pobrecito no se da a los desenfrenos florísticos
que suceden en el huerto de mi padre. Si no lo estoy haciendo es
porque aún encuentro suficientes puntos de contacto con lo que era
mi vida hasta ahora. Puedo leer. Como antes. Puedo escribir y
compartir lo que escribo, puedo hablar por teléfono, puedo
comunicarme como antes. Puedo cocinar y y puedo cuidar mi diminuto
entorno y puedo hacer algo ejercicio, tal vez no como antes. Estoy
anclada en el dolor de los músculos. Es una putada y una
frustración, pero también una forma de aprendizaje.
Más o menos como antes.
Equinoccio suena a afectado nombre de perfume, a complejo hotelero, a
discoteca de verano. A indiscriminado concepto de los hombres. Una
raya ficticia en el calendario. Eso es porque mi perspectiva no es lo
bastante amplia. No me fijo en la bóveda celeste, sino en las uñas
de mis pies, que he vuelto a pintarme, y en el puñadito de abejas
que merodea en torno a ese puñadito de azahares. Oigo pájaros y no
el artrítico crujir del planeta deslizándose cansinamente en su
órbita. Parecen inventadas, pero es reconfortante que las cuentas
astronómicas sigan operando. Significa que los dían pasan, las
estaciones aún se suceden, mis pulmones y, por favor, también los
tuyos, siguen funcionando.
Me acuerdo un poco de los
pulmones cuando no estoy haciendo nada, que también es una forma de
hacer algo. Mi vida depende de cosas que no puedo sentir
directamente. Qué desamparo. Qué magia. Me tumbo en el sofá con la
puerta del balcón abierta. El autillo ha perdido el recato y suelta
su reclamo a cualquier hora del día. A lo mejor es lo que ha hecho
siempre, y el ruido de los coches no me dejaba escucharlo. Mis
pulmones están dialogando con el mundo, hermanándose con los
cloroplastos en las células de los cipreses y los naranjos.
Así como estoy me doy
cuenta de que mi mejor opción es centrarme en mis perspectivas
minúsculas. El mar en mi respiración. El bosque en mis pulmones. La
primavera al alcance del brazo. El tiempo del calendario mandado a
tomar por saco. Ahora, sólo ahora: seguir respirando. Mis gases se
suman y negocian con los de otras criaturas vivas; tal vez, por una
maravillosa carambola, también con los tuyos. Viajes más
inconcebibles se ven en la naturaleza. De alguna u otra forma estamos
juntos.
Familia |
muy sensato el relato... la desesperanza no nos tendría que ganar, no por lo menos tan rápido... saludos
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