sábado, 28 de marzo de 2020

Día 13



Filosofía barata de balcón: habrá muchas maneras de vivir, pero para hacerlo con cierta integridad es preciso aprender equilibrios. Una novedad loca, ¿a que sí? Pero los aprendizajes por boca de otros raramente funcionan: es como si cada criatura individual debiera recorrer por sí misma todos los milenios de historia. En un momento soleado de este día tan bipolar como los anteriores, salgo a mi afuera jibarizado, arremangada y con los pies desnudos encima de las zapatillas, para que mi piel sepa beber luz como las hojas. Viene de tan inconcebiblemente lejos, la energía del sol: la holgura del universo me roza.

Paparruchas de jipi: ideas a la vez irrefutables y chuscas. La abundancia de domesticidad te vuela la cabeza a veces. Pero también es capaz de llevarte por caminos anchos. Recordar la lejanía del sol me lleva a pensar que la distancia y la percepción colaboran necesariamente. Hace falta que esa luz remota sea reflejada por los objetos que me rodean para que mis ojos puedan verlos. Lo que oigo es una forma de energía que recorre un espacio entre mi oído y otros cuerpos. Los mirlos están ahí en alguna parte: no alcanzo a tocarlos y sin embargo visitan mi casa con sus canturreos. Y tampoco es preciso que esté unida físicamente a aquello que huelo. Pan tostado y leche caliente en el piso de la derecha, un derroche de suavizante en el de arriba, una nota de azahares apenas imperceptible que estremece.

Esta es una de mis estrategias de reconciliación con esta distancia que nos socava el corazón al tiempo que ha de salvarnos. Bien entendida, me digo, la distancia es un bien precioso. Pero hay que entrenar el equilibrio, sí. También en un balcón diminuto de una primera planta. Hay que encontrar ese punto en el que lo lejano se compensa con lo que está cerca. En mi corteza cerebral pulula un potosí de información acerca de cosas a las que no dan alcance mis dedos. Y puedo jugar con ella, mezclarla, ponerla al fuego y guisarla y masticarla, digerirla después y calentar con ella mis huesos, y puedo hasta intoxicarme. Es fantástico y peligroso, este don de operar en otros lugares y otros tiempos, de convivir mentalmente con personas distantes.

Pero también es preciso ajustar la lente y acercarse a lo que está cerca, tan cerca que prácticamente es adentro. Es posible que ayer alcanzara mi propio pico en la curva de la desolación y el miedo. Pude sobrepasarlo, con toda la prudencia del mundo, volviendo a acercarme a esto. Esto. No me preguntes lo que esa vaguedad significa: busca el tuyo ahora mismo, atente a tu esto. Quedarnos tan cerca del presente que prácticamente se nos meta en la sangre nos ayudará casi tanto como mantenernos lejos.

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